Esta semana he sido a una reunión de un proyecto de investigación europeo en Dublín. Aunque el viaje ha sido relámpago y centrado en el trabajo, por la noche después de cenar fuimos a un pub irlandés a escuchar música en vivo. No era ni medianoche, pero había gente que llevaría un buen rato bebiendo cerveza, porque de repente, mientras estaban hablando en un corro, un chico que estaba detrás de mí sentado en un taburete alto, cayó al suelo, con el taburete y todo. No cuesta mucho imaginar que estaba bien ebrio, pero al menos tuvo el ánimo de rodar y cubrirse la cabeza, para evitar que alguien lo pisara sin querer. Iba acompañado de su novia y es de esperar que llegara finalmente a casa sin más sobresaltos.

He rememorado esta anécdota cuando estaba leyendo un artículo publicado en una revista muy conocida de metabolismo, en la cual unos investigadores han encontrado cómo disminuir los efectos del alcohol en las neuronas, con una hormona que el cuerpo fabrica naturalmente y que permite recuperar el control de los movimientos del cuerpo rápidamente después de la ingesta de alcohol.

Como ya os expliqué en otro artículo, los humanos conocemos los efectos del alcohol sobre el cuerpo humano desde hace mucho tiempo. La Biblia ya habla de la ebriedad de Noé, quien bebió vino hasta emborracharse, después de salir del arca del diluvio universal y aprender a cultivar viñas. La búsqueda de medicamentos o tratamientos milagrosos contra la resaca es un ámbito de investigación que seguro que proporcionaría mucho dinero, y de hecho, en este artículo os explicaba que en el Reino Unido ha salido una píldora "milagro", que contiene una mezcla de bacterias degradativas del alcohol. Esta pastilla, ingerida unas horas antes de beber, ayudaría a metabolizar más rápidamente el alcohol en el intestino, de modo que no se absorbería tanto, es decir, que en la sangre (y en el cerebro) llegarían dosis de alcohol más bajas.

Los animales que comemos fruta y néctar, nos aprovechamos de los azúcares de metabolismo rápido que contienen, pero al mismo tiempo estamos expuestos a pequeñas dosis de alcohol producido por la fermentación de las levaduras que viven en la piel de la fruta o en el ambiente. Todos sabemos que la fruta muy madura tiene un regusto diferente, incluso, un punto avinagrado. El alcohol es un tóxico para nuestras neuronas y provoca pérdida de control y desorientación. Para detoxificar este alcohol, nuestro hígado expresa enzimas degradativas, como el alcohol deshidrogenasa, con el fin de proceder a la degradación dentro del tubo digestivo, antes de llegar a la sangre. Esta producción de alcohol deshidrogenasa hepática está bastante restringida a los animales frugívoros y omnívoros, como nosotros, pero no la encontramos en animales herbívoros y carnívoros, cosa que apuntaría a una selección natural a favor de las enzimas detoxificantes del alcohol en aquellos organismos que su dieta habitual puede llevar este compuesto.

La producción de FGF21 después de la ingesta de alcohol es la respuesta del cuerpo para minimizar el daño neuronal e intentar no perder el control de la respuesta motora

