Barcelona es una caja de sorpresas. Hay seis islas que forman un cuadrante en el barrio de la Sagrada Familia que son las que más pasajes por metro cuadrado acumulan (se encuentran el de Vilaret —que cruza dos—, Centelles, León y Carsí) y, por si no fuera suficiente, todavía hay sitio para un bar extraordinario: el Pivobar. El Pivobar es un bar checoslovaco con un nombre que se traduce por 'bar de cerveza'. Corto y raso, y no hace falta más, porque la cerveza checa tiene renombre, y aunque yo no soy nada cervecera, ver aquellas jarras esbeltas de la Staropramen color de la miel, tan frescas, perladas de la condensación, me entraron ganas de saciarme después de un buen paseo en esta tarde de junio calurosa.

Pivobar: un bar de cerveza extraordinario

Dentro, el bar es pequeño y estrecho, con unos grandes ventanales como pocos quedan en Barcelona, con mesas bien próximas y una barra donde también se puede sentar. Y si te sientas verás que en la otra banda|, en la pared del fondo, hay una imagen de Václav Havel, el famoso dramaturgo y también el político que transformó la antigua Checoslovaquia en la actual República Checa. Fuera, una terraza de tres mesas en la sombra. Hacía mucho tiempo que no pasaba por aquí, pero el cuadro se mantiene intacto. Recuerdo, de la vez pasada, ahora ya hace exactamente unos 6 o 7 años, que el Pivobar lo gobernaba un hombre alto y rubio, de ojos claros, que no hablaba demasiado ni sonreía demasiado, pero, a pesar de eso, te hacía sentir como en casa.

Queso frito y ensalada rusa / Foto: Rosa Molinero Trias

Aquella tarde me atendió una mujer agradabilísima que me explicó bien la corta carta y me recordó que hay platos que solo les hacen los fines de semana, como el goulash y la svíčková, el plato nacional de la República Checa —nota mental: volver un sábado a probarlo.

Lángos de ajo y queso / Foto: Rosa Molinero Trias

De manera que el goulash tradicional no pudo ser, pero cayó el llamado szegedin goulash, que es un guiso magnífico, de carne de cerdo y chucrut, pimentón, comineta y una dosis justa y necesaria de crema agria para atar la salsa. El contraste del sabor de la carne guisada sobre el fondo cremoso y un punto ácido que dan el chucrut, es delicioso. Para acabar de adobarlo, se sirve con knedlíky, un panecillo de masa levada y hervida, de textura esponjosa y sabor suave, ideal para acompañar a este primo del goulash.

Szegedin goulash / Foto: Rosa Molinero Trias

Como aperitivo, el queso frito —también tienen una versión de queso marinado—, acompañado de una ensalada rusa donde los pepinillos se hacen notar positivamente. Además, el lángos eslovaco, una masa frita de pan sobre la que se unta crema se agriaba, una cantidad ingente de ajo (nunca sobrante por el placer, pero perenne en el paladar 12 horas más tarde) y queso, acompaña la segunda cerveza, esta vez en jarras anchas, pesadas y contundentes, tal y como uno se siente después de engullir toda esta cerveza y todo este festín extraordinario, un trocito magnífico de aquel país que tenemos la suerte de poder disfrutar bien cerca de casa.