La tupina es uno de esos secretos culinarios que parecen sacados de otra época, pero que en realidad esconden una sabiduría ancestral sobre la cocina de aprovechamiento catalana. Se trata de una preparación que hunde sus raíces en las costumbres rurales, cuando la matanza del cerdo marcaba un momento clave del año y era necesario conservar la carne durante meses sin refrigeradores ni congeladores. Este método, nacido de la necesidad, se ha convertido hoy en una auténtica joya gastronómica que reivindica el valor del tiempo, la paciencia y el respeto por los ingredientes.
La tupina, el secreto antiguo de la cocina de aprovechamiento catalana
El término “tupina” proviene del recipiente de barro, el tupí, donde tradicionalmente se elaboraba. Dentro de este recipiente mágico, los trozos de longaniza, costilla y lomo de cerdo se cocinan lentamente en aceite de oliva virgen extra, a fuego muy suave, hasta que quedan tiernos, jugosos y repletos de sabor. Este calor pausado permite que la carne se confite poco a poco, liberando sus jugos y adquiriendo una textura melosa, casi imposible de lograr con métodos más rápidos. Una vez lista, se deja reposar y se conserva completamente cubierta por el mismo aceite de cocción, lo que la protege del aire y permite mantenerla durante meses en un lugar fresco y seco o en la nevera.
La cuenta de Instagram @degal·la, especializada en rescatar joyas del recetario catalán, ha compartido recientemente un vídeo en el que muestra este proceso tradicional con detalle. En él se explica cómo la tupina no solo servía como método de conservación, sino también como una forma de cocina sostenible y de aprovechamiento, donde nada se desperdiciaba y todo tenía su función. El resultado es una carne sabrosa, tierna y natural, que encarna a la perfección esa conexión entre el producto local y la memoria gastronómica de las generaciones pasadas.
Dentro de este recipiente, los trozos de longaniza, costilla y lomo de cerdo se cocinan lentamente en aceite de oliva virgen extra
Una vez preparada, la tupina se convierte en una base deliciosa para acompañar platos tradicionales, como una buena samfaina, arroces, legumbres, patatas o incluso una tortilla casera. Su versatilidad la hace ideal tanto para un almuerzo sencillo como para un festín de domingo. En las casas de la provincia de Lleida, así como en la Franja de Aragón y algunas comarcas valencianas, era costumbre abrir el tupí cuando llegaban invitados, y su aroma a carne confitada llenaba la cocina de un perfume cálido y familiar.
Hoy, redescubrir la tupina es reconectar con una parte de la identidad gastronómica catalana, con un modo de entender la cocina en el que el tiempo, la tierra y el respeto por los alimentos son los verdaderos protagonistas. Un legado que demuestra que, a veces, los secretos más antiguos siguen siendo los más sabrosos.
