Eva Piquer acaba de escribir el ensayo Difamación, en el que narra el dolor y la autocensura que le provocaron unos artículos míos de hace una década publicados en el blog La Torre de les Hores, donde yo hablaba del cáncer que, desgraciadamente, acabó con la vida de su marido, Carles Capdevila. El volumen se presentó el pasado lunes en un acto multitudinario en la sala Paral·lel 62, al cual, como primer síntoma de cobardía, el público fue convocado a una “autopsia literaria” sin saber que asistiría al acto publicitario de un nuevo texto y, sobre todo, de qué cadáver se dispondría a hacer revisión. Aparte de esta collonería puramente infantil, y aunque el libro hable de un servidor durante la práctica totalidad de sus 124 paginitas, Piquer ha tenido la ocurrencia cagona (supongo que inducida por algún consejero legal) de regalarme el pseudónimo Ricard, con la excusa de haber hecho un libro que querría superar las contingencias de un caso particular de difamación para elevarse al reino de la metafísica y así preguntarse cómo se puede acabar con el escarnio mediático. También hay que recordar que este es el segundo libro que me dedica Club Editor (el primero, hay que decirlo, ¡fue mucho más tierno!), por lo que espero que su editora, Maria Bohigas, considere ponerme en nómina en tanto que musa de sus autoras...
Si se presta atención a las entrevistas que ha hecho Piquer, donde me ha acusado de ser un neofascista y ha declarado literalmente morirse de ganas de enviarme un sicario a casa, y también ponemos el ojo en cómo su editorial ha publicitado este minúsculo ensayo que no es más que un artículo alargado (religando su aparición al movimiento del #MeToo e identificando mis textos como un ludibrio “clasista, misógino y cruel”), uno podría pensar que me he pasado la última década escribiendo sobre Eva y acechándola en las esquinas de su barrio con un puñal. Contrariamente, en lo que respecta a la temática de este libro, el escarnio en cuestión se limita a tres piezas escritas en 2015 y una última en 2018, esta más centrada en el Premio Nacional de Cultura que recibió su espantoso digital Catorze. En cuanto a los artículos más polémicos, cualquier persona con la mínima comprensión lectora verá que yo no me burlé de Capdevila o de su futura viuda por el hecho de sufrir una enfermedad ni deseé nunca que la cosa acabase en funeral; al contrario, identifiqué la glorificación victimaria de esta lacra y la obsesión de la tribu de adoptar “enfermos nacionales” como la metáfora perfecta de la moral del procés y su obsesión patológica de lucir la herida para así excusar la banalidad cultural imperante y toda cuanta impostura política.
De hecho, el artículo que la autora de Difamación cita continuamente en las entrevistas (titulado "Capdevila-Piquer", donde se la describe como “nuestra Pantoja” y futura autora de bestsellers de pacotilla sobre el duelo), su condición de viuda se establece como una hipótesis y el texto termina con este párrafo que Piquer no cita en ningún momento del ensayo: “Si Carles sobrevive, todos viviremos mejor. Saldrás adelante, estoy seguro de ello, con la ayuda de los tuyos. Yo haré caso a los amigos, y os regalo mi silencio. Que tengáis mucha suerte”. Por todo ello, en los artículos a los que me he referido el lector puede considerar (¡libremente, faltaría más!) que hay expresiones ofensivas o también podría arrugar la nariz porque su autor especula y aplica el sarcasmo a la muerte de una persona que tiene cáncer, aunque sea como mera posibilidad. Pero de difamación, ni una sola. Contrariamente, la tesis de los artículos era profundamente acertada, no solo porque la política posterior al 1-O se haya basado en exprimir el chantaje emocional de las “buenas personas” que incumplieron sistemáticamente tantas promesas electorales, sino que —en el caso de Eva Piquer— ha acabado resurgiendo de las cenizas con un ensayo donde, lejos de establecer una teoría sobre la difamación, nuestra Pantoja solo trafica con su dolor y lo establece de base como cebo para cancelarme.
