Ha muerto Robe Iniesta y los periódicos y las redes se han llenado de textos sentidos. Sinceros muchos de ellos, claro. Otros un poco sorprendentes porque, no lo sabíamos, pero se ve que todo el mundo era fan de Extremoduro. El caso es que el cantante ha muerto a los 63 años. Hace un año ya suspendió de manera indefinida sus últimos conciertos en Madrid tras ser diagnosticado con un tromboembolismo pulmonar. Él mismo explicaba que por sus excesos había vivido años “de perro” y que, por lo tanto, tenía unos cuantos más de los oficiales.

Uno de los vídeos que circularon ayer es un discurso donde pide “locales de ensayo, locales para realizar talleres de escritura, de pintura, de escultura, para los creadores, para los chavales, para que vayan a hablar o hacer lo que les dé la gana”. Chavales haciendo lo que les dé la gana. La petición la hacía a los políticos, los mismos que ahora lo recuerdan como si se supieran todas sus letras, cuando le dieron la medalla de Extremadura en el 2014, en el teatro romano de Mérida. Chavales que hagan lo que les dé la gana. El rock —con el sexo y las drogas o sin ellos— nunca ha necesitado demasiados discursos para ser sinónimo de libertad. Algo que, en este momento de la historia en que las democracias liberales están amenazadas de involución, no es poco. Y más en España, donde hay una campaña que cada vez se asemeja más a la de finales de 1935 y 1936 que fue erosionando la democracia. Y es por eso, porque los rockeros que no han perdido la esencia son sinónimo de libertad, que debemos lamentar estas pérdidas.

Extremoduro es música en verso de Nietzsche

En la Checoslovaquia comunista se hacían cada 5 años las Espartaquiadas. Eran exhibiciones de gimnasia multitudinarias para demostrar las bondades y el poder del régimen. Y se llamaban así, por cierto, en honor a Espartaco, el esclavo que lideró una revuelta contra Roma. En fin, perversiones del lenguaje. El caso es que la cosa fue desde 1955 hasta 1985. Y se celebraba en el Estadio Strahov, que en su día fue el de mayor capacidad del mundo, con 220.000 espectadores. Ahora ya no juega nadie. Solo entrena el Sparta de Praga. No confundir con Slavia, futuro rival del Barça y gran enemigo de Sparta. El caso es que la Spartakiad de 1990 tuvo lugar unos meses después de la Revolución de Terciopelo, que puso fin al comunismo. De modo que se celebró por última vez y en un estadio mucho más pequeño, el Evžena Rošického. En cambio, en el Strahov, Vàclav Havel logró llevar gratis a los Rolling Stones, entonces unos cuarentenos que hacían la gira Urban Jungle. Y allí donde hubo un retrato de Stalin, ahora había una gran lengua. Es algo parecido a lo que ocurrió en España con Franco criando malvas y los Stones asustando a los grises en la Monumental siete meses después.

En una entrevista, Roben Iniesta decía que los Stones le daban “un poco de pena”. Por la edad. La misma entrevista donde también decía que "el problema de la democracia es que todo el mundo puede votar". Cierto que la reflexión la provocaban los votantes de Trump. “Esa gente que está pensando solo en comer dónuts y en ponerse más grande de lo que está, ¿esa gente votará?”, decía. Pero se remitía a la democracia primitiva. No en vano los críticos explican que Nietzsche sobrevolaba toda su obra. Que Extremoduro es música en verso de Nietzsche. Rebeldes gritando contra normas. Rechazo del rebaño. Un debate profundo y antiguo. Pero entonces, ¿quién decide quién es apto para votar? Todo el mundo debe poder votar. Es en la información que nos jugamos la calidad. Y, por tanto, la libertad.