Existe una cierta confusión en los últimos años respecto al papel de las grasas en la dieta. Durante mucho tiempo estuvieran demonizadas, responsabilizadas de la mayor parte de los problemas de salud de la sociedad occidental: obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares.

Con el tiempo se ha descubierto que los hidratos de carbono, especialmente los de absorción rápida que podemos encontrar en los alimentos procesados, juegan un papel muy importante en la salud y en la aparición de las enfermedades. Pero.. ¿quiere esto decir que se pueden consumir grasas con total tranquilidad?

Es importante saber que las grasas son necesarias en nuestra alimentación porque son una de las principales fuentes de energía, forman nuestra reserva energética, protegen a diferentes órganos del cuerpo, regulan nuestras hormonas y ayudan a la absorción de las vitaminas A, D, E y K, entre otras cosas.

Pero su consumo, sobre todo en el caso de algunos tipos de grasas, debe ser moderado porque su abuso está relacionado –según diferentes estudios– con el incremento de la incidencia de las enfermedades a las que hacíamos referencia anteriormente. Aunque es importante distinguir entre los tipos de grasas que existen.

Grasas

En primer lugar están las grasas saturadas que se encuentran en alimentos de origen animal como las carnes y los embutidos o la leche y sus derivados. También en aceites de origen vegetal como los de coco o de palma, que están presentes sobre todo en la bollería industrial y en los aperitivos salados y los productos transformados.

Los estudios demuestran que su consumo favorece un aumento de los niveles de colesterol en sangre, el llamado colesterol malo o LDL, y son un riesgo claro para enfermedades del corazón.

El segundo grupo es el de las grasas insaturadas, que a su vez se dividen en dos grupos: las monoinsaturadas presentes principalmente en el aceite de oliva y otras grasas de origen vegetal, como los aceites de semillas (aceite de girasol y aceite de colza). También se encuentran en las nueces, almendras y aguacates. Y en segundo lugar, las poliinsaturadas que son básicas para nuestro organismo porque no las puede sintetizar por sí mismo. Por eso, deben ser ingeridas a través de la dieta diaria. Son los llamados aceites esenciales omega 3 y omega 6, presentes en los aceites de soja y colza, los frutos secos y en pescados grasos como el salmón, el arenque, el atún, la caballa, la anchoa o la  sardina.

Este tipo de grasas es necesario, porque regula el nivel de colesterol en sangre, una sustancia indispensable para nuestro cuerpo que, en niveles demasiado elevados, puede suponer una amenaza para nuestra salud.

La Organización Mundial de a Salud recomienda un consumo de grasas diario entre el 15-30% de la ingesta total de calorías. Pero atendiendo sobre todo al tipo de grasa que se consume. Para reducir el riesgo de sufrir una enfermedad cardiovascular, hay que disminuir el aporte de las grasas saturadas y en su lugar, debemos primar el consumo de grasas insaturadas. 

Bollos

Pero si existe un tipo de grasas nocivo esas son las llamadas grasas trans.  Se forman mediante un proceso industrial que se realiza en algunos alimentos llamado hidrogenación, durante el cual cambian su configuración y pasan de ser grasas insaturadas a saturadas, convirtiéndose en grasas sólidas. Las puedes encontrar en alimentos fritos como los snacks, productos horneados (bizcochos, bollos, galletas) y comidas preparadas.

Son peores que las saturadas y su abuso está relacionado con el aumento de los niveles de colesterol y triglicéridos, que pueden favorecer la arteriosclerosis, una patología que provoca un aumento de rigidez y la pérdida de la flexibilidad de las arterias, lo que dificulta el riego sanguíneo. También de la obesidad, debido al alto porcentaje de calorías que tienen los alimentos ricos en grasas. De ahí se derivan también las patologías articulares o respiratorias, debido al aumento de peso. En tercer lugar de enfermedades cardiovasculares como la hipertensión, la enfermedad de las arterias coronarias que transportan oxígeno al corazón o la trombosis.  Y por último, con la mayor incidencia de enfermedades metabólicas como la diabetes mellitus o el ácido úrico.