Hay sabores que se mantienen vivos gracias a la memoria colectiva, y uno de los más singulares de la Ribera d’Ebre es ese bocado humilde pero poderoso que acompañaba las duras jornadas de los payeses: una combinación de pan, tomate, cebolla, ajo y una sardina salada que convertía un descanso en medio del campo en un auténtico ritual gastronómico. Ese gesto de abrir el pan, rellenarlo con los ingredientes disponibles y coronarlo con un generoso chorro de aceite se ha transmitido durante generaciones como una tradición que no solo alimentaba, sino que unía. Conocido como uno de los bocados más ancestrales de la zona, hoy vuelve a brillar con fuerza gracias a una celebración que cada otoño reivindica su esencia más auténtica.
El bocado ancestral con sardina
La receta, profundamente ligada al mundo labrador, nació como una solución práctica para quienes pasaban el día entero trabajando entre bancales y olivares. El pan actuaba como recipiente y como plato, la arengada aportaba proteína y carácter, y el aceite, siempre protagonista en estas tierras, daba cohesión y jugosidad. Con el tiempo, algunas casas empezaron a sustituir la sardina por cortes de carne o por ingredientes más locales de cada pueblo, pero la filosofía seguía siendo la misma: un plato sencillo, contundente y perfectamente adaptado a las necesidades del trabajo agrícola.
Para evitar que esta tradición quedara relegada solo al recuerdo, el Consejo Comarcal de la Ribera d’Ebre decidió hace años darle un impulso a través de una fiesta que viaja por diferentes municipios y permite redescubrir la receta desde distintas interpretaciones. Aunque durante mucho tiempo la celebración se organizaba entre febrero y marzo, en los últimos años la comarca ha optado por situarla en otoño, coincidiendo con la llegada del aceite nuevo, un momento clave para los pueblos olivareros. Esta decisión no solo busca aprovechar una de las épocas más agradables del año, sino también ofrecer un atractivo añadido en un periodo tradicionalmente menos turístico.
La presidenta del ente comarcal ha explicado que noviembre es ideal para fomentar una propuesta que tiene tanto de tradición como de territorio, y que este cambio ha permitido que más visitantes se animen a descubrir la gastronomía local fuera de temporada. Además, una docena de restaurantes se suman cada año a estas jornadas preparando menús donde la clotxa, o sus reinterpretaciones modernas, ocupa un lugar central, con precios que se mantienen accesibles para todos los bolsillos. Esta iniciativa ha sido celebrada por figuras vinculadas a la fiesta, que destacan que así se consigue que el plato trascienda su contexto original y se mantenga presente más allá de las reuniones familiares o las comidas de fiesta mayor.
Noviembre es ideal para fomentar una propuesta que tiene tanto de tradición como de territorio
La clotxa, en su sencillez, demuestra que un puñado de ingredientes humildes puede convertirse en un símbolo cultural poderoso. Y hoy, como antaño, sigue encendiendo el ánimo de quienes la prueban.
