“Persigue tus sueños”. “La única manera de tener éxito es intentarlo siempre”.“Puedes con todo”. “La única cosa imposible es aquella que no intentas”. Estas insoportables frases motivacionales me estremecen. Rompería cada una de las tazas que llevan impresos estos textos malditos. Una frase no cambiará nada. No cambiará tu manera de ser ni de hacer. Lo que sí que cambia nuestras vidas son los gestos; son las acciones. Y una de las más importantes, y tristemente abandonada, tiene mucha relación con la gastronomía.

“Estás loco”,“¿qué dices?”, “no sé” o “me da pereza” son algunas de las respuestas que he obtenido estos días cuando he ido preguntando a mi entorno si tienen la costumbre de cocinar para ellos mismos. Es un acto de amor propio, un abrazo a uno mismo y a la relevancia que nos damos a nosotros mismos. Un acto de rebeldía contra las grandes cadenas de supermercados que nos quieren tontos e ineptos. Que no sepamos distinguir una vitrocerámica de una cocina de inducción; que no sepamos qué productos son de temporada o los diferentes tipos de pescado, por ejemplo.

Es una responsabilidad social, cultural, económica y de país. Sí señor. En el ámbito social, fomenta hábitos saludables y autonomía personal, para no hablar de los beneficios psicológicos, la tranquilidad que proporciona y el tiempo imprescindible para la reflexión. Culturalmente, cocinar es preservar la memoria gastronómica, transmitir identidad y resistir a la uniformización global. Económicamente, implica ahorro, apoyo a los pequeños productores y menos despilfarro. Y desde el punto de vista medioambiental, cocinar con productos de proximidad reduce residuos, emisiones y fomenta la soberanía alimentaria.

Cocinarse es amarse a fuego lento; es cuidarse con la delicadeza de quien sabe que nadie te mirará mientras lo haces porque no podemos olvidar de que también nos merecemos un buen plato, aunque no venga nadie a cenar

Cuando una persona cocina, escoge qué come, cómo lo come y a quién da apoyo con sus decisiones. Por eso, cocinar no es solo alimentarse: es un gesto de compromiso con un modelo de vida más sostenible, consciente y arraigado en el territorio. Cocinar para uno mismo, en el fondo, es cocinar para todo el mundo. Es una cocina que se hace sola; pero una cocina que no se siente sola.

Y en este escenario que describo con un sincero y puro romanticismo encontramos las dos caras de la moneda. Por una parte, la presión asfixiante y creciente de las grandes cadenas de supermercado con los platos preparados y la nociva quinta gama; de la otra, la existencia de cuentas de creación de contenido culinario en catalán como por ejemplo Ada Parellada, pero también la nueva la aparición que seduce a un público joven como es la cuenta de Taula per Dos, entre muchos otros. Aquí tenemos un recetario rico, extenso y delicioso para, como mínimo, no tener que rompernos la cabeza pensando qué cocinar.

Un primer paso que tendría que facilitar el inicio de la ruptura del dogma de que la cocina catalana se está perdiendo y que las personas no cocinan para sí mismas. Porque, claro está, es precioso y tierno cocinar aquellos canelones o aquella fideuá para toda la familia y ver las sonrisas de los padres, los hijos y los nietos felices con aquella receta a la que has dedicado horas. Pero a veces tendríamos que poner un espejo en la cocina para observar la sonrisa que se nos dibuja de oreja a oreja cuando estamos preparando aquel plato para nosotros solos. Porque puede ser fácil, divertido y alentador, enfundarse el delantal y cocinar alguna cosita por amor propio. Lo estamos perdiendo y no lo podemos permitir con la lujosa despensa gastronómica de nuestro país. Cocinemos más. Cocinemos siempre. También para nosotros solos. Dejo de escribir estas líneas para ponerme a preparar un aperitivo que enseñó Ada Parellada, una exquisita tostada de tomates cherry y crema de pistachos y requesón para complementarlo con un impresionante mar y montaña de pollo y cigalas, que nos descubrieron Alba y Laura de @taulaperdos_. Y es que el restaurante preferido de todos tendría que ser el que de casa de cada uno, porque es cuando los platos están hechos con más ganas y con más afecto.