Existen bares y restaurantes que hace falta visitar asiduamente para ser feliz. Por supuesto, cada uno tiene sus preferidos, por el tipo de oferta, por el ambiente, por las vistas o por el trato, entre otras tonterías, porque al final, si tú vas a cualquier restaurante y repites, suele ser porque la comida te ha gustado mucho. Es cierto que el resto de factores suman, pero, finalmente, lo más importante de todo es la comida.

Al igual que vemos un partido de fútbol y nos recreamos una y otra vez con alguna jugada maestra de Lamine Yamal o disfrutamos por trigésima séptima vez escuchando un Parsifal de Wagner en el quinto piso del Liceu o pinchamos una y mil veces aquel vinilo antiguo del Miles Davis que tanto nos gusta, debería ser normal visitar asiduamente aquellos locales que tanto nos entusiasman, y no lo es. No entiendo por qué la parroquia, en muchos casos, suele preferir probar lugares nuevos y no repetir.

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Entrada a la Granja Elena / Foto: Víctor Antich

En este marco creo sinceramente que cuando encuentras un local que te gusta es como encontrar el Santo Grial y hay que visitarlo para adorarlo tantas veces como nos venga en gana y dejarse de tonterías visitando todas las aberturas del planeta, la mayoría de las cuales en pocos años habrán desaparecido para siempre. Pues bien, hace años encontré el Santo Grial en la Granja Elena y, claro, la sigo visitando siempre que puedo.

Cuando encuentras un restaurante que te gusta, en este caso la Granja Elena, es como encontrar el Santo Grial, y hay que visitarlo para adorarlo tantas veces como nos venga en gana porque, finalmente, comemos para saber que estamos vivos.

Nada más traspasar la puerta de la Granja Elena, Borja, atareado, pero siempre con una sonrisa en la boca, me saluda desde detrás de la barra mientras Patrícia, siempre tan diligente, me asigna una mesa. Pasan de las once y el local está lleno a rebosar. Unos desayunan de tenedor, otros un bocadillo de la larga lista que ofrecen de pan normal, pan de coca y Viena. Mira por dónde pensaba equivocadamente que a las once ya no servían desayunos, pero Patrícia me aclara que no es así y que la cosa se alarga habitualmente hasta las doce. "Piensa que algunos clientes se vienen a desayunar pasada la una del mediodía, pero la carta que les ofrecemos entonces, como es normal, es la de la comida, no la de desayunar", me explica Patrícia.

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Carrillera con colmenillas. Granja Elena / Foto: Víctor Antich

Me leo la carta que me sé de memoria. Hoy venía con la idea de comerme unas judías de gancho con cocochas de bacalao, pero Borja me ha dicho que él se ocupaba del tema, que no me preocupara.
Me llega una carrillera de cerdo con colmenillas, que desprende ese agradable aroma de plato guisado durante muchas horas y que encuentro tierna y sabrosa. La carrillera está asada y va acompañada de una salsa del cochinillo que cocinan aparte y que antes, sin embargo, la dejan confitando hasta que se reduce.

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Granja Elena / Foto: Víctor Antich

Le pregunto a Borja cuando desayunan y comen. Comenta que desayunan antes de servir las comidas y comen después del servicio. El desayuno del equipo suele ser informal y rápido, con cualquier bocadillo, pero la comida de toda la semana sí es más organizada y saludable. Hoy, sin embargo, como es viernes y mañana solo abren hasta la una del mediodía, lo celebran comiendo una buena hamburguesa hecha en casa, que Borja cocina con todo el amor del mundo. Fíjate que estoy por apuntarme y volver después para comer con ellos. Porque, finalmente, comemos para saber que estamos vivos.