Mañana empieza una semana que tendrá el foco en Perpinyà. Será en la reunión de la ejecutiva de Junts donde se escenificará la decisión que ha tomado respecto a la alianza estratégica que mantiene con Pedro Sánchez. Todos los signos conducen hacia la ruptura, tanto por las declaraciones del propio Puigdemont o de Turull, como por la contundencia del discurso de Nogueras en el Congreso —“la hora del cambio”—, o la convocatoria de una consulta con la militancia que valide la decisión del ejecutivo. Si fueron los militantes los que validaron el inicio de la legislatura, también serán los que, presumiblemente, validen su final. O, en todo caso, el final del acuerdo con Junts, que, inevitablemente, deja la legislatura en la UCI. Si pasa, pues, lo que parece que podría pasar, la semana que viene puede marcar el inicio del final de Pedro Sánchez. Es posible que tuviera la tentación de continuar, aferrado a su notable resiliencia, pero, con Junts en la oposición, la actual fragilidad sobrepasa el punto de ruptura.

La otra señal que demuestra la importancia de lo que puede pasar en Perpinyà es la reacción desesperada que ha tenido Pedro Sánchez, que se ha sacado un conejo de la chistera para intentar detener, in extremis, la probable decisión. De repente, resulta que Alemania acepta una bilateral para hablar del catalán, y que el Gobierno se presta a ello, y bla, bla, bla, la última bolita del juego del trilero al que nos tiene acostumbrados el sanchismo. En este punto, un par de cosas más: la primera, que Pedro Sánchez sabe perfectamente, desde la última reunión en Suiza, que el trayecto ya no tenía más recorrido y que la paciencia de Junts se había acabado. La segunda, que la maniobra de Alemania la podía haber hecho antes —porque no se prepara en un día— y ha jugado tácticamente con el calendario. Y la tercera, las dudas sobre la verdad de la información, porque, pese a los titulares grandilocuentes, horas después de la noticia, el gobierno alemán ha desmentido que haya cambiado de posición, por lo que no sabemos si todo es mentira, es media verdad o es una manipulación de manual. Cierto que la noticia se ha producido, cierto que lo hace a destiempo y de forma precipitada, cierto que simula que hay un cambio de criterio en Alemania, cierto que Alemania lo niega, cierto que se trata de un país serio, cierto que España no acostumbra a serlo... Enredo tras enredo, sin embargo es lógico pensar que este nuevo elemento añadido a la ecuación, que remacha en el tema primordial del catalán, tendrá peso en la decisión que la ejecutiva de Junts tomará el lunes.

Perpinyà marcará a fuego las próximas semanas: o acelerará el final de Sánchez, o le dará oxígeno añadido

¿Un peso pluma, que no cambiará la decisión de la ruptura, o un peso pesado que puede aplazar la ruptura? A estas alturas esta es la pregunta que preocupa a la Moncloa, agobia a Junts y excita a la prensa, porque Perpinyà marcará a fuego las próximas semanas: o acelerará el final de Sánchez, o le dará oxígeno añadido.

Puestos en esta tesitura, nobleza obliga a reconocer que la decisión no es fácil. Mantener a Sánchez es formar parte de un proceso agónico que puede arrastrar a aquellos que le den apoyo. Y hacerlo caer es acelerar la inevitable llegada del dueto PP-Vox. Por eso mismo, y a pesar de que parece que la decisión está tomada, la partida se juega hasta el minuto final de la reunión. En este punto, y aceptando los múltiples argumentos en una dirección u otra, personalmente me parece que Junts solo puede tomar una decisión: romper. Los motivos, en fila. De entrada, si mañana no se ratifica lo que hace días que se insinúa —desde Suiza, hasta el Congreso—, la sensación de que Junts hace ultimátums que no cumple cuajará y el partido perderá credibilidad. De hecho, la prensa española no se ha creído mucho este último envite, justamente porque no es el primero. La llamada al lobo siempre tiene efecto bumerán, si el lobo no llega.

Segundo: esta es la última jugada que le queda a Junts para marcar la pauta y sacudir el tablero español. Fue el protagonista único de la investidura y ha marcado el ritmo de estos meses, justamente porque ha jugado bien sus cartas, pero ahora la legislatura ha entrado en una situación agónica que, si se alarga, solo puede arrastrar a los que la hagan durar. A diferencia de ERC, que acepta su papel de muleta, Junts siempre ha marcado distancia con el PSOE, y ha sido capaz de detener leyes que iban en contra de los intereses de los catalanes a los que representa. Pero ahora es un sálvese quien pueda, con una derivada hacia posiciones de izquierda cada vez más radicales que dificultarán mucho la justificación del apoyo. O Junts tendrá que tragar sapos, o irá de crisis en crisis, desde los temas inmigratorios, hasta los laborales y económicos. Difícilmente se puede fraguar una estrategia sólida en un panorama de naufragio permanente.

Tercero: la paciencia puede ser bíblica, pero no estúpida, y es un hecho que Sánchez la agota completamente. Miente, incumple reiteradamente los acuerdos, juega con cebos que solo sirven para ganar tiempo, y sigue menospreciando a Puigdemont: su respuesta a la pregunta de si se harían la foto fue directamente insultante. La cuestión es que, mientras Sánchez ha cobrado por adelantado el pacto —es presidente—, Junts todavía no ha conseguido ninguna de las grandes peticiones que lo justificaban, y no parece que esto cambie en los próximos tiempos. Y aunque hay factores externos que pueden justificar el incumplimiento, la mayoría son culpa directa del mismo PSOE, sea por dilación —catalán—, sea por manipulación —amnistía—, sea por falta de voluntad —inmigración—, o por todo a la vez.

Cuarto: el tiempo juega en contra, porque las crisis se sucederán, y cada vez tendrá menos valor político la amenaza de la ruptura. Si se supera esta crisis —la segunda, después de la moción de confianza—, ¿cuánto se tardará en sufrir la siguiente? Irían de ultimátum en ultimátum, sin llegar a ninguna parte. El hecho es que esta alianza estratégica puede tener tiempo, pero no tiene recorrido.

Finalmente: no, la amenaza de la llegada del PP-Vox no es ninguna excusa para no hacer lo que hay que hacer en favor de los propios intereses. Solo faltaría que tuviera que ser un partido catalán quien “salvara” a España de ella misma, y más cuando unos y otros, del PP al PSOE, compiten por lesionar nuestros intereses. ¿O tenemos que recordar que los incumplimientos más flagrantes de acuerdos con Catalunya los han protagonizado los socialistas? Son dos polos confrontados en España, pero sobre Catalunya van de la mano, y creer que el PSOE nos acerca más a la independencia que el PP es de una ingenuidad cósmica. En todo caso, convertirse en la muleta de los socialistas no puede ser nunca el objetivo de un partido independentista, sobre todo si la pulsión que lo motiva es la nación, y no la ideología. Podemos pactar, acordar, negociar en favor de nuestro país, pero no nos corresponde a nosotros salvarlos de sus miserias.