Hay platos que confunden por su nombre y sorprenden por su historia, y pocos ejemplos son tan deliciosamente engañosos como la torronada, un tesoro gastronómico del Maresme que, pese a lo que muchos podrían pensar, no tiene nada que ver con el turrón navideño ni con los dulces que llenan las mesas en diciembre. Lo explica de forma muy clara la cuenta de Instagram @cuinetes_i_cosetes, donde se reivindica este plato del siglo XIX que ha acompañado a generaciones de vecinos de Vilassar de Mar y que encuentra su alma en un ingrediente tan humilde como imprescindible: el garbanzo. En una época donde la despensa era limitada y cada producto se exprimía al máximo, este humilde legumbre marcaba el ritmo de muchas comidas diarias, convirtiéndose en la base de una receta nacida en la cocina marinera y profundamente ligada a la vida dura de quienes pasaban largas horas en el mar.
La torronada, el delicioso plato del Maresme
La torronada, pese a su nombre evocador, es una preparación salada que combina tradición, ingenio y aprovechamiento. Su carácter marinero no impide que en sus versiones más clásicas aparezcan ingredientes de tierra firme como la butifarra negra o la panceta, productos económicos y fáciles de conservar que aportaban sabor, grasa y energía a un plato pensado para alimentar a los trabajadores durante jornadas interminables. Del mismo modo, cuando la suerte acompañaba y el mar era generoso, la receta admitía pescado de playa, tal y como ocurría en muchas cocinas de la costa catalana, donde la disponibilidad marcaba siempre la creatividad culinaria.
Una de las grandes virtudes de la torronada era su capacidad de mantenerse en buen estado durante bastante tiempo, algo esencial en una época en la que los marineros necesitaban comidas resistentes, reconfortantes y que no se estropearan fácilmente. El proceso empezaba hirviendo los garbanzos junto a un hueso de jamón, que impregnaba el caldo de un sabor profundo, y a partir de aquí entraba en juego la destreza de quien lo preparaba: los garbanzos se machacaban hasta formar una pasta rústica, mientras que la panceta o la butifarra se salteaban para liberar sus aromas más intensos. La magia llegaba al mezclarlo todo en la sartén, dándole unas vueltas rápidas hasta que adquiría ese tono tostado que es precisamente lo que da nombre al plato, como si se tratara de un cruce entre un trinxat tradicional y una reinterpretación marinera.
Los garbanzos se machacaban hasta formar una pasta rústica
Ese acabado crujiente, que recuerda ligeramente al dorado del turrón, es seguramente el culpable de la confusión que genera su nombre, pero también es la clave de su personalidad única. La torronada es un ejemplo perfecto de cómo la cocina popular consigue transformar ingredientes asequibles en bocados llenos de memoria, sabor y autenticidad. Y aunque no sea lo que parece, es exactamente lo que muchos buscan: una receta que cuenta historias en cada cucharada.
