El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, ha impulsado una reestructuración profunda dentro de la alianza militar más poderosa del mundo, que implica la eliminación de dos divisiones y el recorte de decenas de puestos de trabajo en la sede central de Bruselas. Esta medida, confirmada por varios funcionarios de la OTAN, busca racionalizar la estructura de la organización y hacerla más ágil y eficiente. Rutte, que asumió el cargo en octubre de 2024, afronta el reto de mantener la eficacia de la OTAN en un contexto internacional marcado por la presión de los Estados Unidos para que Europa y el Canadá aumenten el gasto en defensa, la amenaza creciente de Rusia al este de Europa y la inestabilidad en el Oriente Medio. Esta reestructuración coincide con el momento histórico en que todos los miembros de la OTAN están a punto de alcanzar el umbral del 2% del PIB destinado a defensa para el 2025, reforzando así la capacidad colectiva de la Alianza ante los nuevos desafíos.

La política de recortes de Rutte ha sido comparada con las medidas drásticas que Elon Musk implementó en el gobierno federal de los Estados Unidos y a empresas como Twitter (ahora X), donde suprimió masivamente puestos de trabajo para hacer las estructuras más “ligeras” y más eficientes. Esta reestructuración de la agrupación con sede en Bruselas se ha ganado el sobrenombre de “DOGE” dentro de la OTAN, en referencia a la criptomoneda meme y al estilo disruptivo de Musk. Aunque el objetivo es hacer a la OTAN “más fuerte, más justa y más letal” —según palabras del mismo Rutte— el precedente de Musk sirve de aviso: una racionalización agresiva puede aumentar la efectividad como puede comportar riesgos de descoordinación y pérdida de capacidad operativa, justo en un momento en que la seguridad europea depende más que nunca de la solidez de la Alianza.

Elon Musk en un rally por la presidencia de Trump, en los Estados Unidos - 2024 / Foto: EFE

Una OTAN bajo presión

La OTAN afronta una coyuntura crítica. Por una parte, Rusia ha acelerado su capacidad de rearme, con una producción de armamento muy superior a la de todo el Occidente, y su liderazgo deja abierta la puerta para un uso de su fuerza militar contra la alianza transatlántica en un plazo de cinco años. La agresión rusa en Ucrania ha sido un toque de alerta para los miembros de la OTAN, que se han apresurado a acelerar el gasto militar y la coordinación estratégica. Además, la escalada nuclear de Irán y la inestabilidad creciente en Oriente Medio —con la posibilidad de que el conflicto entre Israel e Irán se extienda— han puesto en alerta en el bloque occidental, que se ve obligado a repensar su estructura y capacidad de respuesta.

Todo eso pasa mientras los Estados Unidos, bajo la presidencia de Donald Trump, han presionado fuertemente para que los aliados europeos aumenten el gasto en defensa hasta el 5% del PIB. Esta exigencia se ha convertido en un tema central de debate, ya que muchos países europeos tienen que hacer grandes y urgentes esfuerzos presupuestarios por cumplirla. El temor a una retirada progresiva de la protección convencional norteamericana ha hecho que los miembros de la OTAN, especialmente los más expuestos a Rusia, aceleren sus inversiones militares. Ahora, con una renovación al estilo Silicon Valley que recuerda a las del mediático magnate norteamericano, solo hay que esperar que los finales de Rutte y de la OTAN no tengan el mismo tono que el del megalomaníaco desorientado Elon Musk.