Diría que la mayoría de conversaciones de este año en las mesas navideñas ha evitado tocar sintomáticamente el tema de la política. No es que la pax socialista que nos ha impuesto Salvador Illa haya fructificado, y ahora dediquemos el compás de espera entre la escudella y la carn d'olla a charlar sobre Kierkegaard o los retos que nos plantea la inteligencia artificial; contrariamente, opino que seguimos igual de politizados que en 2017 y quizás, justamente por eso, nos pesa bastante discutir con el cuñado españolista sobre la inviabilidad de la secesión en un entorno federal como el de la Unión Europea. En cuanto a los independentistas, creo que la mayoría de conciudadanos de la cuerda ya tiene bastante asumido que —con la actual clase política— no llegaremos a buen puerto. Yo mismo lo comprobé cuando, justo en el vermut, la sectorial madrileña de la family mostró alegría con la candidatura progre-española encabezada por Rufián.
El mismo día de Navidad publiqué una encuesta cutre en Twitter donde preguntaba a mis seguidores quién era el político más citado en sus conversaciones de sobremesa. En veinticuatro horas participaron casi dos mil usuarios con los siguientes resultados: Junqueras (3%), Puigdemont (7%), Sánchez (18%) y Orriols (72%). Sacar conclusiones de un ranking como este en las redes puede parecer temerario —aunque haya medios serios que hagan demoscopia de una forma aún más hortera—, pero diría que los porcentajes explican muy bien las dos inquietudes de los catalanes en este presente incierto; primero, hasta cuándo el presidente español podrá fardar de su manual de resistencia sin acabar con las mejillas chupadas como un zombi y, en segundo lugar y mucho más importante, qué tipo de cambio real de mentalidad y de gestión de lo cotidiano aportará la futura consolidación de Aliança Catalana en municipios y Parlament.
Si hace unos años las conversaciones más airadas se daban entre los hijos progresistas que querrían acoger a un marroquí en casa para hacerse los benignos y los abuelos nerviosamente atemorizados por el hecho de que Manlleu pudiera acabar pareciéndose a Islamabad, el tema sobre la inmigración ya sobrepasa el eje entre izquierda y derecha (de hecho, esto también se verá en las municipales, donde algunos ayuntamientos comandados por ERC pueden acabar con alcaldes alianzados). En otras palabras, la cuestión ya no se centra en nuestra voluntad de acoger a parte de los damnificados de la globalización y darles una taza de sopa, sino en la capacidad de nuestro paisito de continuar creciendo de forma exponencial a base de población extranjera, manteniendo el actual sistema de bienestar público. Este ha sido el triunfo de la derecha de nuestra tierra; la xenofobia y el odio al extranjero se ha conseguido matizar dentro de los términos más blanqueados de la economía patria.
Entiendo que Sílvia Orriols haya monopolizado la mayoría de sobremesas del país, pues resulta ser de las escasas voces que no abre la boca con el objetivo de convertir el independentismo en un movimiento de frailes y monjas
En este sentido, para enmendar el título medio franquista de este artículo, quizás este año no hemos hablado casi nada de los problemas internos de los partidos (a saber, del enésimo retorno del president Puigdemont al país o de la unidad de acción independentista) y mucho más sobre política en términos adultos. Si el procés nos adiestró en un entusiasmo tan contagioso como ingenuo, este postprocés quizás está siendo útil a la hora de ejercitarnos en el arte de la exigencia con que se debe presionar a los responsables públicos. Desde esta perspectiva, entiendo que Sílvia Orriols haya monopolizado la mayoría de sobremesas del país, pues resulta ser de las escasas voces de nuestra cosa pública que no abre la boca con el objetivo de acariciarnos el ego ni de convertir el independentismo en un movimiento de frailes y monjas; también es sintomático que Junqueras y Puigdemont solo aparezcan como recordatorios de los propios errores.
Diría que, de cara a las próximas Navidades, la conversación cambiará poco de tonalidad y de protagonistas. Sánchez seguirá presente, quién sabe si aún más ahogado por su entorno de corruptelas o salvado por la inoperancia manifiesta de Feijóo. También Orriols, a quien ya no solo se le exigirán frases ingeniosas que puedan encapsularse en las redes sociales para acumular retuits de los mismos fieles, sino también un partido más estructurado, menos voluntarista y con unos candidatos que, aparte de expulsar a moros, hablen claro sobre cómo harán que sus villas y ciudades recuperen el temple. A veces puede parecer que no pasa nada; pero hay movimiento, creedme.