El noroeste de Barcelona tiene nombre y apellido: Sarrià-Sant Gervasi. Una zona gastronómica olvidada por la efervescencia —y, no nos engañamos, comodidad— del Eixample o Ciutat Vella, entre otros. Con el carácter transversal que caracteriza La Gourmeteria y la búsqueda de buenos restaurantes por todo Catalunya y Barcelona, decido ir a dar una vuelta a la parte alta de la Diagonal. No es un área rellenada de numerosos restaurantes de calidad, pero hay que saber tener paciencia para cuando llega la hora de la verdad saber distinguir acertadamente. Y eso es lo que me pasa cuando camino por la Via Augusta y llego al número 201.
Dos Cucharas: cocina gastronómica centrada en el producto
Giro a la izquierda, subo un par o tres de pequeñas escaleras y antes de atravesar la puerta leo en diagonal el menú de mediodía y la carta. “Eso me lo pediré”, pienso en leer el primer plato de todos. “Y eso, también”; “y eso, tampoco puede faltar”. El talento y las letras que conforman las palabras que dan nombre en los platos me enamoran y me empujan a entrar en el restaurante Dos Cucharas. Dentro, conozco el cocinero Marcos Pujades y el impresionante espacio donde elabora auténticas maravillas.

Íntimos, enormes, románticos y elegantes son los primeros adjetivos que me transmite el local. Me dirijo a una mesa redonda pensada para cuatro personas y me siento en los sofás grises esbeltos que caracterizan el local. Una combinación dulce, seria y que me acompaña durante toda la comida.

Desesperado para poder probar tantos platos como sea posible, opto por una fórmula extraña, más típica de quien hace una semana que no come nada: una mezcla de la fantástica y larga carta que ofrecen y platos del icónico menú de mediodía que tienen anunciado de lunes a viernes. A escoger entre cinco primeros platos, seis segundos platos y cuatro postres. Adicionalmente, bebida, pan y postres o café: todo ello por 26,95 €.

Así pues, apuesto por empezar fuerte. El pulpo a la brasa con parmentier de patata, aceite de pimentón y mayonesa de kimchi es la primera selección de la jornada. Continúo el segundo acto con una pintura digna de Joan Miró: el marrón dorado con pinceladas oscuras se me presenta encima de la mesa. Se trata del canelón de pularda con salsa de foie, setas de temporada y el jugo de su asado. “El objetivo de Dos Cucharas siempre ha sido ofrecer una cocina con alma, que recuerde la de antes, donde los sabores, los detalles y el hecho de compartir en mesa sean protagonistas”, me confiesa a Marcos.

Durante toda la comida, por cierto, me voy mojando los labios y deleitándome con los sabores del Quinze Roures, un vino de los Viticultores del Empordà. Un vino blanco perfilado con intensos aromas de fruta blanca, notas cítricas y toques de frutos secos y especias dulces que explica muy bien la esencia de los viticultores del Empordà. Así pues, esta mezcla de garnacha roja y blanca casa todos los platos que pruebo en el Dos Cucharas.

“Es un proyecto con esencia propia”, me explica a media comida Pujades, “una nueva manera de viajar con el paladar y de entender la gastronomía enfocada a la cocina de mercado y de temporada”. Con un primer restaurante abierto a Sant Cugat en el 2019, hace tan solo dos años que quiso dar el salto en Barcelona y, de momento, la apuesta es todo un éxito: “Quería un restaurante donde poder desarrollar mis creaciones culinarias con libertad, cuidar al cliente de manera próxima y que la experiencia fuera, por encima de todo, gaudible,” dice el chef de 35 años.

No quiero perder tampoco la oportunidad de probar las albóndigas con salsa, trompetas de la muerte y guisantes. Seguramente, el plato que me deja más indiferente de todos, sin bajar del seis, pero que tampoco volvería a pedir. Lo rematamos con una dupla de traca final impresionante. Por una parte, el arroz meloso con butifarra, costilla de cerdo y alcachofas; de la otra, el plato que más me encantó: el lenguado con limón, mantequilla y salvia que estaba para lamerse los dedos y dejar el plato limpio como una patena.

De postres, hay diferentes opciones como el coulant de chocolate 70% relleno de chocolate blanco con helado de vainilla; un sorbete de limón; un pastel de quesos en texturas; o, también, una ensalada de frutas de temporada. Finalmente, me decanto por el suflé de naranja y Grand Marnier con helado de vainilla Bourbon. Y, también, la torrija hecha con pan de brioche casero, caramelizada con helado de leche merengada.