Barcelona, finales de 1713. Hace 310 años. Última fase de la guerra de Sucesión hispánica (1705-1714/15), denominada guerra de los Catalanes (1713-1714). La ciudad está asediada por tierra y bloqueada por mar por las fuerzas franco-castellanas de Felipe V, el primer Borbón hispánico. Y en el interior del cercado amurallado, los vecinos de la ciudad conviven con miles de refugiados austriacistas, procedentes de las llanuras occidentales del país, de Aragón y del País Valencià. Precisamente, algunos de esos aragoneses nos dejaron algunas anotaciones escritas que son el resultado de la dramática experiencia del exilio. Y en algunos casos se detalla, aunque de forma bastante resumida, la apariencia física de aquellos catalanes y catalanas de 1713 y 1714 que resistían tras las murallas.
Los "gigantes" aragoneses
Los aragoneses que, huyendo de la ocupación borbónica de Aragón y de la terrible represión desatada por el régimen de Felipe V, se refugiaron en Barcelona —la última gran plaza austriacista—, representaban un curioso colectivo que, según aquellas anotaciones (las propias y las locales), destacaba por su talla física. Son notablemente altos, en relación con el conjunto de la población de la ciudad, y llaman la atención. Pero dicho detalle no debería resultar extraño. En un reportaje anterior, titulado "¿Por qué los catalanes de 1500 eran bajitos, morenos, perezosos y violentos"?, contábamos que el diplomático toscano Francesco Guicciardini, en un viaje a través del Principat, había observado que, en contraste, los catalanes de principios del siglo XVI eran de muy baja estatura.
Los hijos de los ricos
Pero transcurridos dos siglos, los extranjeros que visitan Barcelona (neerlandeses, ingleses, napolitanos) no se fijan en la observación de Guicciaridini, lo que nos lleva a pensar que los catalanes habían ganado talla física. No obstante, lo que realmente explica la diferencia de altura entre aquellos exiliados aragoneses y los vecinos de la ciudad era el hecho de que aquellos forasteros eran, casi exclusivamente, una extracción de las élites socioeconómicas de sus respectivas comunidades locales. Lisa y llanamente, los hijos de los ricos. Y, por lo tanto, eran claramente el resultado de un proceso de selección natural, probablemente sostenido durante varias generaciones y marcado por aspectos tan decisivos como la calidad y la regularidad de la alimentación o la capacidad de respuesta a las enfermedades.
El tsunami occitano
Después de la Revolució Remença (1462-1472) y hasta la Revolució dels Segadors (1640-1641), se había producido un fenómeno que cambiaría para siempre la fisonomía de Catalunya. La social, la cultural, y la económica. Hablamos de la inmigración occitana, que, durante el periodo de máxima intensidad (1550-1620), contribuyó decisivamente a duplicar la población y a cuadruplicar la producción del país. Los estudiosos de este fenómeno, como la profesora Núria Sales (traspasada recientemente), nos hablan de una verdadera ola migratoria, formada por miles de jornaleros agrarios que cruzaban los Pirineos a través de pasos no vigilados (a razón de cuatrocientas personas al día durante los meses de primavera del periodo 1585-1610), y que arraigarían por todo el país.
Catalunya, país de viudas
La Catalunya del siglo XVI es un país de viudas. El triunfo de la Revolució Remença, que consagra la cita "la tierra para el que la trabaja", impulsa una fiebre de recuperación de masías abandonadas y de conreo por contrato de rabassa morta de nuevas tierras, que se traduce paradójicamente en una brutal oleada de siniestralidad laboral. Las fuentes documentales revelan la muerte de centenares, quizás miles, de pequeños campesinos, debido a heridas gangrenadas. En este punto es muy importante destacar que, en aquel contexto social, económico e ideológico, una viuda no tenía ninguna posibilidad de continuar. Y muchas viudas catalanas, para evitar la ruina o un matrimonio impuesto por el rector parroquial, se casaban con el mozo occitano. Aquella inmigración fue un factor de renovación biológica colosal.
¿De dónde venían los occitanos?
