No fue una guerra civil, fue un golpe de Estado contra un gobierno republicano surgido legítimamente de las urnas, las primeras con sufragio universal, que hicieron ganador al Frente Popular de izquierdas. No fueron casi cuarenta años de paz, fue una dictadura fascista vengativa (que provocar tú una guerra y después, cuando ganas, decir que has conseguido la paz, tiene delito). Y tampoco fue una transición porque no se hizo contra los franquistas sino con los franquistas, que el matiz del cambio de preposición es importante. Hay apellidos que se han perpetuado y, lo que es peor, modus operandi que perduran. No se hizo limpieza, y aquellos polvos trajeron esos lodos que ahora se quieren celebrar, como si esto fuera una fiesta.
Cuando a los políticos españolistas (sean de derechas o de izquierdas, que España es una y ya) se les llena la boca diciendo que vivimos en un Estado de derecho donde la justicia es independiente y respetada, se olvidan de decir, por ejemplo, que la actual Audiencia Nacional es heredera directa de aquel asqueroso Tribunal de Orden Público que durante 15 años atemorizó a la población vencida reprimiendo conductas no afines al régimen y que, a su vez, aquella institución cogía el relevo del siniestro Tribunal Especial de Represión de la Masonería y el Comunismo, que a lo largo de los primeros 24 años de dictadura sembró el terror. Simplemente, se fueron traspasando las competencias de unos a otros y así hasta hoy. Chapa y pintura.
El mundo está lleno de desmemoriados, empezando por el actual president de la Generalitat de Catalunya, Salvador Illa, que en 2021 hizo unas declaraciones que ahora se han recuperado en redes sociales y que han vuelto a ser motivo de discordia. El entonces jefe de la oposición afirmaba que los últimos diez años han sido los peores de los últimos 300 en Catalunya. Y se quedó tan ancho. En un afán exacerbado de criticar al independentismo, se olvidó de detalles insignificantes como el Decreto de Nueva Planta de Felipe V o los 40 años de dictadura franquista.
La irresponsabilidad de quienes podrían explicar la historia y la ignorancia de quienes no la conocen lo suficiente, conforman un cóctel de trago peligroso. Y así estamos, con un porcentaje no menor de jóvenes que compran aquello de con Franco se vivía mejor.
La irresponsabilidad de quienes podrían explicar la historia y la ignorancia de quienes no la conocen lo suficiente, conforman un cóctel de trago peligroso
En paralelo, mientras el Gobierno estatal anunciaba una nueva ley de memoria histórica —que tiene que implicar, entre otras cosas, la extinción de la Fundación Francisco Franco o la retirada de vestigios de la dictadura, como el vergonzoso monumento gigante de mi ciudad, Tortosa—, el actual rey de los españoles celebraba una comida para conmemorar el 50 aniversario de la llegada al trono de su padre, Juan Carlos I, sucesor del dictador que, a pesar de estar condenado y huido, puede entrar y salir del país con total impunidad. Para más inri, la comida se hizo en el Palacio del Prado, residencia donde vivía Franco. Como queriendo decir, atado y bien atado. Por cierto, la Conferencia Episcopal Española, que se extraña de tener las iglesias y los seminarios medio vacíos o que no entiende por qué se los sitúa a la derecha de la derecha, ya ha puesto el grito en el cielo por esta nueva ley, fíjate tú.
Hoy mucha gente de izquierdas (periodistas, políticos, personajes de la cultura) se escandaliza por la sentencia condenatoria al fiscal general del Estado, pero no se acuerda de cuando la misma cúpula judicial española y españolista dictaba la sentencia del procés para los presos políticos y exiliados catalanes. Entonces, no les escocía tanto, entonces se tenía que respetar la supuesta democracia plena donde vivimos y la Constitución que nos dimos entre todos. Cría cuervos y te sacarán los ojos. Y ahora, que hace 50 años que murió Franco, hablan de 50 años de libertad, con un uso frívolo de este vocablo repetidamente manoseado, que incluso Isabel Díaz Ayuso se ha atrevido a hacer suyo (cerveza incluida), como si ella no fuera heredera directa de quienes dilapidaron y desterraron esta palabra del diccionario de nuestra historia reciente.
El sistema fallido que nos gobierna va dando tumbos a ciegas, apurando al máximo un cigarrillo que ya no da más de sí. Nos estamos fumando el filtro. Actualmente, los altos políticos con cargo están más al servicio de los poderes fácticos y económicos que de sus votantes y la desafección es un campo de minas donde la extrema derecha siembra a gusto. No se pueden celebrar 50 años de libertad mientras miles de cuerpos continúan pudriéndose bajo las cunetas, mientras las familias buscan a sus familiares tantas décadas después. Esta España que presume de Lorca y que no hace nada para encontrar sus despojos tiene poca credibilidad. No deberán pasar 50 años más para que todo este engranaje podrido acabe erosionándose y consumiéndose. Para cuando llegue ese día, las personas que creemos en la independencia de Catalunya, afilemos bien las herramientas.
