Tal día como hoy del año 1700, hace 325 años, en Madrid, moría sin descendencia el rey Carlos II (Madrid, 1661 – 1700), quinto y último monarca de la estirpe Habsburgo en el trono hispánico. Pocas semanas antes, Carlos había firmado su último testamento (3 de octubre de 1700), que otorgaba la corona hispánica a Felipe de Borbón, nieto de una hermanastra suya, María Teresa de Austria (esposa de Luis XIV de Francia), y, por lo tanto, nieto —también— del rey francés, el gran rival de los monarcas hispánicos de la segunda mitad del siglo XVII en la carrera por dirimir el liderazgo continental y mundial. Felipe de Borbón era sobrino en segundo grado del difunto rey.

Por otro lado, ese último testamento había dejado fuera de la carrera a otro candidato al trono: Carlos de Habsburgo, hijo del archiduque José I de Austria —y emperador del Sacro Imperio— y nieto del archiduque austríaco y también emperador germánico Leopoldo I (hermano de la madre del difunto rey hispánico). Por lo tanto, Carlos —el austríaco—, también como Felipe de Borbón, era hijo de un primo hermano del difunto rey hispánico, y eso lo convertía en sobrino en segundo grado de Carlos II de las Españas. Sin embargo, el grado de parentesco tuvo un papel secundario. Felipe y Carlos representaban dos modelos políticos diferenciados (centralismo versus foralismo), que sería lo que articularía a sus respectivos partidos.

El rey hispánico Carlos II no era excesivamente viejo para la época (estaba a punto de cumplir los cuarenta años), pero era un despojo humano. Afectado por graves discapacidades físicas e intelectuales congénitas, con el transcurso de los años su estado de salud había empeorado notablemente, hasta pasar los últimos meses de su vida sin fuerzas ni siquiera para comer y postrado en la cama. Por este motivo, se consideró que este último testamento había sido falsificado, ya que en esas circunstancias el rey era incapaz de sostener una pluma. La firma del documento, en cambio, tenía un trazo firme, propio de una persona fuerte y saludable.

La muerte de Carlos II y su polémico testamento (se acusó al primer ministro, el cardenal Portocarrero, de su falsificación) rompía el equilibrio continental negociado medio siglo antes en la Paz de Westfalia (1648), que había puesto fin a la guerra de los Treinta Años (1618-1648), la verdadera "Primera Guerra Mundial". La nueva alianza que dibujaba aquel testamento (el eje borbónico París-Madrid) fue contestada por Austria (que ya se postulaba para ostentar el liderazgo de la Europa central y oriental) y por las potencias emergentes atlánticas: Inglaterra, los Países Bajos y Portugal. La guerra de Sucesión hispánica asomaba y empezaba el ruido de sables.