Cada día me pongo ante clases de unos 30 alumnos de entre 15 y 18 años e intento, como buenamente puedo, enseñarles alguna cosa a que valga la pena saber. Es un humilde punto de partida. Porque enseñar es uno de aquellos trabajos que siempre te parece que podrías hacer mejor. A veces lo que has preparado pensando que los entusiasmará hace aguas a los cinco minutos. Y ellos, los adolescentes, son poco de disimular. Quiero decir que, en general, te lo hacen notar enseguida, porque por mucho que podamos pensar lo contrario son un público exigente. No es que sepan muchas cosas, a esta edad, pero no tienen filtros y todavía no tienen instalada la necesidad de ser políticamente correctos. La clase no se puede convertir en un monólogo en que te vas escuchando y gustando a ti misma porque ellos dan seis o siete clases seguidas. No son un público de conferencia y no tienen ganas de complacerte. Además, son seres que tienden a pernoctar enganchados a pantallas diversas y algunos pasan las primeras horas de la mañana en una escisión cuerpo-alma en la que sólo cuento con el primer elemento.

Enseñar es uno de aquellos trabajos que siempre te parece que podrías hacer mejor

Aunque es un trabajo mentalmente agotador, aunque a veces después de una hora de clase ya tienes la cabeza como un bombo o llueve o tienes migraña y ellos parece que te lo noten a la mirada y tengan ganas de todo menos de lo que tú les propones (y de todo es pintarse las uñas, comer el bocadillo o cambiarse de ropa), es un trabajo que me entusiasma. Enseño lengua catalana y literatura. Es cierto que hay muchas cosas que se relacionan con la materia que imparto y que me preocupan y que en un solo artículo no tengo tiempo de explicar: la escritura, el uso social del catalán (que en los alrededores de Barcelona es un drama) o la expresión oral como grande olvidada de la mayoría de programaciones. Porque quiero centrarme en la literatura. En por qué y cómo pienso que hay que enseñar literatura, más allá de libros de texto, de temarios, de exámenes de selectividad. Decía el profesor Josep Lluís Badal que enseñar literatura es enseñar una actitud ante la literatura. Una manera de aproximarse, de valorarla, de saber disfrutarla.

Portada, Entrevista a Clara Queraltó - Carlos Baglietto
Clara Queraltó es profesora y escritora. Foto: Carlos Baglietto

Una cosa viva

Hace unos años, cuando empezaba a dedicarme a la enseñanza, leí una frase de Neil Gaiman, un autor inglés de ciencia-ficción, que hablaba de todas las cosas que no te enseñan en la escuela. Decía que no te enseñan, por ejemplo, cómo amar a alguien, o cómo alejarte de quién ya no amas. No te enseñan cómo decirle a alguien que se está muriendo. No te enseñan cómo ser famoso, cómo ser rico o cómo ser pobre. Venía a decir que, realmente, no te enseñan nada útil.

La literatura habla de la vida, pero no es la vida

A veces he hablado con los alumnos. Para así ver cómo ven la función de la escuela o cómo creen que se puede enseñar lo que decía Gaiman. Todo va a parar a lo que quiero explicar. A la literatura. Que habla de la vida, pero no es la vida. Que pone en el centro el alma humana. Al poder de la ficción. Que nos lleva, a la fuerza, a la empatía. Que es un espacio para explorar las contradicciones y para entender las emociones. Y nos hace enfadar y disfrutar. Y conseguir eso pasa por leer más textos y memorizar menos las vidas y milagros de los autores decimonónicos. Pasa para leer de todo: poemas, relatos breves, fragmentos de novelas, escenas de teatro. También pasa por entender que la literatura es una cosa viva, que va más allá de las paredes de la escuela. Leer. Hablar. Aunque a veces les parezca que si no apuntan y no hace ejercicios, en clase no han hecho nada. Leer mucho. Y de todo.

