Ya hace días que comentamos los datos alarmantes del descenso del uso del catalán. Viviendo en Barcelona no hacen falta muchos informes para darse cuenta que el catalán se oye poco. Es así. Yo, cada vez que leo una noticia sobre este tema me indigno y en mi comportamiento diario me esfuerzo por mantener el catalán cuando mi interlocutor castellanohablante me entiende. Os confieso un poco avergonzada que en la práctica a veces claudico. Para no parecer pesada, altiva o maleducada. Mal. Ya lo sabemos todos. También hemos visto cómo han incrementado las quejas en la red en el ámbito universitario: poca oferta de asignaturas en catalán e incumplimiento de los planes docentes que garantizan que se impartirán en esta lengua. Like en Twitter. Hace enfadar.

Bajo un poco. Aulas de secundaria de un barrio cualquiera de Barcelona. Es un terreno que conozco bien porque hace años que me paseo. El panorama es preocupante. Y yo justamente doy clases de catalán. En el aula, en los pasillos, en el patio, en las entradas y salidas de la escuela, en contextos intergrupales, de manera espontánea, la gran mayoría de conversaciones que se generan son en castellano. Hablo a menudo con los alumnos, se lo pregunto. Como son jóvenes, no están muy preocupados por el futuro de la lengua (ni por el futuro de nada, realmente) y contestan con sinceridad. Me dicen que se han conocido en castellano. Que es la lengua con la cual se entienden todos. Les sale así, por comodidad con los que no hablan catalán. Incluso alumnos catalanohablantes se comunican en castellano entre ellos, aunque en la conversación no haya ningún compañero castellanohablante. Es decir: en casa hablan catalán y en la escuela siempre castellano. Por identificación y cohesión colectiva. Lo ven como una cuestión de mayorías y de comodidad. Lo encuentran justo. Y hace sufrir.

Nos encontramos, pues, con que hay un grosor importante de los jóvenes que asocian el catalán a una lengua académica, formal. Incluso artificial o impostada, porque sólo la oyen en la escuela. El castellano, en cambio, sirve para divertirse, para relacionarse. Es la lengua de ocio y de socialización, tiene el rango de lengua universal. Hace días que hablamos, pero el mundo audiovisual está completamente descatalanizado y es su gran vía de acceso a la cultura. Aquello que les interesa, aquello que los mueve, no existe en catalán. Por lo tanto, inevitablemente, es una lengua que sienten lejos. También lo sabemos, esto: para que perviva una lengua tiene que ser necesaria y tiene que ser útil.

Enseñar a hablarlo

Tenemos otro problema. Y grave. Y aquí quiero ir a parar. Me encuentro a menudo con alumnos que, después de toda una escolarización en catalán, no saben hablarlo. Les cuesta muchísimo, se sienten inseguros. Prefieren renunciar a intervenir en clase antes que hacerlo en catalán. Se dirigen a mí siempre en castellano por pura inercia, y cuando pido y pido que lo hagan en catalán no hay manera. Otros no quieren y ya no hacen ni la intención. Imaginaos, si lo sienten lejos. Puede parecer increíble que hayan llegado hasta 4t de ESO, el último curso de escolarización obligatoria. La respuesta es que hacen exámenes escritos y los aprueban, que es lo que acaba decidiendo si promocionan de curso. Es decir, saben escribirlo pero no saben hablarlo. Al revés que toda la generación educada entre el franquismo y la transición: hablaban catalán pero no sabían escribirlo.

Los alumnos de hoy saben analizar oraciones subordinadas complicadísimas y hacer las combinaciones pronominales más imposibles. Pero no se atreven a comentar alguna cosa en voz alta en catalán ante toda la clase. Tiene un punto de absurdidad. Y pienso que es evidente que el sistema falla. Por mucho que en el currículum se plantee la oralidad como un elemento importante de la evaluación, el tiempo (que en una escuela siempre se va justo de tiempo con todo) y el arraigo a un sistema tradicional basado en la enseñanza gramatical y el libro del texto, hacen que no haya espacio suficiente para una cosa básica: la enseñanza y aprendizaje de la lengua oral.

Los alumnos de hoy saben analizar oraciones subordinadas pero no se atreven a comentar alguna cosa en voz alta en catalán ante toda la clase

Y escribo todo eso desde la preocupación y planteándome qué responsabilidad tengo como profesora. Creo que es urgente incidir en los usos orales. Hay que trabajarlos, evaluarlos de manera seria; hace falta que hagan menos ejercicios de lengua y que hablen más. Hace falta que aprender a hablar sea importante. Desde la materia de catalán especialmente, pero también desde las otras. Porque queremos que se sientan seguros en catalán y porque, más allá de eso, queremos que se sientan seguros cuando se expresen oralmente en cualquier lengua. Elaborar un discurso oral también quiere decir estructurar, argumentar, relacionar ideas. Es básico en cualquier ámbito de la vida y también requiere un aprendizaje. Tenemos tres horas semanales de clase, no puede ser que no sepamos hacerlo.

Lo podemos llevar al mundo de Youtube o al ámbito deportivo; a través de la radio o de las posibilidades de los medios audiovisuales. Que hablen sobre lo que les interesa, no es tan importante el qué. Es importante el cómo. Y es necesario hacerlo. No digo que con eso aseguremos que lo hablen más una vez salen de la escuela. Pero los haremos competentes en el el uso más inmediato de la lengua y tendrán la libertad de poder utilizarla. Es evidente que tal como lo hacemos, no funciona. Y si no hablan catalán, tenemos que hacer que lo hablen.