El fenómeno de la deslocalización, en el sector de la restauración, se está extendiendo como una mancha de aceite. Lo conforman cocineros y cocineras que, abriendo sus restaurantes fuera de Barcelona, buscan oportunidades: menos competencia, alquileres más asequibles o establecerse y arraigar en estas pequeñas ciudades o grandes pueblos para desarrollarse en el ámbito profesional y personal. A menudo, la imagen bucólica de estos proyectos se tropiezan con una realidad donde, precisamente esta falta de competencia les convierten en profetas en una tierra donde habrá que esforzarse para que las semillas germinen. Albert Juvé, jefe de sala y mitad del dúo que conforma el restaurante Casa Fina en Sant Pol de Mar, lo explica con claridad: “Antes de abrir Casa Fina, estuve trabajando de camarero en Sant Pol todo un año para conocer a la clientela. Quería que, cuando llegara nuestro restaurante, yo conociera a la gente del pueblo por el nombre y estar integrado en esta vida social”.

Casa Fina: menú degustación y menú de mediodía impecables

Tanto él como su compañera (profesional y vital) Nathalie Miranda son de Barcelona y aterrizan por separado en Sant Pol de Mar para acabar encontrándose en una fiesta. Y es aquí donde, a la vez que conectan, descubren que coinciden en la tierra de sus segundas oportunidades. Albert, chef, llega a Sant Pol desilusionado con la profesión, para hacer a unos extras como cocinero en Can Talamas, el local que acabaría cogiendo y reformando Casa Fina. “Estaba quemado”, confiesa Albert, “y es haciendo estos extras, donde me lo pasé muy bien, que entendí que la sala, el trato con la gente, me hacía feliz”.

Los calamares rellenados de butifarra del perol del Casa Fina / Foto: Jordi Domènech
Los calamares rellenos de butifarra del perol / Foto: Jordi Domènech

Nathalie, por su parte, cocina desde pequeña, enganchada a los regazos de una bisabuela que convertía en delicia cualquier pequeñez que le llegara a las manos. Su futuro, sin embargo, se lanza cuando se enfocó en la pastelería, donde desarrollaría una carrera que la llevaría a pisar La Pastisseria, Tickets, Pakta y el tramo final del Sant Pau, intercalando una época como profesora en la Hofmann, donde estudió. Pero esta pastelera se desencantó de la profesión y solo la reencuentra cuando bucea en el mundo de la cocina salada, de la mano del Oriol Rovira, en Els Casals: “Con el salado me siento más libre porque, curiosamente, es menos cómodo y regulada que el mundo del dulce”, explica Nathalie.

El canelón de pato y foie del Casa Fina / Foto: Jordi Domènech
El canelón de pato y foie del Casa Fina / Foto: Jordi Domènech

Una pastelera que descubre que quiere ser cocinera y un cocinero que entiende que lo hace feliz la sala. Es la esencia de esta pasión, fruto de sentirse conectados con su papel a la vida, que hace del Casa Fina tan especial. “Me encanta cocinar, me apasiona dar de comer, cuidar, atender, ver cómo la comida aporta felicidad a quien come, y disfruta”, enumera la cocinera, y se nota. Ambos suplen con amor y entrega lo que les falta en el inicio de este camino. Se levantan muy temprano y suben la persiana para dar de desayunar, enlazar con las comidas y, con un pequeño descanso, enfilar las cenas.

Lo que es innegable es que en la carta, que justo ahora arranca con nuevos platos para encarar la temporada de otoño e invierno, hay perlas. El calamar relleno de butifarra del perol es una de ellas: el simple olor abduce a recuerdos y es antesala de placeres, con matices dulces de una cebolla confitada que se perciben en todos los bocados, y una salsa que concentra los sabores de una cocción conjunta de todos sus elementos.

La berenjena escalivada con burrata y vinagreta de miso rojo y anacardos del Casa Fina / Foto: Jordi Domènech
La berenjena escalivada con burrata y vinagreta de miso rojo y anacardos / Foto: Jordi Domènech

Los contrapuntos dulces también se encuentran en la berenjena escalivada con burrata y vinagreta de miso rojo y anacardos, tan suculenta que uno se la podría imaginar como el relleno ideal de un bocadillo buenísimo. O el canelón de pato y foie, un homenaje al pollo a la catalana, coronado por las pasas, los orejones y los piñones. Ahora bien, lo que hace empezar la fiesta con ganas es la croqueta de pollo asado, tan fina como el nombre de la casa indica: sin bechamel, con trozos de pollo que se mastican, suavizado por una reducción de la cocción que potencia el sabor y aporta delicadeza. El brioche de chicharrones, cebolla y boniato es un guiño al Perú natal de Nathalie, que, curiosamente, conoce los sabores tradicionales a través de la bisabuela cocinera, ya que llegó a Barcelona de muy pequeña.

Una pastelera que descubre que quiere ser cocinera y un cocinero que entiende que lo hace feliz la sala. Es la esencia de esta pasión, fruto de sentirse conectados con su papel a la vida, que hace del Casa Fina tan especial

Las excepcionales croquetas de pollo asado del Casa Fina / Foto: Jordi Domènech
Las excepcionales croquetas de pollo asado del Casa Fina / Foto: Jordi Domènech

Este dúo lleva el oficio de restauradores en la sangre, lo vive con entrega y busca todas las opciones para contentar todos los bolsillos y a todo el mundo que busque experiencias: desde un menú degustación con 7 pases salados y un dulce por (unos ajustados) 40 € en un menú del día por 19 € los mediodías entre semana. Y el mismo pasa con los vinos: Albert encuentra joyas para animar tanto a entendidos como neófitos, con un precio de venta al público imbatible. Casa Fina es la casa de Albert, de Nathalie y de quien traspase sus puertas con ganas de disfrutar.