La encuesta dada a conocer este miércoles por el Centre d'Estudis d'Opinió (CEO) deja varias evidencias: el independentismo, tal como lo hemos conocido hasta la fecha, podría no sumar en unas elecciones catalanas y tan solo en la franja alta de la atribución de escaños los tres partidos —ERC, Junts y CUP— superarían los resultados del 14 de febrero de 2021. Segundo, el 81% de las personas encuestadas están muy de acuerdo o de acuerdo en que los catalanes tienen derecho a decidir su futuro. Esta variable es tan constante con el paso del tiempo como la negativa del gobierno español y del conjunto de las fuerzas políticas a aceptar esta realidad. Tercero, el 44% de los encuestados son favorables a la independencia de Catalunya, mientras que son contrarios el 48%. Son porcentajes más o menos fijos desde la segunda mitad de 2019, en que los partidarios de la independencia perdieron la ventaja que habían llevado desde octubre del 2017.

Cuarto, el PSC rentabiliza su acción política como principal partido de la oposición y si el 14-F ganó los comicios, ahora el escenario que se le abre es bastante mejor. Se podrá discutir todo lo que se quiera, pero la posición templada de Salvador Illa tiene premio en la encuesta del CEO. Quinto, el Govern en su conjunto no rentabiliza su acción política, aunque bien es cierto que el panorama es diferente para Esquerra y para Junts: los primeros ganan músculo político —eso sí, con dificultades para arrebatar la primera posición en unas elecciones al PSC— y los segundos, sin duda fruto de sus vaivenes políticos y de una gran desconexión con la gran masa de votantes catalanes, lo pierden. La foto del PSC también se repite en el Govern. El partido de Oriol Junqueras y de Pere Aragonès saca rédito a su estrategia política y su política de moderación. La encuesta del CEO es tozuda en esto.

Una encuesta es simplemente una foto. Muchas encuestas pasan a ser una imagen mucho más real del país. ¿Cabe concluir que solo hay un camino para alcanzar el liderazgo? Seguramente, no. Pero no leer hacia dónde van los vientos en la oscilación de los ciudadanos es estar condenado al fracaso. Es evidente que la oposición de Illa es la acertada: está en todas las salsas sin gobernar, es imprescindible en la mayoría de los pactos políticos y no adopta un papel corrosivo, que acabó siendo una de las razones por las que Ciudadanos cayó del cielo al infierno en tan poco tiempo. Sus formas amables gustan a los suyos y desactivan a los adversarios. Esquerra no se va a mover de la posición en la que está y que ha ratificado su reciente conferencia nacional. La línea política de Junqueras pasa por persistir en ser el partido templado del independentismo, hablando lo menos posible de independencia e imprimiendo acción de gobierno. Tiene, al menos, un problema: el conseller de Educació le ha roto el relato con el incendio que tiene con toda la comunidad educativa en contra.

A Junts le apremia plasmar una política que los electores entiendan. Con la independencia como única bandera, el trayecto es más árido de lo que pensaban. Sobre todo porque no se puede olvidar que ha habido una pandemia, hay una crisis económica cuyas consecuencias aún no se notan del todo y una guerra a la vuelta de la esquina que ha provocado una inflación desconocida y castigado el poder adquisitivo de los ciudadanos. Vuelven a ser necesarias propuestas que su electorado identifique como propias y que sean vistas social y económicamente como generadoras de riqueza y de prosperidad. El panorama que se está dibujando en el mundo y del que no podrá ser totalmente ajena Catalunya, es una futura contienda electoral en la que volverán con fuerza proyectos políticos y percepciones de ser el espacio político capaz de garantizar mejores condiciones de vida de los catalanes.

Claro que estarán los contrarios y los defensores de la independencia, pero se dibuja la necesidad de nuevos vectores para ser un partido ganador en las urnas y quien no sea capaz de leerlo bien se quedará fuera de la carrera.