La misma noche del 26 de mayo de 2019, una vez conocidos los resultados de las elecciones municipales, Jaume Collboni y Manuel Valls se pusieron de acuerdo en sumar esfuerzos para evitar que Ernest Maragall, candidato de ERC y ganador de las elecciones, se convirtiera en nuevo alcalde de Barcelona. El precio a pagar, claro, era favorecer la investidura de Ada Colau, que repetiría mandato. Así se dio a conocer en mayo de 2021, cuando las explicaciones de los tres partidos, PSC, Barcelona pel Canvi -ahora, Valents- y Barcelona en Comú, pese a parecer contradictorias, acabaron encajando. Colau fue alcaldesa por tres votos regalados -los de Manuel Valls, Eva Parera y, atención, Celestino Corbacho-, pero a quien no le salió gratis la jugada fue a Jaume Collboni.

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El líder de los socialistas barceloneses tenía claro que quería entrar en el nuevo gobierno municipal -ya formó parte temporalmente en el anterior mandato- y las condiciones que le impuso Manuel Valls le parecieron del todo asumibles: "Ser contundentes contra el independentismo y contra los populismos de los comunes", según explicó Eva Parera. Es decir, que Collboni asumió desde el minuto cero un papel de oposición interna al mismo gobierno municipal del cual formaba parte, y aunque a lo largo de lo que llevamos de mandato ha habido discrepancias en temas suficientemente conocidos, como el Hermitage y la ampliación del aeropuerto del Prat, lo cierto es que, al menos de cara a la galería, la sangre no ha llegado nunca al río.

Ahora bien, cuando queda poco más de medio año para las elecciones municipales 2023 la situación ha tomado un grado de definición que hace que las divergencias entre los dos socios de gobierno sean cada día más patentes, y eso se explica porque ya ha quedado suficientemente claro que los ahora compañeros, serán rivales dentro de pocos meses, y los dos son perfectamente conscientes. El pasado 5 de noviembre, el PSC barcelonés proclamó a Collboni como alcaldable, poniendo punto final a todas las conjuras de salón que apuntaban a que el candidato el 28-M sería alguna primera espada de los socialistas catalanes como Salvador Illa o Miquel Iceta.

Nunca se puede dar nada por hecho

Aunque en confección de listas nunca se puede dar por nada por hecho, ya que en los últimos meses se han descabalgado dos candidatas proclamadas por sus partidos, Elsa Artadi en Junts per Catalunya y Luz Guilarte en Ciudadanos, parece ya imposible que Collboni no sea el candidato del PSC. Por su parte, Ada Colau, una vez atendida la petición de su propio partido de optar a un tercer mandato, ahora tiene pendiente el trámite puramente burocrático de pasar por un proceso de primarias donde la sorpresa -más bien, el terremoto político-, sería que no saliera escogida como cabeza de lista.

En este contexto, voluble por el hecho de que todavía no se ha concretado la eventual candidatura del alcalde Xavier Trias como cabeza de lista de Junts per Catalunya -y eso que este partido se dio de plazo el mes de octubre, y estamos casi a mediados de noviembre- y con unas encuestas que mayoritariamente dan como favorito al candidato de ERC, Ernest Maragall, no hay que ser muy entendido en sumas y restas para considerar la posibilidad de que se pueda repetir un gobierno bipartito BComú-PSC -o PSC-BComú- si entre los dos suman los 21 concejales necesarios para desbancar Maragall en el supuesto de que gane las elecciones.

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Joaquim Forn, Jaume Collboni, Ada Colau y Ernest Maragall el día de la investidura / Foto: ACN

En este eventual escenario, sacar un solo voto más que el otro puede ser primordial para determinar quien acabe llevando la vara de alcalde/esa y por eso mismo, Colau y Collboni ya hace semanas que se miran de reojo porque saben que tienen por delante medio año en que tendrán que jugar un doble papel, el de mantener la gobernabilidad de la ciudad en el tramo final del mandato y el de marcar distancias y asumir perfil propio. Después de tres años y medio como socios, ha llegado la hora de explotar las divergencias, y quien más se presta a ello es Collboni que puntualiza todas y cada una de las decisiones de Colau siempre que tiene ocasión.

