Cuando la principal novedad del discurso del jefe del Estado es que el discurso de Nochebuena lo ha hecho de pie, abandonando la mesa o el sillón de ocasiones anteriores, ya da idea de la pobreza de la intervención de Felipe VI.  Es cierto que habló de los extremismos, pero de una manera deshilachada, como para no ofender a nadie, cosa que tampoco consiguió. En 2025, tratar de presentar como la principal novedad que su intervención fue de pie es llegar tarde a lo que otras monarquías vienen haciendo desde hace dos décadas.

Siempre se repite cada Nochebuena lo mismo: ¿por qué no copia lo que otros han hecho antes, con una factura de realización significativamente menor?  Hace tiempo que se apostó porque no fuera la BBC quien se encargara siempre de la realización de la intervención, ahora de Carlos III, y que se encargara a varias empresas cuál sería su proyecto televisivamente hablando. Se escoge, así, la mejor ejecución televisiva, y después el resultado es siempre infinitamente mejor. Y no será que el Palacio Real no tenga rincones de una gran belleza plástica, pero ni así.

¿Fue acaso su papel en 2017 un activo para rebajar la crispación o un discurso de parte para enemistarse con una parte significativa de los catalanes?

Alguien se daría cuenta, entonces, de lo mal que quedan los puños apretados, se mejorarían las inserciones de imágenes de recurso que se incorporan e, incluso, igual alguien defendería que sobran las banderas, qué son innecesarias y que su presencia suma más que resta fuera de la España unitarista y uniforme. Su discurso contra los extremismos, que realmente existen, y el aumento de la crispación, está falto de memoria reciente: ¿fue acaso su papel en 2017 un activo para rebajar la crispación o un discurso de parte para enemistarse con una parte significativa de los catalanes?

La monarquía española tiene muchas lagunas de credibilidad, que ahondó de manera importante Juan Carlos I con diferentes casos de corrupción, que lo llevaron a abandonar la jefatura del Estado en 2014. La gravedad de aquella situación es que el rey emérito reside en Abu Dabi sin presencia permanente de su familia y escribe libros de memorias con los que pretende ajustar cuentas, Hoy, más de once años después, es una institución en retroceso y con las nuevas generaciones muy distantes de un rey que a sus 57 años ha desaprovechado sus mejores años para imprimir una pátina más moderna, cercana a la gente —no se trata de dar manos y hacerse selfis— y capaz de sintonizar con los debates que tiene hoy la sociedad.