"Todos los que han creído las mentiras de un charlatán se ven obligados a sostenerlas, para no confesar que han sido unos imbéciles."
Andrenio
"En política es pot fer tot, menys el ridícul", le podría decir Tarradellas ahora mismo a Pedro Sánchez, que, sin duda, lo está haciendo. El ridículo, me refiero. Ya ha hecho todas las maldades y ahora se aferra sin prejuicios al ridículo. Hemos entrado en la etapa del patetismo estructural. El balance del año perpetrado por el presidente no pudo dejar incólume a nadie que tenga dos dedos de frente y un poco de vergüenza torera. Asistimos al espectáculo de un hombre enajenado de la realidad, a una representación de su mundo de ficción casi patológica, a la negación de los problemas y de su nula o defectuosa solución. Sonado, ido, irresponsable, con el sentido del saber estar perdido en forma de bostezo, sin autocrítica, con la mentira penosa y reconocible en la boca, con la respuesta fácil del colegial faltón. Nadie, insisto, con un mínimo de respeto a su propia cabeza pudo no darse cuenta del nivel de degradación de un gobernante tocado por la incoherencia, al frente de un partido protector de acosadores sexuales en su sede y con un entorno cercado no por uno sino por varios jueces que no pararán hasta encontrar todo el fango que, en efecto, emana directamente de él.
Rien ne va plus.
Por eso, lo más determinante es analizar a los que van a seguir poniendo fichas de apuesta en ese tapete agujereado. Y es que esos corren un riesgo cierto de caer también, y no solo en el ridículo. Yolanda Díaz lo ha escenificado a las mil maravillas. La galleguiña que ha hecho ventosa en la poltrona ministerial pidió ni más ni menos que una remodelación profunda del gobierno. "Esto es insoportable" pero lo soporto. Ignoro que pretende solucionar con ello, excepto que sepa que compartiendo con ella plaza en el Consejo de Ministros hay personas tocadas por los escándalos de corrupción y de acoso sexual. De no ser así, ¿qué pretende frenar con una remodelación de gobierno? Por supuesto, las bromas y las pullas se le vinieron inmediatamente encima porque ella misma podría ser carne de esa crisis. Están todos clavados. Todos los de la izquierda radical se han amarrado al sillón. Así que quieren "salvar y reimpulsar la acción gubernamental", que no limpiar ni sanear ni purgar ni tumbar al partido acusado de tales desmanes, ese partido al que acusan de "una crisis de credibilidad y de confianza". Afectos al comité, a cambio, han pedido una reunión con sus socios de gobierno. ¿No se hablan? ¿Gobiernan en compartimentos estancos? Les han concedido audiencia con la secretaria de Organización del PSOE, con Rebeca Torró, una de las principales responsables de la ocultación y desaparición momentánea de las denuncias de las víctimas del acoso sexual de su propio mentor. Soberbio. Seguro que así se arregla todo.
¿En qué piensan? ¿Qué puede compensarles por su apoyo a una nave podrida, que hace aguas y además es peligrosa? Obviamente, no les importa la falta de coherencia ni el descrédito público que pueda acarrearles —ahí está Rufián diciendo que pasa vergüenza— porque lo único que ponderan es el binomio poder-riesgo electoral propio, y por ello también han pedido otra necesaria y operativa reunión. Esta sí será a mayor nivel, Sánchez le ha dicho que se verá con Junqueras. Los socios no están por la labor de soltar lo que creen que es un pastel, cuando puede ser la soga en casa del ahorcado. Intentarán tirar de él más y más hacia la extrema izquierda, como si fuera posible obtener apoyo parlamentario para una deriva de ese tipo.
Asistimos al espectáculo de un hombre enajenado de la realidad, a una representación de su mundo de ficción casi patológica, a la negación de los problemas y de su nula o defectuosa solución
Un par de reuniones y arreglado, como si las detenciones, los informes y los coletazos de las tramas que han esquilmado el erario público fueran a parar. No lo van a hacer. No hace falta que nadie te filtre nada para saberlo, no hay más que observar. Llegaron al poder corrompiéndose encima y se pusieron manos a la obra casi desde el principio. Eso da para mucho escándalo y mucha investigación.
El riesgo de ridículo es tal que han comenzado los alejamientos más insospechados. El de los medios de PRISA, por ejemplo, que ayer sorprendían a sus seguidores más entregados, nada menos que criticando la actitud del presidente del Gobierno en su comparecencia frente a los escándalos que le acosan. Sincronizados incluidos. En breve, solo les quedará el corifeo de la tele y la radio a su servicio, al tiempo, porque los medios tampoco son amigos de quemarse a lo bonzo por una causa muerta, aunque muchos no tienen ya capacidad de viraje sin vuelco. Es importante porque en el periodismo pasa lo mismo que en la política, que no se puede hacer el ridículo. Es casi peor que ser cínico.
A nadie le cabe la menor duda de que Sánchez solo tiene como plan resistir hasta 2027. A como dé lugar. Y podría lograrlo, aunque no sin graves consecuencias para la vida institucional, democrática y económica de todos los territorios. Siguen las plegarias para que Junts evite que se aprueben las leyes más peligrosas. Al PNV la línea roja se le puede venir encima. Bildu de todo lo que vaya mal hará virtud. La única esperanza posible tiene que venir de la muerte por aislamiento, dado que Feijóo no está dispuesto a arriesgarse y cumplir con su deber constitucional de presentar una moción de censura para convocar elecciones. El alejamiento debe ser concéntrico y afectar a todos los que no quieran quedarse pegados al fango haciendo el mayor de los ridículos. Los partidos que sostienen esta mascarada en las Cortes, los comunicadores que la han encubierto haciendo dejación de su tarea de control del poder y, por supuesto, los miembros del PSOE que como no espabilen, no es que vayan a hacer el ridículo, es que se van a quedar solos entre las ruinas del partido con 140 años que no es inmortal. Y los de Moncloa que esperen poder reciclarse en un futuro aún no determinado.
Sánchez no escucha a nadie, eso es evidente, pero al menos podía estas Navidades recibir la visita de un fantasma del pasado que le susurrara, aunque fuera en castellano: el ridículo no, tú, el ridículo es lo último.