Lejos de establecer una teoría sobre la difamación, nuestra Pantoja solo trafica con su dolor y lo establece de base como cebo para cancelarme
Os cuento todo este vodevil no solo para que conste en acta la falsedad de base sobre la que descansa Difamación (un texto que, de no conocer a la autora, Maria Bohigas habría desestimado en el primer párrafo solo leyendo sintagmas como “mis veintitrés años y yo” o “librerías de nuevo y de viejo” o evidenciando cómo las referencias de los autores venerables que se citan no tienen ni una triste nota al pie de página), sino para que veáis que todo este asunto va mucho más allá de Ricard y de la utilización que se ha hecho de una señora a quien, como ya dije, nuestro propio sistema cultural acabaría disfrazando de folclórica del luto con una mala leche tan vergonzosa. Todo esto no va de cuatro artículos sobre el cáncer, sino de unas élites político-culturales que ven cómo se les pasa el arroz, que se han agarrado a mi prosa para disimular su ocaso y que están haciendo el último esfuerzo agónico para imponer su sistema de miedo y censura. Esta es la paradita que ha hecho regurgitar a la pobre Eva la idea a partir de la cual hay que reflexionar sobre por qué los catalanes “damos voz y micrófonos” a personas malignas como yo; lo cual, dicho sin tanta pompa, resulta una forma cercana al totalitarismo según la cual los que querrían patrimonializar el discurso público (aka, “la buena gente”) también se guardarían el poder de negar la palabra a quien los contradice.
En este sentido, no resulta nada casual que la presentación mencionada (me sorprende, por cierto, que Club Editor, una editorial tan modesta y austera, tenga capacidad para alquilar Paral·lel 62 y disponer barra etílica para tutti quanti; la próxima vez, avisad, ¡que vendré!) estuviera llena de líderes vividores del procés y del 155 como Jordi Sànchez, Raül Romeva, David Fernàndez, Natàlia Garriga y etcétera y de empresarios-comunicadores que han aprovechado la diarrea posterior al 1-O para seguir haciendo caja a través de las frustraciones de los catalanes, como mi querido Toni Soler o el pobre chico Antoni Bassas. Que toda esta gentuza —difamadora profesional, mentirosa compulsiva durante lustros y sacacuartos de nuestros impuestos— solo pueda encontrar calor en un acto cultural a base de cebarse pornográficamente en el dolor de nuestra Pantoja, muestra un retrato muy fidedigno del espíritu nacional. A mí todo esto me alegra mucho, porque esto no solo muestra el ocaso de la mafiecita que ha dirigido el país durante los últimos años, sino también que nuestro trabajo ha valido la pena. Hace un lustro, instaurados aún dentro del chantaje procesista, la jugada les habría funcionado; ahora la cosa les dará para vender cuatro libros. Todo esto, querida Eva, lo podríamos haber arreglado con un simple Bizum...
A diferencia de Eva Piquer, y de sus tristísimos compañeros de viaje, yo soy un defensor a ultranza de la libertad de expresión. Estoy encantado de que Eva pueda pasearse por la mayoría de medios de nuestro país (los cuales también han quedado bastante retratados, pues, cuando alguien te acusa de según qué delitos en antena, dicen que la ética periodística obliga a dar voz a la parte contraria...) tildándome de acosador, misógino, cruel, clasista, neofascista y —como dijo el simpático y despierto Marc Giró en Vostè primer de RAC1— incluso de terrorista. De hecho, si Eva amplía unas semanas la promoción de este entrañable panfleto, ahora que en Gaza no caen petardos, solo faltaría que me atribuyera la condición de genocida. Yo defenderé su derecho inalienable de calificarme como quiera y de compartir la teoría altamente delirante según la cual un par de artículos han podido causar que boicoteara la mayoría de homenajes que le querían hacer a su marido o que retrasara la publicación de su novela Aterratge (que, por cierto, no he tenido el placer de leer), solo por el temor a lo que yo podría comentar. Yo estoy, en definitiva, terriblemente a favor de que Eva Piquer y su editora hablen, porque cuanto más hablen más patente quedará su banalización del acoso, del fascismo y su dictatorial pulsión censuradora.
Compren y lean Difamación, queridos lectores, porque es el libro que ha convertido un par de artículos pasables en dos obras maestras de aquellas en las que su autor acaba configurando el futuro de toda una tribu y, aparte de eso, darán algo de calderilla a los guardianes de la moral. A mí todo esto me ha regalado muchísima vida; aparte, le debo a Eva y al ocaso de su mundo el hecho de certificar que hay que volver a desempolvar, de forma radicalmente urgente, La Torre de les Hores. De parte de Ricard y de una servidora, no saben cómo se lo agradecemos.