En el Barça comienza a sentirse una inquietud creciente. Un murmullo suave, pero constante. Un miedo que no nace del rival, sino del futuro. El nombre propio es uno: Lamine Yamal. El chico prodigio. El talento precoz. El jugador que deslumbró al mundo con apenas 16 años y que ahora, con 18, vive un momento delicado. Un momento que en el club observan con preocupación.
El partido en Stamford Bridge fue una llamada de atención. Un choque duro. Frío. Un ambiente hostil que le recordó que el fútbol profesional no perdona. Cada balón que tocaba era recibido por un rugido. Silbidos. Cánticos hirientes. Provocaciones. Un estadio entero intentando desestabilizarle. Y él, intentando mantener la calma. Intentando abstraerse. Intentando ser el mismo de siempre.
Todavía se espera a Lamine Yamal en Stamford Bridge
Frente a él, Marc Cucurella. Un compañero de selección. Un futbolista que le conoce bien. Muy bien. Conoce sus virtudes. Sus movimientos. Sus amagos. Y precisamente por eso, lo defendió con una intensidad máxima. Le presionó sin descanso. Le tapó líneas de pase, le bloqueó el interior y le negó la comodidad. Cada control del joven extremo encontraba un obstáculo.
Lamine lo intentó. Quiso encarar. Quiso desequilibrar. Pero el plan del rival funcionó. Y la sensación que dejó el duelo fue preocupante: el joven culé está lejos de su mejor versión. Le falta chispa. Le falta velocidad. Le falta ese punto explosivo que lo convirtió en una de las mayores esperanzas del club.
La causa tiene nombre: pubalgia. Una lesión traicionera. Lenta. Desgastante. Una molestia que nunca desaparece del todo y que exige paciencia. Estuvo semanas fuera. Volvió con ganas. Pero aún no es el mismo. O al menos, no es el jugador que maravilló Europa la temporada pasada.
Se teme un nuevo caso Ansu Fati
Y en el Barça, esta situación empieza a generar pánico. No por su calidad. No por su talento. Eso sigue intacto. Lo que inquieta es el recuerdo reciente. El recuerdo de otro jugador que lo tenía todo. Otro joven que debía marcar una época. Otro niño prodigio cuya evolución se frenó de golpe. Ansu Fati. Un jugador que apuntaba muchas maneras, a quien se le caían los goles, a quien muchos etiquetaron como el relevo de Leo Messi, que también heredó el dorsal ‘10’, pero que a día de hoy está luchando en el Mónaco por parecerse a lo que fue.
Las comparaciones empiezan a aparecer. El miedo es que la historia se repita. Que la expectativa supere al cuerpo y que el físico no acompañe. Que la afición ponga etiquetas imposibles de sostener. Que la palabra “estrella” se convierta, involuntariamente, en una carga.
En Barcelona todos coinciden en algo: Lamine es especial. Pero también es joven. Muy joven. Y la responsabilidad pesa. El calendario aprieta. Los focos queman. El club lo necesita. La grada lo exige. Y él intenta responder, aunque el cuerpo aún pida tiempo.
