Saltan chispas en la Carrera de San Jerónimo. El desencadenamiento de casos de corrupción relacionados con cargos del PP y del PSOE de las últimas semanas está acentuando la crudeza del debate político y estimulando la crispación en el Congreso de los Diputados. Es un diagnóstico que comparten periodistas, analistas y los mismos políticos: hay pocos puntos de consenso que generen tanta transversalidad. Una tensión que estaba latente desde hacía meses a raíz del resultado de las elecciones del 23-J y de los acuerdos entre Pedro Sánchez y el independentismo y que ha emergido con fuerza recientemente a través del cruce de acusaciones y de dardos entre populares y socialistas. Como telón de fondo, el presunto fraude fiscal de la pareja de Isabel Díaz Ayuso y el caso KoldoArmas arrojadizas de bancada en bancada. Como espectadores, el resto de partidos, que se lo miran incrédulos y contrariados. Una crispación que se pone de manifiesto especialmente en las sesiones de control con interrupciones, gritos, insultos y descalificaciones, que están más que nunca en el orden del día y que obligan a la presidenta de la Cámara Baja, Francina Armegol, a intervenir más de lo que sería saludable en una democracia.

 

Los principales indicios de este clima de crispación los apunta, preguntada por ElNacional.cat, María Pereira (profesora de Ciencia Política en la Universidade de Santiago de Compostela y miembro del equipo de Investigaciones Políticas): “La dialéctica de los líderes es profundamente emocional, directa y sencilla, sustentada no en argumentos de política pública, sino en elementos de apelación emocional, en la mayor parte de las ocasiones con una importante carga negativa”. En la misma línea, Berta Barbet (doctora en Ciencias Políticas por la Universidad de Leicester e investigadora en la Universidad Autónoma de Barcelona) relaciona la “deshumanización o deslegitimación del oponente” y el “tono excesivamente agresivo hacia quien piensa diferente”, dos cuestiones visibles cada dos por tres en el discurso político, con “la necesidad de tener visibilidad en un momento en el que la competición para recibir atención mediática pasa casi siempre por decir cosas fuera del común”. Y he ahí la crispación.

PP y PSOE, enfrentados por la corrupción

Los elementos que la han reavivado son, fundamentalmente, los casos de corrupción, que, después de un tiempo, vuelven a copar las portadas de la actualidad. La estrategia tanto del PP como del PSOE ha sido responder con el «Y tú más»: poca autocrítica y señalamiento del adversario. Alberto Núñez Feijóo interpela a Pedro Sánchez y el presidente español enciende el ventilador y exige a Feijóo la dimisión de Ayuso. Y así tres semanas seguidas, con una dinámica que se repite sucesivamente pregunta tras pregunta y de ministro a ministro: el PP escala el tono, por el caso Koldo y por la relación entre Begoña Gómez y Air Europa, y el PSOE se escuda en la investigación de Hacienda a la pareja de Ayuso. “La política española no se puede volver a convertir en un cenagal bipartidista, hace falta un esfuerzo de contención para no volver al barro y a la batalla de gallos bipartidista”, lamentaba el portavoz Sumar, Íñigo Errejón, en los pasillos del Congreso.

Y este panorama no es casual. Fran Jurado (periodista y director del documental Polarizados) alerta a ElNacional.cat que lo que provoca la polarización es que lo importante sea que el otro no gobierne y que “la rendición de cuentas sea más laxa”. “Tienes la tendencia a exigirla menos a los tuyos, quieres que tu bloque esté en el gobierno y haces uso de la disonancia cognitiva: cuando hay una cosa negativa que afecta a la falta de ética o la corrupción a tu partido, acostumbras a responder que los otros lo hacen peor”, concluye. Es exactamente lo que ha pasado los últimos plenos al Congreso.

