Nicolaes Maes pintó, hacia 1655, El tamborilero desobediente. Formado en el taller de Rembrandt, sus interiores se ambientaban en sencillos ámbitos en los que se desarrollaba la vida doméstica cotidiana. El niño que aparece en el cuadro mencionado tiene un tambor en sus manos, con el que hace un rato jugaba. Ahora llora. La madre le ha regañado porque con el ruido ha despertado a un bebé que está durmiendo, su hermano.

Pablo Picasso pintó en 1911 Hombre con clarinete. Obra maestra del cubismo analítico —ejecutada después de haber pasado el verano en Ceret con Georges Braque— es una composición piramidal que muestra a un personaje llevando un clarinete, del que solo se descifran los elementos básicos.

Richard Estes pintó en 1967 Cabinas telefónicas. Estes es uno de los principales protagonistas del fotorrealismo norteamericano. La mayor parte de su producción está dedicada al paisaje urbano y a la representación de la vida en las grandes ciudades, especialmente en Nueva York. El punto de partida del cuadro son unas fotos que tomó en unas cabinas telefónicas alineadas, situadas en la confluencia entre Broadway, la Sexta Avenida y la calle 34. Encerrados en cada una de ellas hay un personaje de espaldas al espectador. Metáfora ya de una humanidad sin rostro. Sapiens irreconocibles dentro de aquellos espacios impenetrables.

Julian Opie pintó en 2014 Paseando por Southwark 2. Es un vinilo sobre bastidor de madera. Las figuras de Opie se centran en la figura humana en movimiento, caminando por la ciudad, sola o en medio de una multitud. En el cuadro en concreto, una chica con zapatillas, vaqueros y camiseta de tirantes va mirando el móvil mientras se cruza con gente por la calle. Pero ni los mira.

En la era de la IA, lo más importante de nuestro cuerpo ya no es la mano. Es solo el dedo. De hecho, solo la punta, la yema. Y el cerebro se ha ido diluyendo dentro de toda la tontería

Seguramente, si Maes y Picasso hubieran pintado sus obras en 2025, el niño que toca el tambor tendría un smartphone en la mano que le hubiera dado su madre para que no molestara y el clarinete sería un iPhone deconstruido.

Las cabinas telefónicas de Estes, que ahora tiene 93 años, son —solo medio siglo después de ser pintadas— unos inventos más caducos que el propio tambor, que el clarinete o que las guitarras que Picasso pintó tan profusamente. La pintura ha representado cosas, objetos, a lo largo de la historia. Las colecciones cronológicas nos permiten comprobarlo a lo largo de los siglos. Difícilmente, en la era de los selfies, alguien aguantaría horas quieto para que le hicieran un retrato.

Es más, si fuéramos honestos, ahora no podrían existir retratos ni escenas de la vida cotidiana sin esa extensión de nuestro cuerpo que es el teléfono llamado inteligente. Cuando pasamos del Homo sapiens al Homo faber, las manos —junto con el cerebro— pasaron a ser la parte más importante de nuestro cuerpo. En la era de la inteligencia artificial, nos hemos convertido en Phono sapiens. Y lo más importante de nuestro cuerpo ya no es la mano. Es solo el dedo. De hecho, solo la punta, la yema. Y el cerebro se ha ido diluyendo dentro de toda la tontería.