Mientras la comunidad internacional todavía digería las consecuencias de los últimos bombardeos entre Irán e Israel, la administración Trump ha vuelto a sorprender con una propuesta diplomática inesperada: ofrecer apoyo para crear un programa nuclear civil iraní —siempre que sea no enriquecido— a cambio de una serie de concesiones que incluyen el levantamiento parcial de sanciones y el acceso a los fondos bloqueados.
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Tal como destaca la CNN, el movimiento, liderado por el nuevo enviado especial Steve Witkoff, se materializó la semana pasada en una reunión secreta en la Casa Blanca con aliados del Golfo. Allí se debatieron las bases de un posible acuerdo: una inversión de entre 20.000 y 30.000 millones de dólares —provenientes principalmente de socios árabes— para construir instalaciones nucleares civiles en Irán, que sustituirían lugares clave como la planta de Fordow, recientemente atacada por EE.UU. Estas conversaciones, según fuentes próximas a la negociación, se han mantenido activas incluso durante los últimos episodios de tensión militar, y podrían culminar en un encuentro formal entre las partes, aunque no hay ninguna fecha fijada. Las condiciones, sin embargo, no dejan mucho margen: Washington no acepta ningún tipo de enriquecimiento de uranio en el territorio iraní, mientras que Teherán lo considera innegociable por razones de soberanía y seguridad.
La diplomacia de doble cara
En público, Trump minimiza la importancia de un nuevo acuerdo: "No me importa si hay un pacto o no", decía esta semana. En privado, sin embargo, sus asesores apuestan por un marco que garantice una desescalada real y duradera. Witkoff, según una exclusiva de la misma cadena norteamericana, lo explicaba así: "Ahora el debate con Irán es cómo reconstruimos un programa nuclear civil mejor, pero que sea no enriquecido".
Esta doble narrativa —oferta diplomática en una mano y bombardeos en la otra— revela la complejidad de una política exterior marcada por la improvisación y la falta de consenso interno. El secretario de Estado, Marco Rubio, lo dejaba claro: "Solo nos sentaremos si Irán acepta hablar directamente con EE.UU".
Teherán, entre la presión y la resistencia
Mientras tanto, en el parlamento iraní se aprueban medidas para romper la cooperación con el OIEA, un gesto que se interpreta como una respuesta a la creciente desconfianza hacia Occidente. Fuentes próximas al régimen apuntan que, después de las recientes operaciones militares, el debate interno se ha inclinado hacia la posibilidad de desarrollar un arma nuclear como elemento disuasivo.
Este escenario complica las perspectivas de un acuerdo real. Ni la inyección de dinero árabe, ni la apertura de cuentas bloqueadas pueden sustituir la seguridad percibida que, para algunos sectores en Teherán, solo proporciona el potencial nuclear. La memoria de la retirada unilateral de EE.UU. del JCPOA continúa viva y condiciona toda negociación futura.
Conclusiones inciertas
Las conversaciones indirectas —con Qatar como interlocutor principal— continúan, pero el margen de maniobra es estrecho. La propuesta de Witkoff tiene una base económica y técnica interesante, pero choca con resistencias ideológicas y geopolíticas profundas. Y el hecho de que el presidente Trump se muestre poco comprometido con el acuerdo no ayuda a reforzar la confianza de un régimen que, hace años, apostó por el diálogo y solo recibió sanciones a cambio. En un escenario global cada vez más polarizado, este plan podría acabar siendo, como tantos otros intentos diplomáticos con Irán, un espejismo más en un desierto de incumplimientos.