Pero… ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Hay un punto de partida en el que coinciden las voces consultadas por ElNacional.cat: las elecciones generales del año pasado. Para Luis Miller (doctor en Sociología y autor de Polarizados: la política que nos divide), el hecho de que el 23-J “hubiera prácticamente un empate” ha hecho que “ahora no dejemos de estar en competición en todo momento”, y para Toni Aira (doctor en comunicación por la Universidad Ramon Llull y profesor de Comunicación Política en la UPF Barcelona School of Management) ha sido la forma como el PP “ha metabolizado la contrariedad” de no haber podido llegar a la Moncloa a pesar de pensarse que Feijóo “era el presidente inevitable”. Y cada uno rema a favor suyo. Para María Pereira, el problema es “asumir y acentuar la polarización como estrategia para justificar un batacazo electoral y evitar que los electores se escapen”.

 

El punto de inflexión lo apunta Pau Marí-Klose (doctor en Sociología por la Universidad Autónoma de Madrid y profesor en la Universidad de Zaragoza): “Ante la estrategia del PP de acusar al PSOE de gobernar de forma ilegítima, el ejecutivo había apostado en legislaturas anteriores para poner el foco en los rendimientos de las iniciativas reformistas. Pero ahora, en un contexto parlamentario fragmentado y delicado, se ha optado por aceptar el enfrentamiento cuerpo a cuerpo que propone desde hace años el PP”. Y el resultado es “la exacerbación de las tensiones y de la crispación que vivimos las últimas semanas”, remacha. Incluso la Asociación de exdiputados y exsenadores de las Cortes Generales ha pedido a los políticos que pongan fin a la crispación porque estos comportamientos “amenazan seriamente la credibilidad de las instituciones”, “alejan a los ciudadanos” y “degradan la calidad de la democracia”. “La discordia solo nos conduce a una división estéril”, lamentaban hace unos días en un comunicado.

Pau Marí-Klose añade que la amnistía es el “elemento central” y el “combustible óptimo” del “relato de ilegitimidad de origen construido por la derecha en esta legislatura”. Nieves Lagares (profesora de Ciencia Política y de la Administración en la Universidade de Santiago de Compostela) apunta que el problema de la polarización en España no radica únicamente en la ley de la amnistía, sino “en la imposibilidad de que el PP y el PSOE lleguen a algún acuerdo sobre Catalunya, tanto de realización como de interpretación”: mientras para el PSOE la amnistía “es la solución”, para el PP “es el problema”. Toni Aira suma una nueva consideración sobre la amnistía y el caso Koldo: “No dejan de ser clínex de usar y tirar por parte de los que tienen que ir secretando constantemente material tóxico, no son la causa, son una excusa más. Son utilizados y exprimidos hasta la última gota hasta que el cansancio general hace que rápidamente la gente dirija la mirada hacia otra cosa”.

Se han roto los puentes (y algo más)

La polarización no se queda solo en los titulares de los periódicos o en los clips que se viralizan en Twitter, sino que va mucho más allá y llega a las raíces del sistema. Fran Jurado alerta de que este clima provoca “un coste de oportunidad de cosas que se dejan de hacer y se tendrían que hacer” porque “no hay diálogo real sobre ninguna cosa”. Por ejemplo, reformas del sistema educativo o la renovación del CGPJ. Luis Miller va en la misma línea y lamenta que ahora “los puentes se han dinamitado”: mientras que “la teatralización y la crispación de épocas anteriores convivía con la llegada de acuerdos y consensos en cuestiones de Estado”, hoy “el tono de crispación tiene una base que es muy real y todo ha entrado en la disputa partidista”.

 

Y aquí tenemos que hacer una doble diferenciación. Por una parte, hay estudios que apuntan que el problema verdadero no es que “la gente esté cada vez más lejos en cuanto a sus ideas”, sino que “estando más cerca de lo que parece, se sienten (ideológica y emocionalmente) distanciados entre sí”. Es lo que se denomina polarización afectiva, que se canaliza a través de los “sentimientos de apego de los ciudadanos hacia los líderes y partidos con que se sienten identificados” y de los “sentimientos de aversión hacia los líderes y partidos no tienen afinidad con que”, según explica Nieves Lagares.

