Hace 50 años, en 1975, Lluís Llach publicaba Viatge a Ítaca, un disco que acabaría convirtiéndose en una de las obras fundamentales de la canción catalana y, probablemente, en su manifiesto más espiritual y universal. Inspirado en el poema homónimo de Kavafis, Viatge a Ítaca es mucho más que una canción o un álbum: es una metáfora sobre el camino, sobre el valor de la resistencia y la madurez que nace de las dificultades. Y también, en el contexto del fin del franquismo, una manera poética de hablar de libertad cuando aún no era permitido hacerlo abiertamente.
Más lejos, siempre mucho más lejos
Cuando Llach compone el disco, el franquismo aún agoniza, pero la censura y la represión continúan activas. La Nova Cançó, nacida a principios de los sesenta como movimiento de resistencia cultural, ya se ha convertido en la voz de una generación que lucha por mantener viva la lengua y la conciencia colectiva. En aquel momento, Llach ya es uno de los nombres más destacados del movimiento, con canciones como L’estaca o Que tinguem sort, pero con Viatge a Ítaca quiere dar un paso más: abandonar el himno para buscar la verdad interior. El disco, grabado entre París y Barcelona con el apoyo de músicos de jazz y arreglistas que aportan una sonoridad más internacional, es también un trabajo de madurez artística. Llach combina orquestaciones sutiles con momentos de gran austeridad, una estructura casi sinfónica, por momentos próximo al sinfonismo de bandas de King Crimson o Pink Floyd, y un discurso que trasciende la lucha política para entrar en el terreno de la reflexión existencial.
El corazón del disco es, naturalmente, la pieza de 18 minutos Viatge a Ítaca, una de las composiciones más ambiciosas de la canción de autor en catalán. Llach la concibió como una suite dividida en varios pasajes, con una progresión emocional que acompaña el texto de Kavafis, en una traducción adaptada por el propio Llach, salvo la primera estrofa, basada en la traducción hecha por Carles Riba.“Quan surts per fer el viatge cap a Ítaca / has de pregar que el camí sigui llarg”, dice el poema —y Llach lo convierte en una experiencia musical de lento aprendizaje y crecimiento. Las sesiones de grabación fueron lentas y meticulosas. Llach trabajaba entonces con el productor Joan Molas, el director musical Manuel Molas, y un conjunto de músicos que incluía viento, cuerda y percusión. El resultado es un sonido cálido, envolvente, que mezcla mediterraneidad y clasicismo, y que abrió camino a toda una generación de músicos catalanes que buscaban salir de los esquemas del folk tradicional.
Ítaca era, naturalmente, la libertad colectiva, pero también la madurez personal
En plena dictadura, Viatge a Ítaca fue leído por muchos como una alegoría de la lucha por la libertad. Ítaca era, naturalmente, la libertad colectiva, pero también la madurez personal, el deseo de una vida digna. Llach propone una ética del camino, un aprendizaje a través del esfuerzo y de la belleza. Era una manera de hablar del país sin nombrarlo, de animar sin consignas. Cuando el disco salió, pocos meses antes de la muerte de Franco, corrió de mano en mano como un tesoro. El público de Llach, que llenaba teatros y universidades, encontraba en aquella voz una especie de guía moral. En una época de confusión, Viatge a Ítaca invitaba a no perder el norte, a entender que la libertad es un camino, no un lugar. Medio siglo después, Viatge a Ítaca conserva una fuerza intacta. Su mensaje —la importancia del viaje por encima de la llegada— sigue resonando en nuevas generaciones. El propio Lluís Llach ha dicho a menudo que es una obra que le ha acompañado toda la vida, y que cada vez descubre significados nuevos.
Musicalmente, el disco marcó un hito: demostraba que la canción catalana podía ser ambiciosa, compleja y universal. Ideológicamente, sintetizaba el espíritu de la transición: la necesidad de caminar juntos hacia una Ítaca colectiva, sabiendo que quizás no se llegue nunca del todo. Cincuenta años después, Viatge a Ítaca sigue recordándonos lo que Kavafis —y Llach— quisieron decir: que lo importante no es llegar, sino crecer mientras vamos. Y que incluso cuando Ítaca parece lejos, siempre vale la pena seguir navegando.
