A cualquiera que haya ido de campamentos le sonará el nombre Tavertet, un pequeño pueblo colgado como un nido de buitres en un abismo del Collsacabra. Justo aquí, cobijado por las grutas, los acantilados y un despliegue de accidentes insalvables, hace cuatrocientos años un tal Serrallonga se dedicó a ‘bandolear’, y de ahí la canción y todo el cuento. Sabemos que Serrallonga dirigía un grupo de ladrones y asesinos, y que ocultaba sus víctimas y tesoros en algún escondrijo de este lugar, como por ejemplo el antiguo castillo del Puig de la Força. Después de una vida acostumbrada a las brutalidades, pero, finalmente lo atraparon y su condena a muerte fue de lo más ejemplar: recibió cien azotes, le cortaron las orejas, lo descuartizaron y colgaron su cabeza dentro de una jaula en el portal de Sant Antoni. Una vez muerto el personaje, empezaría la leyenda. Y durante el Renaixença, Serrallonga se convertiría en el ejemplo perfecto del patriota catalán en contra del régimen centralista (es cierto que también asaltaba los impuestos cuando no mataba catalanes). Así, en cuestión de pocos años, su fama de Robin Hood traspasaría fronteras, e incluso corrió como la pólvora el mito de su tesoro perdido. Personalmente, si tuviera que esconder cualquier cosa entre las Guilleries y el Collsacabra, sin duda escogería el castillo de Tavertet; una antigua masía rodeada de precipicios donde hace cuatro años se instaló Casa Virupa, un centro budista de meditación y retiros con una food truck de cocina vegana y un interesantísimo programa de conciertos en vivo en verano.
En la tradición del budismo, tibetano los objetos se utilizan como representación de ideas o pensamientos para facilitar la práctica meditativa
El Lama Norbu dirige una meditación matinal / Foto: Casa Virupa
Desde Tavertet, el camino que lleva a la Casa Virupa es como si estuviera trazado sobre el lomo de una grandísima serpiente. Hace un día medio soleado, el aire huele a setas y las nubes pasan a gran velocidad por encima nuestro, casi silbando. La casa aparece al final de la carretera, allí donde parece que el coche tenga que despeñarse y rodar hasta el pantano de Sau. Sin embargo, el precipicio definitivo aún se encuentra a unos doscientos metros, y en los alrededores de la masía hay huertos de todo tipo abarrotados de verduras y plantas aromáticas. Aparcamos el coche. Hemos quedado con Gloria, una de las jóvenes fundadoras de Casa Virupa (junto con el Lama Norbu, el maestro residente, y Berta) para hablar sobre la publicación del libro Resistencia desde la cocina; pero no tenemos prisa y decidimos pasear un rato. Tengo que reconocer que el espacio es especial. De un árbol cuelga un objeto sonoro, muy armónico, que el viento acaricia e interpreta. Y por todas partes revolotean las banderolas tibetanas lung ta cargadas de buenas oraciones que, tal como me cuenta la Gloria, el aire se lleva para que se hagan realidad. "En la tradición del budismo tibetano, que es la rama del budismo que se practica en Tavertet, los objetos se utilizan como representación de ideas o pensamientos para facilitar la práctica meditativa; y también para mantenernos conectados y no olvidar los fundamentos de nuestra filosofía".
Espaguetis con salsa de remolacha / Foto: Casa Virupa
La idea de hacer un libro de cocina se convirtió en un reclamo popular de todos aquellos que pasan por aquí
Ha llegado la hora de comer. Hace sol y toda la comunidad se congrega en torno a una gran mesa de madera. De entrada, sorprende que la media de edad de todos los miembros no supere la treintena, y que la comida, a pesar de las constantes referencias al Tíbet, tenga la florida apariencia de una auténtica cocina mediterránea. Como aperitivo, se sirve ensalada y crema de calabaza, del huerto. De primero, pasta alla norma con un 'parmesano' de ajos y almendras ralladas exquisito. De plato principal, un sucedáneo de pollo vegetal con ciruelas y piñones que transporta verdaderamente a la Navidad. Y, de postre, un brownie de chocolate. Tengo que reconocer que me hubieran ilusionado más una papilla de cebada con mantequilla de yak, o un arroz con curry y hierbas del Himalaya. Pero en Casa Virupa, aparte de veganos, no quieren renunciar a los sabores de siempre. Y, a juzgar por el gran festín, parece que esto tenga sentido. De hecho, gusta tanto su comida, que la idea de hacer un libro de cocina se convirtió en un reclamo popular de todos aquellos que pasan por aquí; o bien a los retiros de los fines de semana (muy recomendables), o bien a disfrutar de un concierto y un bocadillo en verano. Lo que nadie se esperaba, sin embargo, es que esta publicación fuera mucho más allá y se acabara convirtiendo en una insurrección contra el sufrimiento animal a través de un compendio de recetas y fotografías muy cuidadas; para más inri encuadernado como si se tratara del mismísimo dietario de Buda.
Junto a esta comunidad budista, el rebaño ha reencontrado su lugar en el mundo y no sería justo arrebatarles esta conquista
El rebaño de cabras asilvestradas de los riscos de Tavertet / Foto: Casa Virupa
No muy lejos de Casa Virupa pasta un rebaño de cabras asilvestradas. A juzgar por sus colores, diría que un par o tres son de raza alpina, por lo que imagino que formaban parte de algún rebaño lechero. Sobre el resto, diré sólo que tienen una retirada balear. Ante unos animales de pastoreo libre como estos, he de reconocer que se me hace la boca agua con sólo imaginarlos al horno, marinados con enebros, ajedrea, o cualquiera de los frutos salvajes que albergan estas rocas. Pero lo cierto es que aquí, al lado de esta comunidad budista, el rebaño ha reencontrado su lugar en el mundo y no sería justo arrebatarles esta conquista. Qué suerte, me digo, que las cabras puedan vivir tranquilas en un lugar como este. Y qué desgracia que la industria de la carne tenga sometidos a millones de animales en condiciones extremas, y que todo esto provoque la deforestación de la Amazonia o el incremento de gases de efecto invernadero. Frente a esta realidad, es lógico y comprensible que haya corrientes filosóficas que defiendan el veganismo, aunque mi opción personal sea la de defender e ingerir sólo aquella carne de pasto ecológica de proximidad. Pero la vida da muchas vueltas, y quién sabe si no acabaremos todas y todos siendo veganos. En todo caso, no hay que ser vegano para hacer una comida vegana, ni ser vegano para comprar el libro de Casa Virupa (www.casavirupa.com/resistencia). Ni siquiera es necesario ser budista para ser vegano, ni ser vegano para ser budista, porque hay budistas que comen carne. Ha llegado la hora de partir de Casa Virupa y no me quito de la cabeza el tesoro perdido de Tavertet.
Comida en comunidad en la era de la antigua masía / Foto: Casa Virupa