Sin embargo, otras voces sostienen que también se está produciendo una polarización ideológica: se ha abierto “una brecha ideológica entre los votantes de los dos grandes partidos”, explica Luis Miller. Como ejemplos: el hecho de que hace veinte años “querían lo mismo en cuanto a la política territorial”, dice Miller, o que “tenían una visión no muy diferenciada de los impuestos”, añade Fran Jurado. Sandra León (profesora de Ciencia Política de la Universidad Carlos III) concluye que ahora “los bloques ideológicos se han hecho mucho más compactos” y se ha entrado en una “política de trincheras, con bloques muy poco permeables.” Además, para Fran Jurado, uno de los síntomas de esta polarización es que “cualquier tema que emerge a la agenda pública provoca enseguida la formación de dos bloques en oposición y la división de la población de una forma muy clara”. Por ejemplo, la discusión sobre qué canción tenía que representar España en Eurovisión. “Se parece mucho al fútbol: los equipos acostumbran a ser los mismos”, rubrica.

Capitán, elecciones a la vista

La tramitación de la amnistía en el Senado, su posterior sello definitivo y la investigación parlamentaria de reojo entre el PP en el Senado y el PSOE en el Congreso es un cóctel explosivo en Madrid que suma tres ingredientes más: las elecciones vascas, las catalanas y las europeas. Y claro está, Sandra León apunta que en momentos electorales “aumenta la polarización efectiva” por una cuestión de “competición electoral” y de tener que distanciarse del resto de ofertas. “Si hay unas bases de confrontación alta, todavía es peor”, avisa. Y resulta que ahora nos encontramos en un clima de campaña permanente: Luis Miller recuerda que con un año se habrán celebrado seis elecciones en el Estado (una cada dos meses) y que, con este calendario, “la competición no ha bajado en ningún momento”. En esta línea, Fran Jurado añade que “la competición partidista se beneficia de la polarización”, ya que “polarizar puede tener un componente positivo de activar a los votantes”. En el caso de los comicios en el Parlament, María Pereira considera que “si vuelve a primar el eje identitario como motor de la competición política, continuará la polarización, mientras que si prima el eje ideológico, se atenuará”.

 

En este clima que estamos describiendo, Mariano Torcal (doctor en Ciencia Política por la Universidad Autónoma de Madrid y catedrático en la Universidad Pompeu Fabra) levanta el dedo: quién decidirá los resultados electorales, como pasó el 23-J, será “la gente que no está polarizada”. Y los datos de un estudio empírico publicado por él mismo avalan que el efecto que ninguna encuesta fue capaz de prever en julio fue la movilización de los votantes no polarizados, que acabaron animándose a ir a las urnas y apoyaron al PSOE. “Lo que está consiguiendo el PP con la estrategia de polarización es sembrar dudas entre los que no estaban polarizados y el 23-J se decantaron a última hora para el PSOE. No los conquistas, pero los desmovilizas”, argumenta.

Torcal esgrime que se ha llegado en un “techo de polarización” y que lo que está pasando ahora es que “los polarizados se están repolarizando” y los no polarizados “se alejan todavía más de la política y se desmovilizan a consecuencia de la polarización, porque se cansan y salen de la arena electoral”, que se convierte en una “arena de hooligans”. Así pues, según Berta Barbet, los que “no acaban de entender las coordenadas del debate tienen todavía más reticencias a entender lo que se debate, porque no será una experiencia agradable, sino una experiencia desagradable de tener miedo a las consecuencias”. Una metáfora de la politóloga norteamericana Lilliana Mason en Uncivil Agreement resume el panorama: “Las elecciones se convierten en un desafío emocional tan extremo como un derbi futbolístico, con aparente independencia del nivel de desacuerdo real sobre las políticas públicas que los grupos enfrentados mantengan”.

Hay que rebajar el tono, pero que empiecen los otros

Llegados a estos niveles de crispación, el camino tiene que ser rebajarla. Ahora bien, el PP y el PSOE se invitan mutuamente a dar el primer paso. “El tono se tendría que haber rebajado hace mucho tiempo, quien empezó subiéndolo es quien tiene que empezar a rebajarlo”, decía el ministro Óscar Puente hace dos semanas desde Cantabria.

