El presidente de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko, ha anunciado este viernes que no tiene intención de volver a presentarse a un nuevo mandato, poniendo así fin —si cumple su palabra— a más de tres décadas en el poder. El mandatario, que gobierna el país sin interrupción desde 1994 y que justo en enero revalidó el cargo en unas elecciones muy cuestionadas por la oposición y por observadores internacionales, siempre ha mantenido que "gobernar con estilo autoritario es una característica mía y siempre lo he admitido". Ahora, Lukashenko ha descartado de manera rotunda una nueva candidatura. "No, ahora ya no lo planeo", ha respondido durante una entrevista con la revista Time emitida por el canal de televisión estatal bielorruso, reivindicando la solidez de la alianza con Moscú. "Sé cuánto importa Bielorrusia a Rusia. Esto no es como Irán, Corea del Norte o Armenia. Irán no vale lo suficiente para que dos potencias nucleares se enfrenten, pero Bielorrusia sí. Ucrania tampoco", ha afirmado, subrayando la importancia estratégica de su país para el Kremlin en plena tensión internacional.

Uno de los puntos más destacados de la entrevista se ha dado cuando Lukashenko ha descartado categóricamente a su hijo Nikolai como posible sucesor. Lo ha hecho en la víspera del quinto aniversario de las masivas protestas contra el fraude electoral que, en agosto de 2020, marcaron su reelección y desencadenaron una de las mayores oleadas de movilizaciones de la historia reciente de Bielorrusia. "No, no es un sucesor. Sabía que querías preguntar esto. No, no, no. Podríais ofenderle realmente sugiriendo esto", ha afirmado a la revista estadounidense, cortando de pura cepa cualquier especulación sobre una sucesión dinástica al frente del país.

En su línea habitual de presentar la política nacional como un relato de continuidad casi idílica, Lukashenko ha expresado el deseo de que su sucesor mantenga una "evolución constante" del país. Pese a admitir que el próximo presidente podría optar por políticas ligeramente diferentes, el líder autoritario se ha posicionado en contra de cualquier cambio brusco que, a su juicio, pudiera "derrocar" lo que se ha construido durante su largo mandato. "Solo quisiera que no lo derribaran todo, sino que procedieran como hice yo: apoyándose sobre los hombros de los fuertes, construyendo sobre lo que ya existe, haciendo evolucionar constantemente el país sin ese levantamiento revolucionario destructivo. Esto es lo que quiero. Si convencen a la sociedad de que necesita una dirección diferente, perfecto, que así sea".

Un oasis para el autoritarismo en Europa

Bielorrusia es una espina clavada en la espalda de Europa, un recuerdo constante de hasta dónde puede llegar la represión política en un entorno que quiere presentarse como democrático. El Alta representante de la Unión Europea, Kaja Kallas, calificó las últimas elecciones presidenciales del país como una “ofensa flagrante a la democracia”, pero la realidad es que las derivas autoritarias del país exsoviético se arrastran desde el siglo pasado. Se trata de una nación anclada en un régimen represivo, ubicada en una de las fronteras más tensas del Viejo Continente. Mientras Bruselas y Moscú siguen chocando por el futuro de Ucrania, Lukashenko revalidó el poder el pasado enero con un 87,6% de los votos y seguirá gobernando con mano de hierro hasta que llegue el momento de ceder el testigo a su sucesor político.