Xavi Hernández es uno de esos futbolistas que el aficionado pagaría para verlo jugar toda la vida, que el periodista no se cansa de entrevistar, y que todo equipo de fútbol necesita en su vestuario. Xavi podía haber sido cirujano y habría sido de los mejores. Si se hubiera dedicado al ballet, seguro que sería el mejor bailarín. Prefirió ser futbolista. Nació para eso, para organizar, para mover el balón, para tomar la decisión adecuada en el momento preciso.
Xavi ha sido un hijo ejemplar para Joaquín Hernández y Maria Mercé Creus, un hermano incomparable para Ariadna, Àlex y Òscar, y ahora es un esposo enamorado de Núria Cunillera y un padre feliz con su niña Asia. Habla de su familia con orgullo y subraya que todos los valores que hoy se le reconocen los aprendió en su casa.
Si como persona ha merecido todos los elogios, como futbolista Xavi es un coleccionista de halagos y de títulos. Su sangre es blaugrana, la del Barça, la del equipo en el que creció desde que llegó en 1991 para jugar en el alevín, hasta que se marchó con una despedida emocionante en el 2015 con el mejor historial de un futbolista del Barça: 22 títulos (2 Mundial de Clubs, 4 Champions, 8 Ligas, 2 Supercopa de Europa y 6 Supercopa de España). 869 partidos jugados en 17 temporadas en el club.
Un hombre feliz
Pero su juego dejó huella. Siempre fue un futbolista solidario, tanto que se quitaba mérito: “El pase lo hace bueno el compañero que se desmarca”, llegó a decir. Se marchó feliz del Barça, porque si algo tiene este hombre es que lo que más busca es su felicidad. Vive en paz.
Ahora está jugando en Qatar, donde tiene contrato para dos años más. No le importa nada tener 36 años. Se siente físicamente bien y por su tipo de juego podría jugar eternamente. Sueña en volver algún día para estar en el campo, quizás dirigiendo al Barça, pero lo que ya tiene claro es que no estará en un despacho.
Amable, respetuoso, generoso. Un futbolista como existen muy pocos.
