4 Gats es mucho más que un restaurante: es un trozo de la historia cultural de Barcelona. En 1897, Pere Romeu, con el apoyo de Santiago Rusiñol, Ramon Casas y Miquel Utrillo, abrió las puertas de este espacio en los bajos de la Casa Martí, inspirado en el cabaret parisino Le Chat Noir. El nombre proviene de una expresión que aún hoy hace sonreír: cuando explicaban el proyecto, muchos respondían que allí sólo irían “cuatro gatos”. Esta ironía acabó convirtiéndose en símbolo de un lugar que marcaría un antes y un después en la vanguardia artística catalana. En este escenario cargado de simbolismo empecé mi recorrido gastronómico con la esqueixada de bacalao 2.0, una reinterpretación fresca y precisa: el bacalao desmigado se combinaba con el dulzor ácido del tomate concassé, el punto crujiente de la cebolla tierna y la intensidad salina de las aceitunas Kalamata. Una entrada que, como los primeros pasos del local, quiere homenajear la tradición con un lenguaje renovado.
4 Gats: una experiencia gastronómica emblemática en el corazón de Barcelona
Durante aquellos primeros años, 4 Gats se convirtió en punto de encuentro de personalidades como Gaudí, Joaquim Mir, Isidre Nonell, Enric Granados o Lluís Millet, pero también de un joven Picasso que expuso por primera vez en 1899 y diseñó la carta del restaurante. Aquellas veladas eran más que comidas: eran tertulias donde, como decía Rusiñol, se buscaba “el alimento del espíritu”. En este espíritu probé la ensalada de romana con mini verduritas del Baix Penedès y una vinagreta de mostaza cítrica, que demostraba cómo un plato aparentemente sencillo puede contener toda la vitalidad del territorio cuando se trabaja con producto de temporada. El chef Vicenç González lo expresa claro: “A todos nos gusta hacer cocina gastronómica, pero esto no puede conllevar que olvidemos la cocina de toda la vida, la tradicional que nos enseñaban nuestras abuelas, la cocina de base”.

Si Picasso encontraba en 4 Gats el primer trampolín para su obra, hoy el restaurante busca ser un escaparate cultural y culinario que conecte con la ciudad. El cocinero lo tiene claro: “Las comparaciones son muy odiosas, pero si miramos a nuestro alrededor comes igual en todas partes. Lo más importante es saber jugar con lo que tenemos en casa. Hay que conocer Barcelona y Cataluña a través de los platos y de nuestros productos”. Un buen ejemplo es el cap i pota a la catalana con mousse de garbanzos del Maresme, un plato que conjuga la rusticidad de la casquería con la suavidad delicada de la legumbre, creando una textura casi sedosa que dignifica la tradición y la lleva a un terreno más contemporáneo.

Las noches en 4 Gats siempre han tenido banda sonora. Hoy, cada tarde, hay actuaciones musicales que recuerdan aquella efervescencia modernista. Y así, con el sonido de fondo de una guitarra en directo, disfruté de uno de los platos más memorables: el salteado de rebozuelos con cocochas de bacalao al pil-pil y tomate. La combinación entre la intensidad terrosa de la seta y la melosidad de la cococha, envuelta por la salsa emulsionada del pil-pil, era pura armonía, casi un concierto en el paladar.
El restaurante, sin embargo, no olvida sus grandes clásicos. El canelón de carne de olla con sesos de ternera, pollo y ralladura de foie es el plato icónico que nunca sale de la carta. Tiene toda la densidad de la cocina catalana de invierno, pero a la vez se eleva con un toque de sofisticación. Vicenç González y su equipo de catorce personas reivindican este regreso a los orígenes, sobre todo después de la pandemia: “Cuando no había turistas en ninguna parte, ¿quién quedaba? Solo la gente de aquí, y esta debería ser la premisa sobre la que trabajar y concienciarse”. Esta reflexión se percibe en cada bocado de un plato que podría haber sido servido hace décadas y que, sin embargo, sigue emocionando.

La voluntad de dialogar con el pasado no excluye la apuesta por el presente. La costilla de cerdo duroc lacada con cremoso de patata causa limeña y cebolla asada es un buen ejemplo: el juego entre el guiso catalán y la influencia peruana aporta un contraste refrescante que enriquece la experiencia sin desdibujar la esencia. Igualmente sorprendente resulta el cordero a baja temperatura coronado con una gamba roja, un mar y montaña que bebe de la cocina popular pero con técnica actual, y que remite al genio de un territorio capaz de mezclar campos y costa en un mismo plato.

El recorrido concluyó con el bacalao de las islas Feroe cocinado a baja temperatura con mejillones, una preparación precisa que subraya la importancia del producto y su cocción respetuosa. Un final que resume bien el objetivo del restaurante: volver a los orígenes sin renunciar a la creatividad. No es casualidad que 4 Gats siga apareciendo en la cultura contemporánea —en 2008, Woody Allen rodó escenas de Vicky Cristina Barcelona— ni que aún hoy sea punto de encuentro para artistas y visitantes de todo el mundo. Pero el mérito actual radica en este esfuerzo por reconciliarse con Barcelona y sus habitantes, ofreciéndoles cocina catalana con orgullo y un relato que atraviesa siglos.

Puede considerarse un error o simplemente que sea fruto de la deriva automática por la que nos dejamos llevar con el paso de los años, pero lo importante es ser consciente y mostrar e imprimir la voluntad para que esto cambie y regresar a aquello que te hizo único y auténtico. Aquella manera de hacer que te colocó en el listado de los restaurantes más emblemáticos de Barcelona. Por eso, el 4 Gats no es únicamente un restaurante histórico, sino un espacio vivo, que sigue reinventándose sin perder su esencia. Tal como lo fue a principios del siglo XX, hoy es de nuevo un lugar donde se come, se habla y se inspira. La propuesta de Vicenç González, centrada en el regreso a la cocina de base, es a la vez un homenaje y una apuesta de futuro: un diálogo constante entre memoria y modernidad que hace del 4 Gats una experiencia gastronómica y cultural imprescindible en el corazón de Barcelona.