Uno puede pensar que ya hay suficientes bares de vinos. De platillos y tapas. De espacios donde el diseño es moderno, la música se pincha en vinilo y el público es joven y viene a disfrutar de un lugar que está de moda. Y yo me pregunto: ¿qué daño hay? Parece que nos angustie el esfuerzo, el hecho de que alguien haya pensado y repensado cómo quiere que sea la experiencia y a qué público quiere atraer. En este retorno nuestro a disfrutar de los bares de antes, cosa que debemos seguir haciendo y defendiendo al máximo, también hay espacio para celebrar los nuevos bares que quieren ofrecer algo diferente. Porque la tradición es necesaria, pero también hay que seguir avanzando.
Amateur: una cocina creativa y una carta de vinos territorial
El caso del bar Amateur, como tantos otros nuevos bares de vinos naturales, aporta varias cosas beneficiosas para el ecosistema gastronómico de la ciudad. La primera, una carta de vinos compuesta mayoritariamente por referencias de pequeños elaboradores nacionales, de manera que revierte positivamente en el territorio y aumenta su interés. La segunda, que su cocina es original y creativa, y que de ella salen platos de factura lo suficientemente apetitosa para entusiasmar al neófito y, a la vez, con una complejidad que estimula el hambre por saber un poco más de cocina.
Y la tercera, que acerca todo esto a un público joven, que llega seducido por la estética de la sala, de los platos, de la banda sonora, del personal y de la clientela, porque todo el mundo va o por lo que sea, y que en la mesa es confrontado por elaboraciones y vinos que hablan de un territorio, de un carácter y de unas ideas. Y así es como creo que, en parte, la cultura gastronómica de una ciudad y de una sociedad sube de nivel. Brindo por ello con el Ancestral 2024 de Fernando Angulo.
La visita al bar Amateur me ha hecho pensar en todo esto, pero también disfruté mucho de todos sus platos que son una fiesta de la huerta: el puré de zanahoria y anacardos con dukkah de avellana, la ensalada de tomate con pipas de calabaza garrapiñadas y albahaca, la coliflor con crema agria, vinagreta de almendra y pomelo y de los espárragos verdes con gazpacho de melocotón, limón y albahaca.
De la parte animal, me decepcionó el plato de pescado curado, una corvina previamente enterrada en sal y azúcar que presentaba una textura demasiado astillosa, pero me gustó la codorniz, que llega a la mesa en su punto, con la piel crujiente y la carne melosa. La pluma ibérica, acompañada de una crema de cebolla caramelizada y mermelada de chiles, se me hace un poco demasiado dulce, pero es tierna y se acompaña de una pequeña ensalada de cebolla envinagrada y eneldo, y de un buen corte de limón, que ayuda a refrescar.
De los dos postres a la carta, el cremoso de avellana y chocolate, con frutos rojos y fresas, y el cremoso de pistacho con naranja y crujiente de chocolate blanco, elijo el segundo y no es para mí, y pienso que estaría bien que hubiera uno fresco y más equilibrado en azúcar, pero sé que en el mundo hay clientes muy golosos que dejarán el plato limpio como una patena.