José Luis Guerin siempre ha destacado por ser un cineasta de mirada única. Lo ha vuelto a demostrar en Festival de Cine de San Sebastián, donde ha presentado su nuevo largometraje, Historias del Buen Valle. Documental que opta en la Concha de Oro, el filme destaca por ser un bello retrato humanista del barrio barcelonés de Vallbona, adentrándose en este microcosmos multicultural que, en miniatura, contiene el mundo.
La vida en los márgenes
Han pasado 25 años desde que Guerin se alzó con el Premio Especial del Jurado y el Premio FIPRESCI del Festival de Cine de San Sebastián gracias a En construcción (2001), obra que también le valió el Premio Nacional de Cinematografía y el Goya en el Mejor Documental. El director barcelonés, autor de una filmografía que siempre ha jugado con los límites de la realidad y la ficción, destaca por una mirada única, casi onírica. Ya lo evidenció con su primer largometraje, Los motivos de Berta (1984), presentada en el Festival de Berlín. Posteriormente, llegarían Innisfree (1990) y Tren de sombras (1997), las dos estrenadas en Cannes. Más adelante, En la ciudad de Sylvia (2007) contribuyó a la competición oficial de Venecia, festival en la cual también participó con Guest (2010) dentro de la sección Orizzonti. Ahora ha reanudado el pulso creativo con una película que sigue explorando el diálogo entre el documental y la ficción, la memoria y el presente. Y es que Vallbona es un barrio del extrarradio de Barcelona, aislado por un río, vías férreas y autopistas. Un territorio de frontera que vive el tráfico del mundo rural en el urbano, preservando formas de vida ya erradicadas del centro de la ciudad. Una memoria gestada en la supervivencia y en las luchas vecinales.
Los sueños y conflictos que viven los personajes de esta película son identificables en cualquier periferia del mundo. La vida en los márgenes implica carencias pero también preserva singularidades, formas de resistencia y de vida que han sido erradicadas del centro
Historias del buen valle, que se puede entender como la versión estética y formalmente poética, y en reverso, de la popular El 47, quiere mostrar también unas formas de vida que solo son posibles en este espacio híbrido y todavía asilvestrado, pendiente de urbanizar. La película se ha rodado a lo largo de tres años, generando un auténtico vínculo entre el cineasta y personas diversas del barrio, y capturando los deseos y anhelos, las transformaciones y las dificultades. Así lo explica el mismo director, que ha declarado que "los sueños y conflictos que viven los personajes de esta película son identificables en cualquier periferia del mundo. La vida en los márgenes implica carencias pero también preserva singularidades, formas de resistencia y de vida que han sido erradicadas del centro. Aquí radica el reto más estimulante y ambicioso que se me plantea como cineasta: que un barrio humilde y desconocido pueda servir para dar cuenta del mundo entero, de la misma manera que la observación de una hoja puede llevar a comprender la totalidad del árbol."