No ha habido sorpresas y la Asamblea Nacional francesa ha dado la puntilla al gobierno del centrista moderado François Bayrou, después de perder la cuestión de confianza de manera aplastante. La suerte de Francia vuelve a ser una incógnita después de que la pelota haya pasado al presidente de la República, Emmanuel Macron, que con Bayrou ha quemado su tercer cartucho en poco más de un año tras los fracasos de Gabriel Attal y Michel Barnier. La cuarta bala de Macron, si se mantiene en su posición de no convocar elecciones, puede venir del Partido Socialista, que ya se ha ofrecido para intentar armar una nueva mayoría. Es pronto para eso, seguramente, ya que incluso en Francia, donde los primeros ministros duran últimamente tan poco tiempo, como sucedía en Italia en el final de época de la democracia cristiana, los movimientos políticos necesitan su tiempo. Bayrou ha caído con dignidad y poniendo a los franceses ante un espejo en el que nadie se quiere ver, como es la necesidad de un contundente plan de austeridad: "El riesgo para Francia será igual, ustedes tienen el poder de borrar el gobierno, pero no de borrar la realidad".

El declive francés, muy lejos de aquella grandeur que se perdió varios años antes del cambio de siglo y que personificó a la perfección François Mitterrand, que estuvo en el Elíseo hasta 1995, durante catorce años, el período más largo de la historia en la presidencia, es imparable. Varios presidentes consecutivos han acumulado mandatos sin abordar las reformas imprescindibles que el país necesitaba y hoy Francia necesita realizar un esfuerzo muy serio que pasa por congelar pensiones y recortar gasto social y sanitario con un ajuste presupuestario a cuatro años, que comenzaría en 2026, con un esfuerzo anual de 43.800 millones para reducir el gasto y aumentar los ingresos. Además de suprimir dos días festivos de los once anuales existentes. La deuda pública francesa ha cerrado el primer semestre de este año en 3,3458 billones de euros, lo que supone un 114% del PIB nacional. Bayrou ha recordado que esa deuda aumenta al ritmo de 5.000 euros por segundo, lo que supone más de 150.000 millones adicionales cada año, una situación ciertamente insostenible.

Bayrou ha caído con dignidad y poniendo a los franceses ante un espejo en el que nadie se quiere ver, como es la necesidad de un contundente plan de austeridad

Obviamente, Bayrou, en las actuales condiciones, muy marcadas por un populismo rampante a derecha (Marine Le Pen) e izquierda (Jean-Luc Mélenchon) no tenía posibilidad alguna de salir vivo. Tampoco su reflexión sobre la necesidad de que los que tienen más edad estén dispuestos a unir sus esfuerzos para aliviar la deuda que pesa sobre los jóvenes y pesará sobre ellos. Escuchando al primer ministro francés, uno podía temer que estaba hablando de España o de Catalunya, ya que los problemas no eran muy diferentes. La diferencia es que aquí de esos problemas se habla poco, como si no se pudiera hablar a la ciudadanía de la gravedad de los problemas reales de la gente. Me quedo con dos momentos en los que costaría distinguir si habla de aquí o de allí: "Nos enfrentamos a un enorme problema en la educación nacional", afirma François Bayrou, que habla de un "descenso de categoría" para Francia. También menciona un modelo social "desestabilizado por el desequilibrio demográfico". Continúa su lista de problemas con la vivienda, la "seguridad y la justicia", las "migraciones relacionadas con las diferencias de desarrollo" y el desequilibrio entre las grandes ciudades y el "desierto francés". Un catálogo que no tiene los Pirineos de por medio.

La gran pregunta es si todos estos problemas se pueden abordar desde el minifundismo político actual y el populismo que invade cada vez más parcelas de poder. Francia es un ejemplo, pero lo es también Reino Unido, Alemania e Italia. En España, cae en las encuestas el PSOE de Pedro Sánchez, pero los principales beneficiados son Vox y Santiago Abascal. La reacción de Macron a la caída del inquilino de Matignon fue la previsible, que tomaba nota y en los próximos días haría una propuesta. Todo muy normal y acorde con el hecho de que Bayrou sea el sexto primer ministro de Macron desde su elección en 2017, pero el quinto desde 2022. Una auténtica guillotina en los últimos tres años y la expresión de un descontento creciente que contribuye enormemente a dar alas a los extremos políticos que reclaman la convocatoria de elecciones presidenciales y la cabeza de Macron, incapaz de encontrar una solución estable que empieza a parecerse a la de Pedro Sánchez. Ostenta el poder, pero gobernar se ha convertido en una labor casi imposible.