 

En un breve hilo de Twitter, Lluís Orriols (doctor en Ciencia Política por la Universidad de Oxford y profesor de la Universidad Carlos III de Madrid) interpreta este escenario como el famoso dilema del prisionero: “Si el rival tiene tono bajo, la mejor estrategia es subir el tono (ganas en visibilidad e impacto), pero si el rival tiene un tono subido, la mejor estrategia es también subir el tono (neutralizas el efecto del rival)”. El resultado está claro: “todos al barro”. Berta Barbet añade otra variable: “La experiencia de ciertos líderes que han utilizado mucho el exabrupto como forma de comunicación ha demostrado a muchos candidatos que el exabrupto y el rencor funcionan y que decir cosas polémicas genera más atención que no decirlas”.

Es más, Luis Miller reflexiona que “la estrategia polarizadora de Sánchez ha resucitado a un PSOE que estaba a la baja” y, por lo tanto, los socialistas “han sacado rédito de la polarización”. Pau Marí-Klose concluye que el PSOE “no ha rehuido el cuerpo a cuerpo” y así ha conseguido “retener a su electorado en un contexto en el que se ha visto obligado a adoptar posiciones muy impopulares, para las que en otras condiciones posiblemente habría pagado un precio muy alto”. Así que tanto el PP como el PSOE, en palabras de Luis Miller, “están en una dinámica que ninguno de los dos siente que tenga que bajar el diapasón”. “Cuesta pensar que los agentes políticos serán capaces de rebajar la polarización porque se nutren de esto”, añade Fran Jurado.

Las declaraciones públicas de los dirigentes lo evidencian. Desde el PSOE, la vicepresidenta primera del Gobierno, el secretario de Organización y el vicepresidente primero del Congreso señalan directamente al PP: María Jesús Montero responde que, para rebajar la tensión, “hay que preguntar al Partido Popular”, Santos Cerdán considera que “el primero que tiene que hacer el PP es reconocer que hay un gobierno legítimo” y Alfonso Gómez de Celis añade que “la forma de rebajar el tono es que Feijóo dé órdenes a toda su bancada de volver al camino institucional”. Todavía desde las filas socialistas, el portavoz en el Congreso, Patxi López, arguye que la tensión se modera “teniendo decoro a la cámara y no considerando al adversario un enemigo” y hace cierta autocrítica: “Por la parte que nos toca, moderaremos”. La réplica del PP llega de parte de Cuca Gamarra, secretaria general: “El tono se rebaja hablando de política y teniendo a un gobierno que gobierne, pero como no hay gobierno, no le queda otra que insultar”. Por cierto, una tensión entre PP y PSOE que también ha llegado al Senado.

 

El resultado: “embrutecer” la política, generar “animadversión” y disminuir la confianza

Y, claro está, el sistema democrático no es ajeno e impune a este contexto. Al contrario. Los expertos consultados por ElNacional.cat coinciden en que la política se puede ver altamente perjudicada. Para Toni Aira, la polarización genera un “relato embrutecedor” del adversario que, al mismo tiempo, “embrutece” la política en general: “Se puede alcanzar una cierta ganancia momentánea si la campaña de desgaste del adversario es eficaz, pero se desgasta la política globalmente”.

Para Victoria Rodríguez-Blanco (doctora en Ciencia Política y profesora en la Universitas Miguel Hernández), se está consiguiendo que “la ciudadanía sienta animadversión hacia la política” y se está generando “más fractura entre los políticos y los ciudadanos”, cosa que “no es buena ni para la democracia ni para la paz social”. “Asistimos a la exclusión del otro en lugar de favorecer la inclusión democrática”, remacha. María Pereira esgrime que las intervenciones de los políticos “están mucho más centradas en alimentar el sensacionalismo mediático y captar la atención con argumentos simplistas que profundizar en los problemas de la ciudadanía” y lamenta que esto conduce a la “simplificación” del discurso político y a su “vaciado” de significado: “Entorpece la mirada que los ciudadanos tenemos sobre la política, disminuye nuestra confianza en las instituciones y, en última instancia, afecta la calidad de nuestro sistema político democrático”, concluye.