El despliegue de Aliança Catalana en Barcelona será el gran tema político del año que viene y traerá cola. Como dice Abel Cutillas —que llegó a la capital desde Vinaixa—, los catalanes del interior del país no son lo suficientemente conscientes de lo que significó para la ciudad la derrota de 1939 ante los aliados de Hitler y Mussolini.
Desde 1714, los barceloneses de pura cepa solo han probado la sensación de libertad en tres ocasiones: durante el Sexenio Democrático —en que cayó la Ciutadella—, durante la II República —en que se estrenó la autonomía—, y durante los años fuertes del procés. El turnismo de Cánovas y Sagasta, tan idealizado por los admiradores de la Transición, solo funcionó por el consuelo que la libertad económica ofreció a una ciudad oprimida durante 150 años. Este sotobosque histórico puede acarrear problemas a Sílvia Orriols.
La Alianza llega en un espacio traumatizado que ha determinado siempre el equilibrio del poder español. Este contexto es importante para entender el discurso del rey el día de Navidad. Dicen que el rey hizo el parlamento de pie por primera vez en la historia. También dicen que llevaba una corbata con los colores de la autonomía de Madrid. He leído que, de fondo, se veía una escultura de Carlos V, que gobernó las Españas en el momento de máxima colaboración entre Catalunya y Castilla, cuando Madrid no salía en los mapas de ciudades importantes de la Península.
Carlos V es la artillería pesada que el Estado saca a pasear cuando se siente débil y quiere volver a empezar. Es el símbolo del imperio, y el recuerdo de un mundo en el que Madrid no tenía poder sobre Barcelona. Lo reivindicaron Isabel II y Franco, y también el rey Juan Carlos. Cada vez que Barcelona mueve los cimientos, el Estado intenta refundarse a través de sus símbolos más antiguos.
El discurso del rey quería poner paz entre las facciones políticas del bipartidismo madrileño, que están a matar, pero Barcelona era el elefante azul de la habitación. Barcelona es la capital de Catalunya, pero también es la capital de Pedro Sánchez. Sin Barcelona, ni Sánchez ni Zapatero habrían sido nunca presidentes ni, tan siquiera, secretarios generales del PSOE. En Madrid siempre se pelean cuando la presión de Barcelona rompe los equilibrios de poder, y el rey es el primer eslabón débil que paga las consecuencias. Le pasó a Isabel II y a Alfonso XIII, y en la Zarzuela temen que le vuelva a pasar a la princesa Leonor.
El procès debilitó el bipartidismo porque obligó al Estado a alimentar a Podemos, Ciudadanos y Vox, y ahora nadie sabe cómo devolver el genio a la lámpara. Este desorden hará que todo el mundo intente utilizar a Aliança para tapar los agujeros del sistema.
El desembarco de Sílvia Orriols en Barcelona tocará traumas muy antiguos y los nervios de una red de intereses muy profunda, en una situación ya lo bastante complicada. En Madrid, querrían que el partido de Orriols les liberase de Carles Puigdemont y que empujase los restos de la vieja Convergència a volver al pactismo de Jordi Pujol. En cambio, los votantes de Aliança lo que quieren es la independencia o algo que se le parezca, ni que sea para poner un poco de orden en el país.
Orriols ha prometido que no se presentará en Madrid. Pero, sin Puigdemont, si deja un agujero electoral en España, seguro que salen políticos de la antigua Convergència dispuestos a volver a hacer de bisagra entre el PSOE y el PP, aunque sea con un partido pequeño. La magnitud de Barcelona, en resumen, puede forzar a Aliança a concretar antes de tener fuerza para hacerlo a favor de Catalunya.
El partido de Orriols escuchará cantos de sirena que le prometerán la hegemonía en el campo nacionalista, a cambio de bastardizarse y de legitimar las instituciones vigentes
De momento, mientras Puigdemont tenga un papel político, el PP no puede volver a gobernar sin tensar la relación entre Catalunya y Castilla, y dar alas a Vox. El problema de dar alas a Vox es que Barcelona es la única ciudad europea que no fue liberada por los americanos tras la Segunda Guerra Mundial. La ciudad forjó dos de los artistas europeos más conocidos, Picasso y Gaudí, antes de caer en las garras del fascismo. No son cosas fáciles de enterrar, por muchos inmigrantes que traigas para reforzar la unidad de España mediante la imposición del castellano.
El camino hacia la normalización de Vox dentro de la derecha española, pues, pasa porque Aliança asuma el papel de partido catalán del PP y de Vox, cosiendo a los herederos de Aznar con los herederos de Pujol. Con todo esto, el partido de Orriols no parece consciente de la dificultad de trasladar la Catalunya de Ripoll a Barcelona sin folklorizarla de una manera peligrosa.
En Barcelona, yo he visto a gente de izquierdas perdiendo los estribos por unas entradas de Port Aventura, o a nacionalistas de piedra picada dominados absurdamente por una media calentura.
Barcelona tiene más capas que una cebolla y la catalanidad se pierde o sobrevive —y se ensancha, como en mi caso— a través de laberintos y disfraces increíbles. Tantas derrotas militares, tantas quemas de conventos y tantas bombas, han dejado una niebla de confusión espesa, y lo más fácil es repetir errores y las dinámicas de siempre.
Si Aliança se precipita en Barcelona, a Orriols le puede pasar con la defensa de Occidente lo que les pasó a Gaudí y a Verdaguer con la defensa del catolicismo. Con la fuerza mal domesticada de la capital, sin querer, matará el mito con el dogma. Es lo que les acabó pasando a los dos artistas, que también se trasplantaron deprisa a la capital
Hacía décadas que Barcelona no estaba en disposición de conectar con su pasado anterior a la constitución del Estado español, orientado hacia la luz de Italia, y el sol del gran mediodía. Pero las élites de Barcelona, igual que las de Madrid, no han roto con el franquismo. Barcelona todavía es una ciudad ocupada, y ahora la ocupación se nota en toda Cataluña: por eso ha sido posible un fenómeno como el de Orriols.
Las diferencias entre Catalunya y su capital se han acortado, pero lo que en el país es algo más o menos nuevo, en Barcelona hace siglos que dura. El hecho de que, en plenas fiestas de Navidad, Aliança haya tenido que salir a desmentir dos posibles candidatos a ser alcaldables ya da una idea de la presión que caerá sobre Orriols a medida que se acerque a Barcelona.
El país tiene que infiltrarse en la capital con mucho cuidado, sin facilitar las cosas al oportunismo. El rey y las élites de Barcelona necesitan sacar a Sánchez de la Moncloa para estabilizar el Estado, y la entrada de Aliança en la capital de Catalunya es una pieza clave.
El partido de Orriols escuchará cantos de sirena que le prometerán la hegemonía en el campo nacionalista, a cambio de bastardizarse y de legitimar las instituciones vigentes. La restitución del Estado catalán puede significar muchas cosas, como el Estado propio de Artur Mas, o como el “hacer república” de Oriol Junqueras. Lo que contará es si con la irrupción de Orriols en Barcelona las jerarquías del poder cambian o no cambian, si se rompe o no con el franquismo y con el sistema de intereses castellanos.
Todo lo demás serán gesticulaciones. Porque si esta operación se hace mal, no solo se perderá una oportunidad política: el país puede llegar tarde al reparto de cromos del nuevo orden mundial que se está gestando.