¡Hola hola, gourmeters! En el Raval de Barcelona, un barrio vibrante y lleno de contrastes, se encuentra un restaurante que desafía las convenciones: My Fucking Restaurant. Con un nombre provocador y una propuesta gastronómica única, este establecimiento ofrece una cocina mediterránea contemporánea 100% sin gluten, pensada tanto para celíacos como para amantes de la buena mesa. Desde el primer momento, el local llama la atención. La barra, situada en la entrada, sirve tanto para cócteles como para comer. A medida que te adentras, el local se transforma en una sala elegantemente decorada con lámparas únicas y una atmósfera acogedora. Cada detalle está pensado para ofrecer una experiencia gastronómica completa.
Un menú degustación que sorprende
El menú degustación que disfrutamos es una muestra de creatividad y equilibrio. Aunque no soy celíaca ni intolerante al gluten, pude disfrutar de cada plato sin ninguna preocupación. Desde el primer bocado, se hace evidente que la calidad y el sabor son prioritarios. Para empezar, probamos un cóctel que rompe esquemas: un Bloody Mary transparente. Filtrado durante varios días, este cóctel mantiene la esencia del gazpacho, con un toque picante y una presentación sorprendente. Su cantidad es ideal para abrir el apetito sin saturar.
Acto seguido llegan las ostras, procedentes de Huitres Poget, reconocidas por su equilibrio y su calidad. Son ostras poco saladas, porque terminan su proceso de crianza en agua dulce, hecho que les aporta una textura suave y un gusto limpio. Una llega al natural, con unas gotas de lima; la otra, con un escabeche de gallina que transforma el bocado en un mar y montaña absolutamente fascinante.
El pan, evidentemente sin gluten, es otra sorpresa. Tiene el aspecto y la textura de un pan de masa madre tradicional, y se sirve con una mantequilla ahumada cubierta de escamas de sal que es pura delicia. Si estaba pensado para acompañar los platos, es imposible no devorarlo solo.
Dulzor, grasa y tierra
Después llega uno de los platos más redondos del menú: una burrata sobre una crema de calabaza, coronada con un praliné de pipas de calabaza y acompañada de setas de temporada. Un plato cálido, cremoso y equilibrado, donde cada bocado combina dulzura, grasa y tierra. El siguiente paso es un tartar de carne servido sobre una hoja de shiso, una planta asiática que recuerda a la menta y a la albahaca, y que aporta un toque refrescante y aromático. Se come como un pequeño taco, de un solo bocado, y la combinación es simplemente genial.
Después, dos croquetas de cordero, con un rebozado crujiente (no con pan rallado, claro) y un relleno de carne suave y sabrosa. No buscan ser cremosas, sino expresar la identidad del cordero con naturalidad. Se presentan con una salsa tzatziki que aporta frescura y equilibra el conjunto. Uno de los mejores momentos de la comida llega con el onglet, un corte de carne que se sirve sobre una pequeña parrilla con romero en la base. Cuando llega a la mesa, la brasa aún humea y la carne se impregna de este aroma de montaña. El interior es rosado, perfecto, y se acompaña con un alioli suave. El onglet, conocido como el "filete del carnicero", es una pieza tierna y muy sabrosa, poco habitual en las cartas y muy apreciada por los amantes de la carne.
Bravas que rompen esquemas
El siguiente plato es un tataki de bonito con grosellas y radicchio —una variedad de achicoria de amargor elegante— que aporta el contrapunto perfecto al dulzor del pescado. Y aún hay tiempo para unas bravas que rompen esquemas: no son de patata, sino de garbanzo. La textura recuerda a un queso blando o un hummus compacto, y las dos salsas (la de tomate y la de alioli) son excelentes.
Los postres mantienen el nivel. Un pastel de queso servido en vaso con cerezas fermentadas —uno de los sellos de la casa, que trabaja mucho con fermentados— y avellanas garrapiñadas. Un flan de boniato, ligero y cremoso, con chips crujientes encima. Y una tarta caprese —especialidad napolitana hecha con harina de almendra y chocolate— que pone un punto final impecable.
Salir de My Fucking Restaurant es hacerlo con la sensación de haber vivido una experiencia completa, sin prejuicios y, sobre todo, sin limitaciones. Es un homenaje al producto, a la técnica y, sobre todo, a la libertad de comer bien sin renunciar a nada. No hace falta ser celíaco para disfrutarlo; de hecho, desde el primer momento te olvidas de que ninguno de los platos es “sin gluten”. Porque aquí, lo que realmente importa, es que todo es con sabor.