Si Lamine Yamal fuera del Real Madrid, hace tiempo que los periodistas de la caverna mediática y los portavoces del madridismo sociológico habrían empezado a comparar al futbolista de Rocafonda con Lionel Messi y a encontrarle muchas más gracias que al estratosférico jugador argentino. Y si Lamine Yamal hubiera formado parte de la cantera del Real Madrid, le habrían encontrado, incluso, todas las virtudes como hijo de moro y de guineana que, como cosa curiosa, casi estrafalaria, no solo hablaría catalán en la intimidad, sino que lo entendería, también, en la intimidad. Y si ya fuera un declarado partidario de Vox, como buena persona racializada y un amante de las costumbres raciales españolas, la hostia ya habría sido definitivamente reconsagrada.

Llevamos años con el debate absurdo —una turra fomentada por las redes sociales y los adictos al régimen madridista— de si Cristiano Ronaldo es mejor futbolista que Messi, y con la presión mediática de este ejército de un club-estado como el Real Madrid, casi han logrado convertir la ficción en realidad. Solía repetir José María García, periodista que cultivó el insomnio de toda una generación de adolescentes boomers o de la generación X, que "el tiempo dará o quitará la razón", una frase atribuida a Supergarcía, pero que está extraída del refranero castellano. El tiempo ni dará ni quitará la razón, porque, por mucho que se fomente un debate nacido del mal perder y el mal ganar de los madridistas, el tiempo, en el caso de la polémica Messi-Cristiano, es tan relativo como forzado. Antes, ahora y mañana, el argentino es el rey, y el portugués es el bufón. Y si eso fuera un drama shakespeariano, Messi sería el Rey Hamlet, y Cristiano, el usurpador Claudio.

El madridismo sociológico —allí donde viven confortablemente los socios, seguidores, periodistas cavernarios, presidentes madridistas, empresarios okupas del palco del Bernabéu, políticos opositores, ministros y presidentes del gobierno— es una nación en sí mismo que posee el kit completo de toda nación con estado. Quiero decir, que para ellos, ser del Real Madrid es un imperativo patrio, un "destino en lo universal", tal como marcó un gran patriota como el Generalísimo, en un temps era temps en el que España necesitaba a un embajador para hacer cierta esa frase de que: “donde no llega la mano de un español, llega la punta de su espada”. Históricamente, la mano del Real Madrid ha sido tan larga y afilada como la espada.

El madridismo sociológico cree que el fútbol es suyo, y situaciones como las de la temporada pasada no se pueden admitir. Y para volver a recuperar la hegemonía, no solo han dado un golpe de Estado dentro del estamento arbitral, empujados por Real Madrid Televisión —aquí sí queda claro que fue primero la gallina y no el huevo, y quién es la gallina ponedora de huevos de oro—, sino que han escogido a Xabi Alonso para recuperar el cetro. El actual entrenador del Real Madrid fue, en el pasado, el mediocampista consagrado por José Mourinho para convertir el césped en un correccional.

Para contrarrestar a Guardiola trajeron a Mourinho. Para contrarrestar a Messi trajeron a Cristiano. Para contrarrestar a Flick han traído a Xabi Alonso

Hay que reconocerlo: Xabi Alonso fue un gran jugador, pero también un pendenciero y un quinqui en el campo, empujado por la mente confusa de un bandolero portugués con muchas carencias afectivas. Y teniendo en cuenta los antecedentes penales madridistas, se intuía que el Real Madrid querría reflotar deportivamente su equipo legando toda su fe de reconquista a un tipo del talante de Xabi Alonso. Nadie mejor que él comprende el significado metafórico de esa pancarta que colgaron en el estadio Santiago Bernabéu que decía: "Mourinho, tu dedo nos señala lo camino". Si nos escuchas, Tito Vilanova, pon tu otro ojo a resguardo, porque el ojo de Dios está en todas partes.

Lo que me interesa del Real Madrid es su complejo de inferioridad con respecto al FC Barcelona. Es algo que también le sucede a la ciudad de Madrid con Barcelona; un complejo, por otra parte, incomprensible. Si a la Comunidad de Madrid le falta el Mobile, intentan birlarlo. Y si quieren fórmulas 1, ya se encargarán los poderes fácticos de matar de inanición el Circuito de Catalunya. Y si quieren quitarle la hegemonía tecnológica a Barcelona, ya vela Isabel Díaz Ayuso por recalificar unos terrenos deportivos —por cierto, propiedad del Real Madrid— para colocar su 22@. Con el tiempo, también querrán tu nombre y tu alma.

Este complejo de inferioridad es único en el mundo, y hace que el Real Madrid —que se cree portador de la esencia futbolística y que luce las quince Champions como quien muestra un escroto cuadridimensional— se pase el día buscando el antídoto que haga frente al Barça, un equipo que no tiene tanto resplandor en la sala de trofeos, pero que futbolísticamente es reconocido en todo el mundo como la piedra filosofal futbolística. Para contrarrestar a Guardiola trajeron a Mourinho. Para contrarrestar a Messi trajeron a Cristiano. Para contrarrestar a Flick han traído a Xabi Alonso. La cuestión es ser más que los demás, aunque sea por la vía rápida.

Mi padre y yo solíamos hablar de la dualidad Madrid-Barcelona mediante el cachondeo. Ante la pirámide de Guiza, un catalán diría: "construir esto, hoy en día, es imposible: es demasiado caro". El madrileño, al contrario, diría: "de estas, en Madrid tenemos siete". Y es que Tomás Roncero, Alfredo Duro o Edu Aguirre, tres de los bobos que conforman un programa de bobos conducido por un culé de falsa bandera como Josep Pedrerol, también consideran que en Madrid tienen siete pirámides de Guiza, fruto de un complejo de inferioridad que no se cura con quince Champions, sino con el vasallaje del resto de equipos e instituciones hacia el Real Madrid.

Así se ha construido la historia social, económica y cultural de España.