La argentina catalanófoba de Barcelona es experta en humillar, pero no solo a catalanes por el simple hecho de hablar catalán: es dominatrix y abrió una mazmorra de BDSM en el barrio de Sants de la capital catalana. Se llama Paula, pero también es conocida como Deessa Tisífone —en la mitología griega, Tisífone era una de las tres Erinias, una especie de espíritus de la venganza, y se encargaba de castigar los crímenes de asesinato en el Tártaro—. "Están obsesionados con la caca", dijo hace un año sobre sus clientes de Barcelona, en una entrevista publicada en la revista para adultos Playgirl.

Hace ocho años, Paula tenía 26 y se casó con un hombre que solo conocía desde hacía un mes. Dos años después, se divorció y empezó a interesarse por el BDSM —siglas que responden a conceptos bondage, dominación y sadomasoquismo, por ejemplo. Primero, a los 28 años, trabajó en un calabozo de Brooklyn (Nueva York, EE.UU.). En mayo de 2023, a los 32 años, ya tenía una mazmorra en París. Básicamente, cobraba para "secuestrar" a sus clientes, pero de una forma distinta a la que nos podemos imaginar. No se trata de una mujer vestida de látex que humilla por placer sexual, no. El BDSM de Paula va más allá: tal y como contaba entonces al tabloide británico Daily Star, reeduca a sus clientes en materia de justicia social, feminismo y homosexualidad.

Una mazmorra en París

¿Cómo eran sus días en París? Según explicó ella misma al tabloide, se levantaba temprano —hacia las ocho y media de la mañana—, tomaba un café, alimentaba sus dos perros y repasaba la novela que escribía. Después, comprobaba y respondía los mensajes de sus "sumisos", e iba a la mazmorra para tener una sesión con un cliente. "Voy antes o después del gimnasio, según si el cliente me quiere limpia o sucia", explicaba, y añadía: "Durante las sesiones, hago que los clientes lean libros sobre temas que me apasionan, como el feminismo y la justicia social". En este sentido, se describía como una "maestra muy estricta".

Una sesión de media hora en su mazmorra de París costaba 250 euros, sin prácticas sexuales tradicionales: "Las mentes de mis clientes se desnudan, se tocan y se excitan durante nuestras sesiones; no sus cuerpos, ni el mío. (...) Digo a los clientes que sus cuerpos sirvan como conexión entre yo y sus almas". "Mis servicios se centran en los intercambios de poder, el dolor, el miedo, la humillación y la objetificación del sumiso que me visita", relataba, aunque había otros servicios —como mantener a sus "esclavos" encerrados en una jaula o encadenados en el sótano—.

Los fetiches de Barcelona

Entonces, aseguraba que nunca había sido tan feliz. "Sabía que no me interesaba un trabajo típico de nueve a cinco, aunque todo el mundo en mi familia es ingeniero. (...) Afortunadamente, mi familia ve mi inteligencia y sensibilidad, así que entienden lo perfectamente que me encaja este trabajo", dijo. En otras palabras, que consideraba que el trabajo le iba "como un guante".

Un año más tarde, en julio de 2024, Paula ya estaba en Barcelona y había abierto una nueva mazmorra en un sótano del barrio de Sants. Entrevistada en Playgirl, defendía que "existe un gran mercado para ser secuestrada" y que en la capital catalana, por suerte, había clientes igual de extraños que en la capital francesa. "Cada ciudad tiene sus propios fetiches, porque está relacionado con la cultura. ¿Qué está prohibido aquí? ¿Qué es realmente desagradable en esta cultura?", se preguntaba. La respuesta era muy clara: "Aquí están obsesionados con la caca. Probablemente, tiene algo que ver con la Iglesia católica".

Dominatriz con libros

En el momento de la entrevista, la mazmorra que había montado en un sótano de Sants ya tenía una extensa colección de libros, que poco a poco quería reconstruir "en la lengua de su nuevo país" —¿se referiría al catalán o al castellano?—. Y continuaba con su tarea de reeducación de los clientes. Por ejemplo, así describía un día habitual de trabajo: una "reunión de tarde" en la que ella empezaba fumando porros mientras su cliente se retorcía colgado de las cadenas metálicas instaladas en el techo; después, un examen sobre la filosofía de Leopold von Sacher-Masoch —el padre del masoquismo—. Y, como antes, sin la necesidad de desnudarse ni nada: ella se dedica a dejar libros de Karl Marx, Virginia Woolf o Mark Fisher a sus clientes y a encadenarlos para interrogarlos sobre los textos. "Creo que lloraría si alguien viniera a mí y me pidiera que me deconstruyeran políticamente. (...) Simplemente dejo que (mis clientes) hablen y después escojo un libro que los ayude", señalaba.

En la entrevista explica que sus clientes son hombres blancos, ricos y mayores, principalmente: "Son los que han aprendido a sentirse cómodos con la idea de pagar para este tipo de placer". Sobre el hecho de ser dominatriz, apuntaba que "es ser una artista". "Me hace crecer como persona y me proporciona mucho placer. Lo haría aunque no fuera mi trabajo, así que crear un espacio donde pueda hacerlo de un modo muy consciente y consensuado resulta muy gratificante", concluye. Un año después, la humillación de los catalanes ha sido gratuita.