La importante audiencia en el debate electoral celebrado en TV3 entre los candidatos catalanes a las próximas elecciones españolas ha roto un poco el mito de que existe una apatía generalizada ante los próximos comicios. El 25,5% de share, entre los dos canales de la CCMA —TV3 y 324— y los 364.000 espectadores que lo siguieron, supera en más del doble los que siguieron en su día el que se produjo en las mismas cadenas antes de las elecciones municipales a la ciudad de Barcelona, que fue del 12,1%, o el 12,3% del debate a siete de TVE celebrado la pasada semana y en el que participaron los números dos de los grandes partidos y los cabezas de lista de las formaciones periféricas. Son cifras muy lejanas del debate de Atresmedia que enfrentó a Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo y que alcanzó un share del 45,5% sumando Antena 3 y La Sexta.

En cualquier caso, los debates no solo se miden por el número de espectadores, sino por las consecuencias políticas que dejan, que no es exactamente lo mismo. Ha habido poca discusión de que la apabullante victoria de Feijóo en el debate televisado que le enfrentó a Sánchez ha tenido una influencia capital en la actual campaña electoral. Aquella bala que pensaba utilizar el presidente del Gobierno para tumbar a su rival resultó que era de fogueo. Es cierto que enseguida se reveló que el líder del PP había incorporado a su relato varias fake news, pero en el rampante mundo informativo actual, cuando ello se hizo público, le sirvió a Sánchez de bien poco. El presidente estaba literalmente en la lona. Desde aquel debate, el 10 de julio, ha dado la impresión de que la campaña se hacía interminable y, a la espera de que el domingo se abran las urnas, ha perdido interés. Lo que en el argot se denomina en las últimas jornadas los días basura han acabado siendo prácticamente casi dos semanas.

Fue también importante el debate sobre Barcelona entre Xavier Trias, Ada Colau, Jaume Collboni y Ernest Maragall. El exalcalde supo protagonizar un rifirrafe con Colau, que les benefició a ambos y perjudicó a Collboni, que aunque las encuestas le iban dando en cabeza, empezó a perder fuelle. Los debates, por tanto, no son inocuos si se saben aprovechar, los mensajes son claros y el espectador puede verse reafirmado en su opción política o en alguna de las que le hace de bisagra y ha votado en alguna otra oportunidad. Eso siempre funciona mejor, claro está, cuando los contendientes se juegan alguna cosa, en este caso la alcaldía. O en el debate Sánchez-Feijóo, la presidencia del Gobierno.

En el caso del debate a ocho entre los candidatos catalanes al Congreso de los Diputados, se jugaban el reparto de 48 escaños de 350, que son los que corresponden a las cuatro circunscripciones provinciales. Careció de interés, los encontronazos que se produjeron fueron de un cierto vuelo gallináceo y si algo quedó claro es que el independentismo está más dividido que nunca. Dudo que moviera muchos votos y también que actuara como movilizador ante el 23 de julio de todos aquellos que aún se están pensando si tienen que acudir a votar y a quién deben hacerle confianza para los próximos cuatro años.

En resumen, propuestas de salón o para cubrir el expediente en medio de la borrasca que planea ante la llegada de PP y Vox al gobierno español y que afectará especialmente a Catalunya. Por más que Feijóo ahora se haga el simpático y que ahora predique que rebajará las tensiones entre España y Catalunya. El último que lo dijo desde sus filas políticas fue su paisano Mariano Rajoy y la cosa acabó, como es sabido, con la suspensión del Govern, la aplicación del 155 y con Soraya Sáenz de Santamaría al frente de la Generalitat. El último precedente no le deja precisamente en buen lugar. Porque ya se sabe que las palabras se las lleva el viento. Pero las acciones, no.