En agosto del año pasado, Joan Pérez y Mercè Rosselló se despedían, después de 33 años, de su restaurante, Agullers. Los llantos, las flores, los adioses y los vítores se mezclaban dentro del restaurante aquel último día, cosas que tiene ser una institución de tu barrio. Pero la persiana de Agullers nunca llegó a bajarse porque tomó el relevo Joan Manubens, hijo de Joan Manubens, el hostelero que fundó Cal Pep y, también, familia de Pérez.

Costillas de cabrito rebozadas del restaurante Agullers. / Foto: Rosa Molinero Trias
Costillas de cabrito rebozadas del restaurante Agullers. / Foto: Rosa Molinero Trias

De manera que todavía podemos disfrutar de una cocina que es una estampa precisa del momento del año, hecha metamorfosis comestible. Además, conserva la esencia de lo que hemos comido hace décadas, y es un gusto sentarse en su barra de granito y pedir unas alcachofas al horno con romesco, un fricandó con patatas fritas caseras, unas costillas de cabrito rebozadas (también con su dosis de patata y unos cuantos pimientos de Padrón o un arroz con setas). 

Antes no había menú y ahora tampoco lo hay, y tampoco hace falta para llenar la sala y la barra de una clientela fiel que quiere picar algo al mediodía pero no comer cualquier cosa, con un servicio ágil y rápido

Alcachofas al horno con romesco del restaurante Agullers. / Foto: Rosa Molinero Trias
Alcachofas al horno con romesco del restaurante Agullers. / Foto: Rosa Molinero Trias

Antes no había menú y ahora tampoco lo hay, y tampoco hace falta para llenar la sala y la barra de una clientela fiel que quiere picar algo al mediodía, pero no comer cualquier cosa, con un servicio ágil y rápido. Tienen aperitivos, como unas anchoas y una bomba propia, entrantes, donde destacan buenos platos de verdura, siempre bienvenida durante los mediodías acelerados, y principales, que vienen fuertes con raciones de fricandó, albóndigas con sepia o los calamares de playa a la plancha. Y aún más: la rusa, los caracoles guisados y la tortilla del Pep están en la sección ‘Para compartir’, por si la tarde ya está resuelta y va de bajada o, simplemente, porque sí. 

Agullers es un puntal de esta ciudad, un valor seguro y un santuario del buen comer y económico que ya podemos consagrar muy pronto

Crema catalana del restaurante Agullers. / Foto: Rosa Molinero Trias
Crema catalana del restaurante Agullers. / Foto: Rosa Molinero Trias

Los postres son clásicos y, por lo tanto, todo el mundo encontrará un acierto o más. Aquel día, una crema catalana quemada pone el final a la comida, pero podrían haber sido el flan con nata o la macedonia los platos que me hiciesen salir con una sonrisa de Agullers y poder afirmar, ahora y aquí, que es un puntal de esta ciudad, un valor seguro y un santuario de la comida buena y económica que ya podemos consagrar muy pronto.

Lugares como Agullers son un orgullo a reivindicar: mantienen un patrimonio culinario importante y hacen un servicio público de primera para el trabajador atareado entre semana, ya que son más rápidos y, por supuesto, mucho mejores, que cualquier comida rápida sin alma que por desgracia saturan el barrio del Born.