Si la cantidad de alcohol ingerido es muy elevada, el alcohol pasa del intestino a la sangre y llega a las neuronas, y las intoxica, deshidratándolas, incluso podríamos decir que cortocircuitándolas. Como consecuencia, nos provoca una cierta euforia por desinhibición del comportamiento, somnolencia y descontrol de los movimientos. Los humanos ebrios hablan farfulladamente y tambaleándose al andar. En ratones, el descontrol motor causado por la ebriedad hace que no acudan, o tarden mucho, a ponerse sobre las cuatro patas cuando los has girado sobre su espalda, por ejemplo. Pues bien, se sabe que uno de los efectos en el hígado de la ingesta de alcohol además de la inducción de producción del alcohol deshidrogenasa, es la potente inducción de una hormona llamada FGF21 (factor del crecimiento de fibroblastos 21). Esta hormona es liberada en sangre y llega al cerebro. Las neuronas más sensibles al FGF21 se encuentran en una región del cerebro llamada locus coeruleus (literalmente, región azul), estas neuronas tienen receptores específicos de FGF21, que, cuando se activan, provocan la liberación de norepinefrina (epinefrina es sinónimo de adrenalina). La noradrenalina y la adrenalina son neurotransmisores que provocan el estado de alerta, es decir, de estar muy despiertos y conscientes. De hecho, son los neurotransmisores que se producen cuando hay una situación de peligro, para estar alerta y saber responder si hay una situación de peligro. La producción de FGF21 (que activa la producción de adrenalina) se induce por otras situaciones que pueden ser consideradas de riesgo o peligro, como es el ayuno o la falta de proteínas. O sea que la ingesta de alcohol se podría considerar una situación de peligro y, por lo tanto, habría que buscar maneras de alertarnos. Además, FGF21 es la hormona que nos provoca sed cuando bebemos alcohol, con el fin de evitar la deshidratación de nuestras células, y también activa las defensas del hígado frente al daño causado por el alcohol.

Ahora bien, las defensas que tiene nuestro cuerpo frente al alcohol se han seleccionado para permitir la protección ante las cantidades de alcohol que encontramos en la naturaleza, y no están pensadas para ingestas elevadas de alcohol. De aquí, la ebriedad. Entonces, los investigadores de este artículo que os comento se preguntaron si la producción de FGF21 podría realmente proteger contra los efectos del exceso de alcohol. Así que analizaron cuánto rato tardaban unos ratones a recuperar el control motor (ponerse de cuatro patas) después de ingesta de alcohol. Cuando les inyectan FGF21 directamente en sangre, los ratones se recuperan muy rápidamente de los efectos del alcohol, ¡pero ey!, lo que es más interesante es que esta recuperación no depende de los niveles de alcohol en sangre ni de su metabolismo (todos los otros mecanismos que hemos explicado de resistencia al alcohol), ya que las mediciones en sangre demuestran que no hay ninguna diferencia con las de los animales que no han sido tratados. La diferencia real es que cuando se produce mucho FGF21 se activan las neuronas del locus coeruleus, las cuales empiezan a liberar grandes cantidades de norepinefrina, y así, mantienen su cerebro alerta y despierto, no sea que venga un depredador...

Para demostrar que este efecto es específico del alcohol, los investigadores comprueban que si administran a los ratones otros medicamentos que causan somnolencia, el pinchazo de FGF21 no cambia su respuesta. Además, para estudiar si realmente es la hormona FGF21 la que se encarga de esta respuesta antiintoxicante, modifican genéticamente ratones para que no puedan expresar los receptores de FGF21 en el locus coeruleus. Es decir, las neuronas de esta región que son productoras de noradrenalina, ya no podrán responder al estímulo de la hormona FGF21. Seguramente, ya habréis inferido que, entonces, los ratones que se han emborrachado, aunque les inyecten FGF21, continúan ebrios la misma cantidad de tiempo que los otros ratones, porque no pueden responder a la hormona.

Por lo tanto, la producción de FGF21 después de la ingesta de alcohol es la respuesta del cuerpo para minimizar el daño neuronal e intentar no perder el control de la respuesta motora. Si la ingesta de alcohol es muy alta, la producción de FGF21 natural no es suficiente para contrarrestar los efectos de este tóxico. Sin embargo, si de manera externa se proporciona esta hormona, se consigue recuperar más rápidamente la sobriedad, al menos en ratones y, muy probablemente, en humanos, lo cual permitiría tratar a la gente ebria de manera que puedan recuperar la conciencia y el control de los movimientos mucho más rápidamente, manteniendo la sobriedad, aunque el resto del cuerpo esté bajo los efectos tóxicos del alcohol.