Como que una de las grandes verdades de cualquier análisis serio de una encuesta fuera del período electoral es que lo más importante que refleja son tendencias, quedémonos con ello para trocear la publicada este miércoles por el Centre d'Estudis d'Opinió (CEO) y que refleja dos cosas preocupantes: la erosión del apoyo a los grandes partidos y que casi el 30% de los escaños de un nuevo Parlament estarían ocupados por la derecha españolista (PP) i la extrema derecha españolista o independentista (Vox o Aliança Catalana). El PSC de Salvador Illa seguiría primero, pero si hoy la gobernación del país ya es difícil con 68 escaños, los que suma con Esquerra y los comunes, la posibilidad de que la izquierda catalana no llegue a la mayoría absoluta no es una quimera. En paralelo, aquellas mayorías independentistas de Junts y Esquerra con un puñado de escaños de la CUP quedan tan lejos de los escaños necesarios para asegurarse el Govern como queda la independencia de Catalunya del Estado español. El país se encamina a una gobernación aritmética cada día más difícil y ello no es más que el preludio de una inmovilidad donde presupuestos, infraestructuras y crecimiento como motor del cambio acaban anulados por la imposibilidad de acuerdos estables.
Detengámonos en el auge de la suma de PP, Vox y Aliança Catalana que actualmente reúnen 28 escaños, una cifra de por sí ya importante. En la época de Vidal-Quadras o de Sánchez-Camacho, este espacio no llegaba a la veintena de representantes en el Parlament, ya que a la derecha de Convergència i Unió solo estaba el PP. Pues bien, ya se puede dar por irreversible que aquel mapa de antaño, que en parte ya explosionó con aquel partido inclasificable que era Ciudadanos, que iba de liberal pero sobre todo era anticatalán, ahora se ha hecho irreconocible. Que los partidos de Santiago Abascal y Sílvia Orriols estén en condiciones de crecer, y la segunda de pegar un bocado importante ascendiendo de dos escaños a 10/11, sin que ello merme al Partido Popular, es un reflejo del auge de los populismos y su capacidad para captar la atención y la simpatía del electorado con discursos muy centrados en la inmigración y en el miedo a perder posiciones y verse afectados respecto al actual estado del bienestar.
Que Vox y AC crezcan sin que ello merme al PP es un reflejo del auge de los populismos y sus discursos sobre inmigración
Una consecuencia directa de este auge es la pérdida de plumas de los grandes partidos, PSC, Junts y, en menor medida, Esquerra. Hay un dato llamativo: podría darse el caso de que los dos primeros partidos —que se mueven en el alambre de sumar mayoría absoluta— no la alcanzaran. Para hacerse una idea: es como si la suma de los diputados del PSOE y del PP no la consiguieran en el Congreso de los Diputados, algo, hoy por hoy, imposible. A los socialistas se les pronostica una horquilla entre 40 y 42 (sacaron 42), a Junts entre 28 y 30 (lograron 35) y a Esquerra entre 21 y 23 (obtuvieron 20 en las últimas elecciones). Llama la atención que el Govern de Salvador Illa pueda no llegar a revalidar los resultados de 2024 y, en cualquier caso, que no rompa el techo al alza con un ejecutivo monocolor y una oposición lastrada, con su principal activo electoral, Carles Puigdemont, aún en el exilio. Lo más preocupante para Junts es que, según las encuestas, no mejora posiciones ni en Barcelona, ni en Catalunya, ni en Madrid. Las razones son, sin duda, diferentes, pero sus responsables tienen que empezar a valorar por qué su línea política no encuentra la manera de crecer electoralmente así como el enorme desgaste que también tiene la falta de concreción y de resultados de los acuerdos suscritos con el PSOE.
Porque, al final, tanto Junts como Esquerra se encuentran atrapados en una realidad que no dominan —la crisis del PSOE—, que genera frustración en el electorado por la corrupción y que ha sobrepasado el número de compromisos incumplidos. No solo eso, sino que sin obtener nada acaba funcionando aquel refrán de ser cornut i pagar el beure (encima de cornudos, apaleados). El último ejemplo es el de la financiación singular y el acuerdo de la comisión bilateral entre el gobierno español y el catalán. Como que aquí nadie lee los papeles y la demagogia es escalable al infinito, cuarenta y ocho horas después de la reunión del lunes, excepto el PSC que tiene un margen limitado para distanciarse, nadie está de acuerdo con aquella propuesta, que sobre todo debía contentar a Esquerra. Incluso la consellera d'Economia, Alícia Romero, ha mirado de no quedar abrasada por un acuerdo muy flojo. No solo es tan poco singular que puede ser general y el concierto económico queda para otra ocasión, sino que conceptos inamovibles como el de la ordinalidad —el mecanismo que viene a garantizar que una autonomía mantenga su posición en el ranking de generación de riqueza una vez se haya producido la redistribución territorial de los recursos aportados— no está ni asegurado para Catalunya.
La situación aún se complica más cuando uno pone atención a las barbaridades que se dicen en Madrid, donde parece que Catalunya ha logrado la independencia fiscal, el resto de comunidades autónomas se revuelven contra ella, los inspectores de Hacienda hablan de que España se rompe y así hasta el infinito. Es todo tan cansino y tan falso que con la política actual es imposible salir del bucle. Y el tiempo pasa entre promesas incumplidas y portadas de diario mirando a la UCO de la Guardia Civil o a los tribunales.