Una enorme y lóbrega ola recorre Occidente y ha comenzado a devastar partes muy importantes del mismo. Ha entrado en las mentes y en las casas, y ha invadido calles y plazas. También se ha apoderado de pueblos, ciudades, regiones y naciones. Controla algunos estados. Allí donde no manda en solitario, lo hace de la mano de la derecha tradicional. Y, si no, asedia al poder, se abalanza sobre él dispuesta a asaltarlo cuando la ocasión se presente. Pero la metáfora de la ola —que se ha levantado poderosamente, se ha doblado sobre nosotros y ha iniciado la destrucción— no es exacta. No lo es por muchas razones, entre otras porque la ola, en realidad, no es una, sino muchas. Tienen grandes semejanzas y comparten un mismo impulso, pero cada una es diferente de las otras. Son a la vez lo mismo y diferentes. En el caso español, lleva un nombre latino: Vox, que quiere decir 'voz'. Y remite directamente al sintagma Vox populi, 'la voz del pueblo'. El populismo es uno de los elementos que las olas comparten.

Existen un puñado de características que hermanan a todas las extremas derechas populistas, ciertamente, pero al mismo tiempo todas presentan fisonomías propias, porque han sido engendradas y se han desarrollado y fortalecido en contextos diferentes. Vox, por ejemplo, es una hibridación entre la genética común del movimiento y aquellas otras características propias de su hábitat. Este injerto lo explica muy bien el periodista y también diputado Francesc-Marc Álvaro en un libro de reciente aparición y título redondo: El franquisme en temps de Trump (Pòrtic). En el caso español, la mezcla se produce fundamentalmente con el franquismo y su aparato ideológico y sentimental. El impulso de la ola internacional ha despertado de la latencia a aquel franquismo nunca extinguido, siempre presente en el medio social y en las estructuras de poder. Entre otros motivos, porque lo que se produjo en España no fue una ruptura ni una severa condena del pasado, sino el desplazamiento de un estadio a otro —de dictadura a democracia—, por eso a aquellos años se los llamó la Transición. Transición significa 'evolución, cambio de lugar'. El pacto fundamental de la Transición consistía en no declarar ni vencedores ni vencidos, ni víctimas ni victimarios. En no pasar cuentas. En la amnesia. La izquierda —comenzando por el PSOE de Felipe González— se ciñó al pie de la letra a este esquema. Naturalmente, todo ello ha hecho más posible, más fácil, la impugnación del consenso democrático por parte de los “herederos de los vencedores de la Guerra Civil”, como los denomina el politólogo Oriol Bartomeus, citado en el libro de Álvaro.

En El franquisme en temps de Trump se estudia la relación de Vox con el trumpismo y con la extrema derecha populista internacional. También las vetas de continuidad entre el franquismo y el neofranquismo —así lo llama Álvaro— de Vox. Igualmente, se profundiza en la actitud del PP, la derecha tradicional local, y se censura su parentesco con Vox, así como la debilidad de sus convicciones y la magrez estratégica. Tanto es así, añado, que no es solo que Vox fuera en origen una escisión, un gajo de la naranja. Es que hoy Vox se ha apropiado parcialmente del PP, y ha gangrenado órganos vitales de su organismo, lo que, en parte, explica la torpeza y la impericia que muestran sus dirigentes, con Alberto Núñez Feijóo al frente, a la hora de enfrentarse a la serpiente local de esta horrible Medusa.

¡Nunca los hijos habían estado a la derecha de padres y abuelos!

Pero no toda la responsabilidad debe ser de las derechas. Sería demasiado fácil. Que la ola haya cogido tanta fuerza, que el movimiento pendular sea tan brusco, no puede ser culpa solo de los conservadores y su forma de pensar y de hacer. Ni tampoco, por ejemplo, de los liberales. Ni de internet, las redes y la esfera digital, que tanto han contribuido a la disolución de la idea vertebral de verdad. Todo el mundo, absolutamente todo, tiene que hacer examen de conciencia y hacer un esfuerzo por entender, por ejemplo, por qué Vox —y su caterva de camaradas— se han convertido, a ojos de los más jóvenes, en una forma no solo legítima, sino guay, chula, sugestiva, sexi, de protesta. De rebelión. ¡Nunca los hijos habían estado a la derecha de padres y abuelos! Como ha declarado Abascal: “La derecha es el nuevo punk”. Cuando Abascal dice la derecha, quiere decir, se entiende, Vox. Y, cuando yo afirmo que todo el mundo tiene que reflexionar, quiero decir también, claro, la izquierda. La socialdemocracia y todo aquello más allá de la socialdemocracia. Si el fenómeno al que estamos asistiendo con estupor es un movimiento de reacción, un desquite y una venganza, lo es contra algo, ¿verdad?

Álvaro nos interpela en su libro. Y nos pregunta por aquello que hay que hacer. “Y ahora que ya sabemos que va en serio, ¿qué harás tú, querida lectora, querido lector?”. Hasta que esta labor de análisis y autocrítica profundas a la que me refería no se haga, y no se haga de verdad, que quiere decir con radical sinceridad, aquellos a los que no nos gusta ni la ola ni ninguna de las serpientes de Medusa continuaremos con un brazo atado a la espalda. Por desgracia, ya no estamos a tiempo de —como decía el militar, estratega y pensador chino Sunzi— ganar la guerra antes de que empiece. Ya ha empezado. Ya la estamos librando. Ahora lo que hace falta es honestidad con nosotros mismos, lucidez y la necesaria determinación para intentar vencer.