Los Libros Parroquiales catalanes de los siglos XVI y XVII, sobre todo a partir del Concilio de Trento (1545-1563), que impone al rector la obligación de confeccionar el Libro de Comulgados (un verdadero censo de la comunidad), identifican a estos inmigrantes como "franceses" o como procedentes "del reino de Francia". Y, en la mayoría de los casos, detallan su origen territorial: "diócesis de Sant Flor", "diócesis de Tarba", "diócesis de Tula", "diócesis de Perigús", por citar algunos ejemplos. Y los mapas elaborados por los estudiosos del fenómeno revelan que la inmigración occitana que llegó y arraigó en Catalunya procedía, en gran medida, del antiguo ducado de Aquitania: Auvernia, Périgord y Bearn. Es decir, los Altos de Aquitania y los valles de los ríos Dordoña, Garona y Ador.
¿Cómo eran estos occitanos?
No hay muchos datos que nos permitan crear un perfil físico de esta emigración. No sabemos si eran rubios o morenos, o y si eran altos o bajos. Los Libros Parroquiales no los describen, y las escasas anotaciones, en diarios personales, sobre ellos no son muy amables con este colectivo. Pero sí que contamos con descripciones coetáneas de muchas personas, de origen relevante o de extracción humilde, de los lugares de origen de este movimiento. Y esos datos nos hablan de una población con unas características físicas compartidas con las sociedades de la Europa central y atlántica. Por lo tanto, a partir de dichos datos, y manteniendo las observaciones de Guicciardini, podemos decir que, en general, eran más altos y menos morenos que los catalanes nativos.
¿Cómo podían influir estas personas en el aspecto de los barceloneses?
Los Libros Parroquiales, de nuevo, nos aportan un extraordinario retrato de aquel fenómeno migratorio. Gracias a esta documentación sabemos, por ejemplo, que la inmigración occitana se asentó, en gran medida, en torno a Barcelona. A finales del siglo XVI, el porcentaje de maridos "franceses" en las parroquias de la Ribera de Barcelona es de un 25%, dedicados, en gran medida, al negocio de la fabricación de cuerda (muy rentable económicamente, pero, curiosamente, muy estigmatizado socialmente). También en algunas parroquias de la Catalunya Central o en el Camp de Tarragona, o en las llanuras occidentales del país. Estos porcentajes oscilan entre un 15% y un 20%, dedicados, principalmente, a la actividad agraria.
... ¿y en el de los catalanes?
Estos mismos libros nos revelan una segunda fase que empieza a partir de 1592: una inmigración que, a diferencia de la primera, está formada por familias enteras, que arraigan, principalmente, en poblaciones con un aparato económico próspero. En aquel momento, la economía catalana vive un momento pletórico: los agricultores catalanes desbrozan páramos para cultivar plantas destinadas a la producción industrial (uva y lino) y se exportan aguardientes y productos textiles a Inglaterra y a los Países Bajos. Los Libros Parroquiales nos revelan que los occitanos (básicamente aquitanos) son mayoría en Mataró, Sant Boi y l'Hospitalet de Llobregat, y que constituyen colectivos numéricamente importantes (una cuarta parte de la población) en Vic, Lleida, Reus, Cervera, Girona, Perpinyà y Puigcerdà.
La altura y la cultura de trabajo
Es prácticamente seguro que esta inmigración occitana es la causa que explicaría que los catalanes y las catalanas de 1714 ganaran en altura y perdieran en color respecto a los de 1500. Pero hay otro detalle, de grandísima importancia, resultante de ese fenómeno. Una parte de esa inmigración (no sabemos el porcentaje) era de confesión calvinista. El reformismo no arraigó en Catalunya por varias causas que son largas de explicar. Pero sí que arraigó y proliferó una cultura de trabajo y de empresa de raíz protestante que explica la sociedad mercantil catalana de los siglos XVII y XVIII y la Revolución Industrial del siglo XIX. Aquellos antepasados procedentes de Occitania (de Aquitania) serían los arquitectos del nuevo dibujo de Catalunya.