Las primeras veces

El profesor tiene que hacer de intermediario. Tiene que escoger los textos y proporcionarlas las herramientas para entenderlos y llegar al hueso, descifrar el código del lenguaje y entender el esplendor de lo que se proyecta. Les emocionan algunos de los poemas de Mireia Calafell o de Casasses. 'Despido' o 'No haberte conocido'. Son jóvenes y, decía más arriba, no saben muchas cosas, no tienen muchos referentes. Pero tienen dieciséis años y les pasa todo por primera vez. Se abren al mundo, todo los baila por dentro. Y es justamente eso lo que tenemos que aprovechar.

En la literatura hay lo que les preocupa: la soledad, el miedo, el amor, el sexo, la decepción

Decirte adiós era "ver cómo queman bosques/ y ser yo todos los árboles", pero también es "la lluvia firme/ que ha empezado a caer". Y les ves la imagen grabada en las retinas. Después entienden qué sería lo más terrible de no haberte conocido y respiras la emoción colectiva. En la literatura hay lo que les preocupa: la soledad, el miedo, el amor, el sexo, la decepción. Quizás es muy obvio, pero les ayuda a entenderse. La literatura nos hace indagar sobre nosotros mismos. Nos obliga a hacernos preguntas. Y pienso que, también, hay que hablar de las series y películas que les gustan. Saber qué buscan, ellos, en la ficción. Ayudarlos a saber qué les gusta y por qué. Y ayudarlos a entrenar una mirada crítica sobre aquello que miran y leen. Porque queremos lectores (y personas, ya me entendéis), críticos, exigentes, reflexivos.

Entrevista a Clara Queraltó - Carlos Baglietto
Clara Queraltó ha publicado este septiembre su primera novela, Et diré R. Foto: Carlos Baglietto

El camino del medio

El relato breve es uno de los grandes menospreciados del sistema literario. Yo lo defiendo encarnizadamente, dentro y fuera del aula. Pero ahora que hablo del mundo de dentro, quiero decir que es un género que funciona de maravilla porque puedes leer entera una unidad de ficción cerrada. Destejerlo y pelearte. Con los narradores no fiables, los vacíos de información que tenemos que llenar los lectores. Con los títulos que dan sentido a toda la historia. Con los finales que golpean o que nos molestan. Desde Faulkner hasta Rodoreda, Monzó, Olid. A Rose for EmilyEl gelat rosaRedacció o Lalalala. Y nudo en el estómago porque entienden que el texto dice lo que no dice (y esta es la genialidad de la literatura, alumnos amados).

La literatura no es nunca la realidad. Pero quizás es la mejor manera de explicarla

Decía que hacer de intermediario también es enseñar a leer con una mirada crítica. También, pues, una mirada de género sobre una tradición literaria patriarcal. Y dicho esto, paramos un momento por rememorar aquella pregunta de selectividad (que había que responder con un "cierto" o un "falso") que decía que Marta y Sebastià de Terra Baixa tienen una relación de amor. Quien había pensado la pregunta buscaba el "cierto", pero muchos lectores de hoy (y los intermediarios que tenían en el aula, espero) veían perfectamente que era una relación de abuso. Lo sabía el propio Guimerà, que la firma a finales del siglo XIX. Aparte de plantearnos qué sentido tiene evaluar la literatura con uno "cierto" o "falso", cuando enseñamos tenemos que cuestionarnos quien|quién y como|cómo ha leído los libros. La respuesta nos sirve para entender, por ejemplo, por qué en el imaginario colectivo una Lolita es una niña seductora de hombres maduros cuando lo que nos quería enseñar Nabókov es, justamente, la historia narrada por un pedófilo. Es decir, leyendo Lolita entendemos hasta qué punto es la mirada de Humbert (y no la niña Dolores Haze) que lo erotiza. Hacer de intermediario es apartarte y apartarlas de una tradición literaria que ha obviado a las escritoras, de un canon en que no están y que ha hecho temarios y libros de texto que ellos han visto y han estudiado.


Y mencionaba el cine y las series también porque pienso que la ficción que consumen influye en su expectativa lectora. ¿Cuando leen La Plaça del Diamant no les cabe en la cabeza que el Quimet no vuelva nunca (¿porqué donde queda, entonces, el giro dramático mayúsculo?). Justamente nos explica que la vida también es el camino del medio, e ir haciendo. Ya acabarán entendiendo que la literatura no es nunca la realidad. Pero quizás es la mejor manera de explicarla.