Si alguna vez en unas elecciones municipales Barcelona y Catalunya han ido de la mano es en las que se celebran este domingo 28 de mayo. La capital catalana necesita salir del agujero negro en el que lleva estos últimos ocho años y no puede esperar más tiempo para un cambio que revierta la decadencia de la ciudad y la devuelva a su posición de gran capital dinámica, emprendedora, que genera oportunidades a sus vecinos, abierta al mundo, atractiva para los negocios, segura ante el incremento de la delincuencia y también limpia, revirtiendo la suciedad que hay en muchas de sus calles.
Pero también son unas elecciones importantes para Catalunya, ya que sin el motor de Barcelona a pleno funcionamiento se resiente todo el país y eso ha sido lo que ha sucedido durante estos últimos ocho años. Barcelona ha sido durante estos dos mandatos de Ada Colau un escaparate hueco que se ha presentado ante la opinión pública predicando una cosa y haciendo otra. Enarbolando la bandera de la vivienda social mientras expulsaba a los barceloneses, a favor de la cultura mientras prohibía la llegada de museos, a favor de la convivencia entre el coche y la bicicleta, siendo más complicado que nunca circular por la ciudad, y así se podrían poner muchos ejemplos. Lo suyo ha sido la política del escaparate mientras se perdían enormes oportunidades para dar lustre a la ciudad y se entraba en una visible decadencia.
La españolización de los comicios, presentando estas municipales como un pulso entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, ha restado brillo a la batalla barcelonesa y a ello han jugado sin pudor alguno los dos principales diarios catalanes de papel, hasta el extremo que la portada de El Mundo y la de La Vanguardia de este sábado parecían un calco, excluyendo la trascendental lucha de Barcelona de cualquiera de sus titulares y limitándola a la presencia geográfica de Pedro Sánchez. Eso el mismo día que los partidos catalanes —Xavier Trias (además tiene opciones de ganar Barcelona), y Esquerra— también tenían sus actos finales y habían cerrado sus respectivas campañas electorales. Situaciones todas ellas no casuales.
Por todo ello, la batalla de Barcelona es trascendental. La ciudad necesita un cambio, esa es la opinión muy mayoritaria de los barceloneses, expresada hasta la fecha solo en encuestas y que ahora debe ser ratificado en las urnas. Un cambio de rumbo que permita pensar en una ciudad más amable, menos crispada y que pueda subirse de nuevo al tren del progreso y de la creación de riqueza. Un cambio que no puede ser estético, sino que tiene que ser en profundidad, acabando con el sectarismo que ha presidido muchas de las decisiones adoptadas durante estos dos últimos mandatos.
Si todo este malestar existente se traduce en votos este domingo, Barcelona le dará la vuelta a la situación actual e iniciará una nueva etapa dejando de lado el rencor, la división y la inoperancia. Una Barcelona diferente es posible y es urgente.