El sofrito es una de esas bases de la cocina mediterránea que parecen sencillas, pero esconden toda la sabiduría de generaciones. Tomate, cebolla, ajo, a veces pimiento. Unos ingredientes básicos que se transforman en un fondo lleno de aroma y sabor, capaz de convertir un arroz o un guiso en algo memorable. Pero si alguna vez lo has intentado, sabrás que lograr un resultado intenso y equilibrado puede llevar mucho más de diez minutos. Sin embargo, las abuelas de toda la vida guardaban un truco que permite conseguir un sofrito perfecto en menos tiempo, sin perder ni un ápice de su carácter.
El secreto de las abuelas para hacer un sofrito perfecto
El secreto está en cómo se trabaja la cebolla. Muchas veces, el error más común es ponerla en la sartén sin más, esperando que se ablande poco a poco, lo que alarga el proceso y, además, puede dejarla con una textura poco uniforme. Las abuelas lo que hacían era rallarla o triturarla finamente antes de empezar. De esta manera, la cebolla se deshace mucho más rápido en el aceite, liberando sus jugos y caramelizando en pocos minutos, sin necesidad de pasar media hora removiendo.

Otro truco fundamental es jugar con la temperatura del fuego. En lugar de empezar alto y luego bajar, como solemos hacer muchos, ellas arrancaban ya a fuego medio-bajo con un buen chorro de aceite. Así, los ingredientes no se queman, sino que se cocinan despacio desde el principio, y gracias al corte tan fino, se consigue esa textura melosa y homogénea en menos de diez minutos. Lo mismo ocurre con el ajo, que debe picarse muy pequeño y añadirse justo cuando la cebolla empieza a volverse transparente, para evitar que se dore en exceso y amargue.
El tomate es otro punto clave. Lo ideal es pelarlo y rallarlo, aunque en la cocina moderna muchas veces se recurre a tomate triturado de calidad para ganar tiempo. Aquí el truco de las abuelas era añadir una pizca de azúcar o zanahoria rallada para corregir la acidez y dejar que el tomate reduzca lo justo, sin necesidad de esperar largos minutos de evaporación. En cuestión de un par de vueltas en la sartén, el sofrito ya empieza a espesar y a concentrar su sabor.

En ocasiones, se incorporaba un pequeño chorro de caldo o vino blanco, que ayudaba a integrar todos los sabores y aceleraba el proceso de evaporación, logrando esa profundidad característica sin necesidad de eternizarse en la cocina. Lo importante era no perder nunca la esencia: un sofrito debe oler a hogar, a comida que reconforta y a cocina de paciencia, aunque en realidad solo hayan pasado unos pocos minutos desde que encendiste el fuego.
Así, con ingredientes sencillos, cortes estratégicos y un par de gestos heredados, las abuelas lograban en menos de diez minutos lo que a muchos nos sigue pareciendo un arte: un sofrito perfecto, equilibrado y lleno de sabor que es la base de los mejores platos de la cocina casera.