Se acaba de cumplir el octavo aniversario del referéndum de independencia impulsado en 2017, una jornada clave en la historia reciente de Catalunya. Pocas fechas hay en los últimos 50 años, en nuestro país, capaz de disputar la simbología de lo que suponía en aquel momento una consulta de independencia en una zona de la Unión Europea. Una gran movilización de la ciudadanía, una ilusión muy mayoritaria en la sociedad catalana y, por contra, un estado asustado porque no había forma de parar de una manera democrática la voluntad popular. El resto ya lo sabemos: aquella esperanza hoy es nostalgia, la independencia no está en la agenda política y las secuelas del procés están esparcidas en pequeños pedazos de carpetas que han causado un enorme dolor personal a mucha gente y algunas de las cuales siguen sin resolver. Persecución policial, casos judiciales sin base alguna, condenas carentes de justificación alguna, prisión de miembros del Govern y exilio del president Puigdemont y alguno de sus consellers.

No ha sido este el único efecto del procés de independencia. Ocho años después, no hay un movimiento independentista lo suficientemente sólido capaz de mantener viva la llama y se ha impuesto la idea de que lo que toca ahora es un cambio de prioridades que canalice el enorme enfado de la gente y la frustración ante un resultado que es, sin paliativo alguno, negativo. Dicho de otra manera, no es que no queden independentistas, ni que hayan desaparecido los catalanes que abogan por la independencia, sino que la agenda diaria y las preocupaciones han creado otras necesidades. Porque si miramos la última encuesta del CEO del pasado mes de julio, un 52% de los catalanes se posiciona en contra de la independencia de Catalunya y un 40% son favorables. Este segundo barómetro del 2025 del Centro de Estudios de Opinión reflejaba una pequeña variación con respecto a los datos del primero, de marzo de este año, cuando los contrarios a la independencia eran el 54% y los favorables, un 38%, que fue la cifra histórica más baja desde 2015. Por partidos, los más favorables a la independencia son los votantes de Junts, con un 88%, seguidos de los de la CUP (84%), Aliança Catalana (76%) y ERC (70%).

Los problemas de fondo del país siguen siendo muchos de los que provocaron la enorme ola de movilización independentista

La Catalunya del 2025 ha abierto nuevos debates tras ocho años de represión. Pero como se ve permanentemente, los problemas de fondo del país siguen siendo muchos de los que provocaron la enorme ola de movilización independentista: mala financiación de Catalunya, dificultades para ampliar el autogobierno, intentos permanentes por desmantelar el modelo educativo catalán, la oposición a hacer del catalán una lengua normal que esté en condiciones de ser respetada como la propia del país, la necesidad de un mayor respeto a la cultura catalana y la aceptación de que Catalunya es una nación. Todo eso, que es tan básico, lejos de ser asumido, está permanentemente en cuestión, bien sea a través de procesos judiciales o en el Tribunal Constitucional. O se van haciendo concesiones en cuentagotas por parte del gobierno español y sin que nada de ello acabe conllevando una gran trasformación en la capacidad de Catalunya para poder ampliar y decidir en su autogobierno. Un ejemplo de actualidad es el de la financiación singular, donde el PSOE no es capaz ni de satisfacer las demandas del PSC.

Este miércoles, aniversario del referéndum del 1 de octubre, hemos visto declaraciones de los líderes del procés y como la red X se llenaba de fotos de aquella jornada. Un recuerdo nostálgico de aquella esperanza. Una luz que se ha ido alejando y en muchas ocasiones parece haber dejado el movimiento independentista sin brújula, con demasiadas dudas sobre el camino a seguir. Divididos y peleados, incapaces de trazar un nuevo horizonte de esperanza en un movimiento que necesita a todo el mundo y que debe tejer complicidades más allá de sus cuatro paredes. El independentismo debe ser permeable y seductor, con un proyecto de país basado en el bienestar y la recuperación de las clases medias. Un movimiento que dé respuesta a las inquietudes de la gente, no que esconda debates que están en la calle y que van a seguir estando por más que no se hable de ellos. Decía Proust que el recuerdo de las cosas del pasado no necesariamente es el recuerdo de las cosas como en realidad sucedieron. Y mucho me temo que para muchos eso también es un problema.