El otro día comía con un amigo cuando me fijé en los cubiertos. Eran de una marca francesa y él dijo: “No lo entiendo, si tenemos muy buen acero en casa”. Eso me llevó a pensar que, de hecho, la apuesta por el producto nacional no acaba dentro del plato, sino que continúa más allá: tenemos vajilla, cubiertos, manteles y servilletas hechas en el territorio y quien quiera alinearse del todo con la filosofía del km.0, sean hostaleros o, de hecho, todo el mundo que tenga una mesa donde coma, quizás tendrían que prestar atención.
Porque la hostelería y, de hecho, la actividad que tiene que ver con comer, es un motor económico de alta cilindrada que puede repercutir positivamente sobre el tejido nacional, no solo allí donde hay el talento y los ingredientes necesarios para cocinar y servir, sino también en todas aquellas industrias que suministran todo el menaje para vestir una mesa.
Ahora bien, con vasos y copas, la cosa ya es más difícil. Las empresas dedicadas a la fabricación del cristal necesario para elaborarlos han ido desapareciendo. Queda una en el País Vasco, pero es cierto que no trabaja una variedad lo suficiente amplia por poder proveer en restaurantes de alta gama que busquen una estética en vasos y copas similar a la de su propuesta. De la misma manera, de la variedad y finura de copas que trabajan marcas alemanas o austríacas es imposible de encontrar en nuestra casa. Eso sí: si queremos personalizar nuestras copas o nuestros vasos, el único cortador de cristal lo tenemos junto a La Sagrada Família, en el pasaje de Font, y es Toni Moya, un auténtico maestro artesano que tuve la suerte de entrevistar en febrero.
La apuesta por el producto nacional no acaba dentro del plato, sino que continúa más allá: tenemos vajilla, cubiertos, manteles y servilletas hechas en el territorio para ofrecer singularidad, novedad y sorpresa
Vivimos en una época en que la autenticidad peligra, pero una especie de personalización seriada se impone y, al mismo tiempo, los resultados de la industrialización más impersonal casi han ganado la partida por completo. La artesanía, por ejemplo, ofrece singularidad, novedad y sorpresa, tres valores por los que bares y restaurantes apuestan a su propuesta gastronómica (y sí, volvemos a comer capipota, por suerte, pero lo hemos actualizado; incluso a la tradición buscamos algo nuevo, y lo encontramos y nos gusta).
La artesanía no es la única opción, claro, ya que tiene un coste que vale mucho la pena, pero que se tiene que poder priorizar y asumir. Por suerte, aparte de los artesanos de siempre y los de nuevos que han surgido, con frecuencia, a causa de la insatisfacción de los trabajos donde las manos solo se utilizan para picar teclas, también hay toda una industria cerámica, ebanista, del mármol y la piedra, del textil, cuchillera y de los cubiertos que vale la pena explorar cuando se trate de poner la mesa.