Hace más de dos milenios, en una franja estrecha de tierra situada entre Egipto y Cartago, floreció una planta que llegó a ser más valiosa que el oro. Su nombre era silfio, y durante siglos fue el secreto mejor guardado de la Cirenaica, una región del norte de África que hoy pertenece a Libia. Los primeros en aprovechar su poder fueron los colonos griegos que fundaron Cirene en el siglo VII a.C., obedeciendo al Oráculo de Delfos. Aquel asentamiento prosperó tan rápido que su riqueza parecía casi mágica. La explicación estaba bajo sus pies: una planta única, codiciada por egipcios, griegos y romanos, que se utilizaba como condimento, medicina y, según algunos textos antiguos, afrodisíaco.

La hierba que los romanos usaban como afrodisíaco

El silfio era tan importante que su imagen se grabó en las monedas de Cirene y su comercio alimentó la economía de toda la región. Heródoto, Teofrasto y Plinio el Viejo escribieron sobre ella, maravillados por sus propiedades. De sus tallos, hojas y raíces se elaboraban remedios contra dolores, digestiones pesadas o problemas respiratorios, pero también era conocida por su supuesto efecto estimulante del deseo y su capacidad anticonceptiva, algo que la convirtió en una joya de la medicina antigua. Para los romanos, el laserpicium, como lo llamaban ellos, era una especie de elixir milagroso que valía tanto como los metales preciosos.

Botánica, muy presente en la medicina / Foto: Unsplash

Su fama era tal que ninguna planta cultivada fuera de Cirene lograba igualarla. Aunque existían especies parecidas en otras zonas del Mediterráneo, se creía que solo el silfio nacido en esa estrecha franja de costa africana tenía las propiedades deseadas. Y ahí comenzó su tragedia. Al ser una planta silvestre imposible de domesticar, dependía de las cosechas naturales. Con el auge del comercio y la demanda desmedida en Roma, el silfio fue sobreexplotado hasta su extinción. En apenas un siglo, lo que había sido una fuente de riqueza se convirtió en una leyenda botánica.

Ninguna planta cultivada fuera de Cirene lograba igualarla

Las descripciones que han llegado hasta nosotros hablan de una planta con raíces gruesas, hojas similares al apio y tallos de gran tamaño. Incluso se dice que el símbolo del corazón que hoy asociamos al amor podría provenir de la forma de sus semillas, ligadas al uso amoroso y afrodisíaco del silfio. Su desaparición, alrededor del siglo I d.C., dejó a muchos desconcertados. Ni griegos ni romanos lograron cultivarlo con éxito, y los intentos por reintroducirlo fracasaron una y otra vez.

Se trataba de una planta de raíces gruesas / Foto: Unsplash

Algunos expertos modernos sostienen que el silfio podría haber sido un híbrido natural, incapaz de reproducirse fuera de su hábitat original. Otros creen que aún podría sobrevivir oculto en alguna zona remota del norte de Libia, aunque el avance del desierto y la pérdida de biodiversidad hacen que esta esperanza sea cada vez más débil. Su historia, sin embargo, sigue siendo una advertencia antigua y vigente: la del ser humano que devora sus propios tesoros naturales sin pensar en el mañana. El silfio desapareció hace dos mil años, pero sus ecos resuenan en cada especie que hoy desaparece por el mismo motivo: la codicia y el olvido.