Ejemplos a diestro y siniestro

¿Ejemplos? Ya se ha hablado de los que se han desarrollado a lo largo del mandato, con controversias evidentes como la instalación del Museo Hermitage -que podría acabar, completamente reformulado, en l'Hospitalet de Llobregat- o la ampliación del aeropuerto del Prat. Las ha habido también en el campo político, en especial las relacionadas con el procés independentista, y que, precisamente, dada la ubicación de cada partido en el eje ideológico Espanya-Catalunya son menos sorprendentes y no han afectado al gobierno municipal, a diferencia del anterior mandato, cuando justamente supuso la ruptura a causa del apoyo socialista a la aplicación del artículo 155 y la liquidación del Govern en otoño de 2017.

En otro nivel estuvo la controversia del Porta a porta, cuando Collboni, ejerciendo de alguna manera de barón territorial, decidió unilateralmente que en el barrio de Horta no se aplicaría este sistema de recogida selectiva de basura. Y el tiempo le dio la razón, porque todo el programa está paralizado. Otra divergencia ha sido el problema de la limpieza, mientras Colau ha negado que Barcelona sea una ciudad sucia, Collboni no ha tenido ningún problema para enmendar a la alcaldesa y reconocer que sí, que hay problemas de suciedad. Y no hace ni un mes hubo fuertes discrepancias respecto los presupuestos, con suspensión de presentaciones y un enredo que acabó salpicando incluso a ERC.

JAUME COLLBONI ADA COLAU / Foto: Montse Giralt
Jaume Collboni y Ada Colau en una aparente imagen de complicidad / Foto: Montse Giralt

El caso es que en las últimas semanas estas divergencias han ido en aumento y nada lleva a creer que la situación disminuya en el futuro, si no que más bien se irá haciendo más grande. Así, aunque de cara a la galería todo sean sonrisas amables -como cuando Colau cedió la palabra a Collboni en la inauguración de la nueva comisaría del Raval aunque no quedó muy claro en calidad de qué asistía- el hecho es que a la que se rasca un poco en los proyectos de final de mandato ya se ve que todo el mundo pone de su parte para marcar la diferencia.

El Modelo Superilla y el riesgo de colapso

Así, el Model Superilla, que durante este mandato, e incluso fuera de previsión, se ha convertido en el elemento clave de la obra de gobierno de Ada Colau, no es plato de buen gusto para Collboni, que esta misma semana, en declaraciones en Catalunya Ràdio, dio a entender que si llega a la alcaldía enfriaría su aplicación, porque a pesar de ser favorable a las políticas que ayuden "a reducir la contaminación y el tráfico", se alinea con las tesis del RACC y considera que "hay un riesgo de colapso y de bloqueo de la ciudad", para remachar que "la idea de convertir todo el Eixample en un parque es imposible".

También esta misma semana, el candidato socialista ha mostrado sus discrepancias con los planes de reurbanización de la ronda de Sant Antoni presentados por el Ayuntamiento y ha defendido el proyecto del 2018, que preveía más presencia del tránsito rodado. De hecho, se ha quedado a un paso de pronunciar la frase mágica de anunciar la paralización del proyecto en caso de que consiga la alcaldía. Y todavía un último ejemplo, sobre la posibilidad de hacer pagar las motos para aparcar en la calle, una posibilidad que de momento no está sobre la mesa pero que los comunes no ven con malos ojos, Collboni ha sido tajante: "En absoluto".

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Collboni y Colau seguirán siendo socios seis meses más. ¿Qué pasará después? / Foto: ACN

Todo ello son ejemplos que la carrera electoral ya ha empezado y Colau y Collboni tendrán que afrontar una relación incómoda durante los próximos meses, donde las divergencias mutuas irán en aumento a causa de la necesidad de magnificar las diferencias. Con todo, si las promesas electorales no siempre se cumplen, todavía menos las preelectorales y en este sentido, atención a la que lanzó Collboni el día de su proclamación: "Me presento para ganar, no para hacer alcaldesa a nadie". Pero vaya, también Colau aseguró que no sería alcaldesa gracias a Manuel Valls pero arrebató la alcaldía a Ernest Maragall. Y al final, dependiendo de los resultados del 28-M, la decisión definitiva la tendrá que tomar la calculadora.