El Bar But es de esos locales que entran por la vista sin forzar nada. Tiene un encanto natural, descarado pero cálido, de esos que solo consiguen los bares que conocen bien su barrio. Un espacio pequeño, de madera clara y plantas, con una barra viva que da la bienvenida como si fueras un habitual aunque vayas por primera vez. Todo hace pensar en un bar informal, de esos para tomar una cerveza después del trabajo, pero al cabo de pocos minutos descubres que aquí la cosa va mucho más allá: hay cocina de verdad, elaboración y sensibilidad, y una carta que se mueve entre el confort y la sorpresa.
El Bar But se ha ganado fama de ser uno de esos lugares “sin artificio”, pero que trabajan producto de calidad. Platos elaborados disfrazados de tapa y una atmósfera que hace que el tiempo se detenga un poco. El local es pequeño, sí, y casi siempre lleno —suficiente motivo para reservar—, pero el espacio tiene esa energía que solo tienen los bares que funcionan como punto de encuentro del barrio. Gente apoyada en la barra a la entrada, chupitos de vermut, una gilda volando, el altillo siempre animado… Gràcia pura y dura
Tapas pequeñas con alma grande
Empezamos como se tiene que empezar: con una gilda clásica, bien equilibrada y con un buen filete de anchoa. Un bocado que abre el apetito sin ruido, pero con intención, y que nos prepara para el primer golpe en la mesa: el brie trufado del chef.
Esta es, literalmente, una cuña de brie partida por la mitad y rellena de una crema de trufa generosa. Aquí no hay medias tintas. La trufa está, se nota, y el queso mantiene esa textura amable que tanto gusta del brie. Un detalle importante —y que se agradece mucho— es que hay de sobra. Nada de esas situaciones absurdas de tener brie para dar y vender y solo cuatro tostaditas minúsculas. Aquí, todo proporción y abundancia.
El plato más divertido, sin embargo, fue la brava del Bar But. Es imposible no comentarla. No son patatas: es un gofre de patata. Una idea que, de entrada, parece una extravagancia, pero que cuando la pruebas tiene todo el sentido del mundo. Cada cuadradito del gofre está relleno: uno de salsa brava bien picante —picante de verdad— y otro de alioli suave y cremoso. Por encima, un buen chorro de aceite infusionado con una hierba verde que aporta frescor. Es divertida, sorprendente y, sobre todo, muy buena.
Después probamos unas tostaditas finísimas con mantequilla y anchoa. La combinación es un clásico universal, pero aquí el tratamiento es elegante: la tostada, tan fina y crujiente, casi se rompe entre los dedos, la anchoa es carnosa y de calidad, y la mantequilla, aireada y cremosa, se funde con una suavidad deliciosa. Es un bocado corto, pero profundo, que combina potencia y delicadeza
El último plato fue un mollete de porchetta con un punto de encurtido (seguramente pepino) que equilibra la grasa y refresca. El mollete —ese panecillo blanco, tierno, casi esponjoso— contrasta muy bien con una porchetta tierna, melosa, de esas que hacen honor a su origen italiano. Un bocadillo que parece sencillo pero que está extremadamente bien cuidado.
Un bar que ha entendido cómo se come hoy
Si algo define Bar But es esta mezcla entre informalidad de bar y excelencia de cocina. Es el lugar al que vas a tomar una copa y acabas cenando, donde una tapa puede tener más elaboración de lo que parece y donde el ambiente acompaña siempre
El servicio también merece mención: cercano, simpático y atento. De esos equipos que aman lo que hacen y lo transmiten. Y como el espacio es reducido, el movimiento constante de gente en la barra, el altillo y las mesas crea esa sensación de “lugar vivo” que tanto cuesta de encontrar.
No hace falta decir que el Bar But es una parada obligatoria para quien ama las tapas bien hechas y los lugares con personalidad. Un bar de Gràcia que cocina como un restaurante, que sorprende sin aspavientos y que deja ganas de volver. Platos que entran por los ojos, pero sobre todo por el paladar. Uno de aquellos rincones que mantienen vivo el espíritu gastronómico del barrio: cercano, artesanal y con carácter.
